Opinión
Ver día anteriorLunes 21 de abril de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Conversaciones de Federico Campbell
P

adre y memoria (Ediciones Sin Nombre, 2009), uno de los últimos libros que publicó Federico Campbell y también, por su nueva edición (Océano, 2014), su primera entrega póstuma, encierra un festín para aquellos que profesan el noble vicio de la lectura. No sólo reúne las principales obsesiones de Campbell (bueno, trae poca frontera, escasa Tijuana, pero está lleno de Leonardo Sciascia, Juan Rulfo y la explicación clínica de la mente y la imaginación). El libro de breves ensayos implica una suerte de memorias de la memoria. Aunque no lo mencione, resulta lo más próximo que se ha hecho en México al proyectado Libro de los pasajes de Walter Benjamin, que habría de ser enteramente escrito en citas. Palabras, ideas, iluminaciones de otros.

No es fácil acertar con una buena cita que embone bien con la idea apenas esbozada de otro párrafo y venga, de rebote, a enriquecerlo. Por eso es un arte. Una conexión secreta, revela Campbell al introducir su método. Lo que en Sciascia han llamado la retórica de la cita. Pero Benjamin, Sciascia y Campbell son verdaderos escritores, así que no cumplen a cabalidad con el plan, su mano se delata y tiene todo el derecho, al fin es la mano que arma la obra, atesora la cosecha del ojo que leyó y conectó.

Podemos reprochar al título que no es parejo: todo el tiempo se habla de la memoria, pero del padre sólo en la primera parte, y al final. Como en la vida misma, quizá. No obstante, la fidelidad a los autores citados y comentados hace también de Padre y memoria uno de los libros sobre literatura más entrañables y estimulantes en años. Van y vienen Borges, Kafka, Rulfo, Proust, Chéjov, Cervantes, las cabezas tutelares que dan consistencia al transcurso de esta dilatada conversación, tan campbelliana que hasta nostalgias entran de haber platicado con él.

Allí está la clave de Campbell: en la conversación. La hablada y la que escribió. Sus diversas horas del lobo, sus reflexivas historias, sus ensayos de creación y divulgación literaria, científica y del sentido común. Este volumen resulta la inesperada conclusión de una obra que inició precisamente conversando en Infame turba (1971), entrevistas con autores españoles que verían el fin del franquismo, y en sus Conversaciones con escritores (1972) que registran con rara pasión la escena literaria mexicana posterior al 68. El escritor de 30 años tal vez consideraba necesario prestar primero su voz a otros. Curioso, atento, paciente, generoso. Un maestro peripatético que no dejaba de aprender.

Vendrían cuentos y novelas que confirman su solidez narrativa sin cejar nunca en las preguntas esenciales. La memoria radica en la médula de cualquier narrador, diría Campbell. Todos somos narradores al comunicarnos con los demás. Pero en su caso, el relato apunta a una deliberada interrogación de la memoria. La propia –Todo lo de las focas (1982), esa intensa juventud tijuanense; En clave Morse (2001), el padre telegrafista– y la de sus autores amados –La memoria de Sciascia (1989), La ficción de la memoria: Juan Rulfo ante la crítica (2003)–; que no digan que le faltó fidelidad a sus temas (no diría que obsesiones, aunque un ojo clínico querría deducirlo mecánicamente).

Padre y memoria comienza por asentar que el padre, como supo Hamlet, es el fantasma ineludible que siempre traemos al hombro como perico de pirata. Y se despacha derechito a Raymond Carver, Ingmar Bergman, Adelaida García Morales (la del inolvidable El sur), James Ellroy, Peter Handke, y de manera peculiarmente empática cuatro estadunidenses (él venía de Tijuana, rembember): Paul Auster (La invención de la soledad), Sam Shepard (Crónicas de motel, Mentiras de la mente, Loco de Amor, etcétera), Philip Roth (Patrimonio) y Johnatan Franzen (El cerebro de mi padre, título y recurso recientemente usados en nuestras tierras para abusar de la memoria fraterna en un el cerebro de mi hermano en absoluto digno del hermano que dice recordar).

El espectro de Campbell es amplio, y sus recursos van a más. Sus preguntas escudriñan qué es memoria y qué ficción. La memoria como invención coherente de la soledad, de la conciencia, del padre, aún si éste aparece delirante en Bruno Schultz, o de modo perturbador y perverso, en el Franz Kafka de la mal intencionada y peor comprendida Carta al padre. Descubre una cadena de deudas y reproches, venganzas y ternuras donde lo que cuenta es la libertad del que cuenta. Y cita: Narrar no consiste en copiar lo real, sino en inventarlo (Juan José Saer). Y cita: Escribir literatura de ficción es como recordar cosas que nunca han pasado (Siri Hustvedt). Y cita: El hombre de buena memoria no recuerda nada porque no olvida nada (Beckett sobre Proust).

Además le apasionan la neurofisiología y sus demostraciones experimentales de lo que San Agustín y Proust supieron de por sí. No olvidemos, Campbell también ejerció la divulgación médica. Oliver Sacks no podía serle ajeno.