Editorial
Ver día anteriorJueves 24 de abril de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Palestina: Unidad y chantaje
L

as dos principales facciones políticas de Palestina: Fatah y Hamas, acordaron ayer la formación de un gobierno conjunto de transición –que deberá quedar integrado en un plazo de cinco semanas– y la celebración de nuevas elecciones presidenciales y parlamentarias en un plazo de seis meses.

El acuerdo comentado, aunque saludable, no es novedoso. Debe recordarse que pactos similares habían sido alcanzados en 2011 y 2012 por Hamas y Fatah sin que llegaran a materializarse. El denominador común de esos fracasos, además de las sempiternas diferencias entre ambos grupos respecto de asuntos puntuales del ejercicio del poder, es la hostilidad y la actitud beligerante y chantajista de Israel. Significativamente, la víspera del anuncio de ayer, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, había dicho que Fatah debe decidir si quiere la reconciliación con Hamas o la paz con Israel. Sólo puede obtener una de las dos cosas, en tanto el canciller del Estado hebreo, Avigdor Lieberman, dijo que el acuerdo de unidad equivale a firmar el término de las negociaciones entre Israel y la Autoridad Palestina. Tales advertencias, se complementaron ayer con un bombardeo israelí en el norte de Gaza, la franja gobernada por Hamas desde 2006, que ha sido sometida a un bloqueo inmisericorde.

Es importante recordar que la superación de las divisiones palestinas y la creación de una dirigencia unificada constituye, al día de hoy, un elemento necesario para la constitución de un Estado palestino, como legítimamente aspira ese grupo nacional y en los términos de la legalidad internacional. No es gratuito que el gobierno de Tel Aviv, con el apoyo de Washington, haya apostado históricamente por la división de ese pueblo: así lo hicieron las autoridades israelíes en décadas pasadas, con los intentos de destruir el liderazgo laico de Fatah dentro de la Organización para la Liberación de Palestina por medios diversos –incluidos los pactos tácitos con grupos fundamentalistas como Hamas–; así lo hacen ahora, con los intentos por impedir, mediante amenazas y agresiones, la unidad entre los dos bloques políticos referidos.

La postura de Israel, además de pasar por encima del derecho de los palestinos a la autodeterminación, a la unidad nacional y a la conformación de autoridades con legitimidad y capacidad de convocatoria, revela como una simulación los procesos de negociación y paz impulsados por ese Estado: da la impresión de que Tel Aviv busca con esos procesos perpetuar la confrontación entre palestinos, desmembrar los territorios ocupados ilegalmente por ese gobierno e impedir, por esa vía, la constitución de un Estado nacional palestino.

Las potencias occidentales, con Wa- shington a la cabeza, han desempeñado un papel de primera importancia en el conflicto, toda vez que se han negado a admitir a Hamas como un interlocutor legítimo –con el argumento de que sus integrantes son terroristas–, a pesar de que esa facción ha sido respaldada por la población palestina en Gaza en procesos democráticos impecables y ejemplares.

Es imperativo, en el momento actual, que Estados Unidos y Europa abandonen la hipocresía que ha caracterizado su actitud hacia el conflicto israelí-palestino, y que respalden sin ambages los esfuerzos de unidad que realizan las dirigencias de Hamas y Fatah e impulsen la aplicación de la legalidad internacional. Esto último significa, entre otras cosas, restituir a los palestinos los territorios que les fueron arrebatados por Tel Aviv en 1967, presionar a Israel a que cumpla con el derecho al retorno de los palestinos expulsados desde 1948 –o que pague las indemnizaciones y compensaciones correspondientes– y ayudar, de manera honesta y sin dobles discursos, a la instauración del Estado palestino.