Opinión
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La Muestra

Memorias que me contaron

L

a memoria obstinada. Un grupo de personajes sexagenarios, familiares y amigos, se reúne en torno al lecho de una mujer desahuciada en un hospital. En Memorias que me contaron, de la brasileña Lucía Murat, todos comparten el recuerdo de quien fue en 1969, durante la larga dictadura militar (1964-1985), la guerrillera responsable del secuestro de un embajador estadunidense.

El personaje de Ana (Simone Spoladore), la mujer ahora agonizante, se inspira en la vida de Vera Silva Magalhaes, figura ya mítica de la izquierda brasileña, y de modo oblicuo en la experiencia de la propia directora, Lucía Murat, activista y guerrillera urbana quien padeció también el encierro y la tortura.

La película es a la vez un ritual de exorcismo de culpas históricas (que de modo autocrítico incluye los errores de los propios activistas) y un elogio del poder de la memoria que procura mantenerse viva en el ánimo de los sobrevivientes y de sus hijos.

El título de la cinta alude precisamente a esa transmisión insoslayable de los recuerdos, un esfuerzo que parece de antemano derrotado en una era de modernidad globalizada que favorece la trivialización del mal y la amnesia colectiva en las nuevas generaciones. El desencanto de los protagonistas ya envejecidos ante un ideal político y social en agonía, tiene como metáfora inmediata el padecimiento de la propia Ana, dos veces golpeada por el cáncer, omnipresente sin embargo en el recuerdo de los demás como la joven idealista de un tiempo ya abolido.

Imposible dudar de la sinceridad de la realizadora, inclusive de la oportunidad de una reflexión semejante en estos tiempos desmemoriados. El problema es el abigarramiento de las memorias contadas, la solemnidad del tono, la reiteración de anécdotas y reflexiones que los propios hijos de los protagonistas, como más de un espectador, escuchan con una paciencia resignada.

El doble drama de un duelo anticipado y de una memoria adolorida, renuente a la cicatrización de las heridas, no requiere del agravante de una morosidad narrativa. En un registro diferente, la emotividad de Las invasiones bárbaras, del franco-canadiense Denys Arcand, parece aquí inalcanzable; del mismo modo en que la justa reivindicación de la memoria tiene en las cintas del chileno Patricio Guzmán (Nostalgia de la luz, La memoria obstinada), una expresión más afortunada. Posiblemente sea el relato de ficción la herramienta más gastada para este tipo de empresas.

Difícil evitar aquí la autoconmiseración aun cuando se le combata con energía. Queda un autorretrato y una radiografía generacional difuminados, el afán de ponerse al día (colapso de las ideologías, derechos sexuales de las minorías), de entender los cambios nuevos, de no perder jamás el norte, y una asignatura pendiente: recobrar los tonos justos de un cine socialmente comprometido.

Se exhibe en la Sala 1 de la Cineteca Nacional, a las 12:00 y 18:30 horas.

Twitter: @CarlosBonfil1