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Andanzas

Giselle en el Norte

P

or primera vez el Ballet de Monterrey se presentó en el Distrito Federal. La noche del 10 de abril ofreció una función en el Auditorio Nacional con lleno total y sin duda un éxito notable luego de haber conquistado a un público receloso y a la expectativa de Giselle, una obra difícil del repertorio tradicional del ballet, a lograr a la mexicana con todos los requerimientos y metas nada sencillos que la pieza exige.

La obra, estrenada en París el 28 de junio de 1841 con la musa del célebre escritor Teóphile Gautier, Carlota Grisi, y Lucien Petipa, de los coreógrafos Jean Coralli y Jules Perrot, así como la emotiva música de Adolphe Adam, perdura como uno de los ballets más difíciles de interpretar técnica y artísticamente, por la expresividad y estilo de una época llena de delicadas tonalidades y matices basadas en una técnica académica poderosa y sutil.

Giselle es un ballet indispensable en las compañías clásicas, pues en él se mide la capacidad de los bailarines y, por tanto, representa un reto para quien intente consagrarse y comprobar sus posibilidades en el territorio del dominio académico e interpretativo, como ya hemos mencionado en alguna otra ocasión.

Pese a la gran cantidad de versiones que se han representado en diferentes épocas de su historia, ninguna ha logrado rebasar su trazo, combinaciones, dramaturgia y aparente sencillez originales, por lo que es una obra que nunca pasa de moda y meta de muchísimos artistas de la danza. Giselle es tan perfecta que sobrevive a todo.

El Ballet de Monterrey es una compañía joven, seria, de sólida disciplina y formación académica por lo que decidió lanzarse al inmenso Auditorio con esta obra de intensidad dramática, según algunos apta para teatros más pequeños.

Desde su estreno en la real Academia de Música de París, Giselle resumió el amor inmenso, puro y romántico de una joven inocente, clara imagen del romanticismo exacerbado de la época, así como de la frivolidad y engaño del hombre acomodado jugueteando con mujeres de situación social diferente; la gente salía del teatro profundamente emocionada y llorando.

Hoy, lejos de la cursilería del romanticismo, como lo ve mucha gente, Giselle sigue expresando una realidad que nos remueve: la esencia de la inocencia, el amor puro e incondicional, despedazado por la eterna malicia de los varones al no poder resistir engañar a una criatura ingenua limpia y pura; vigente aun sin willies, el fantasma de Giselle ya no se queda mudo en las tumbas, rueda por la vida en los terribles, difíciles caminos del amor, por eso nos toca y conmueve, viviendo en el espíritu del arte, en la verdad profunda de cada desengaño y pérdida del amor.

La compañía de ballet de Monterrey ha optado, evidentemente, por la sólida consistencia de la técnica cubana, creada por Fernando y Alicia Alonso, heredera de los mejores maestros rusos, franceses italianos y estadunidenses, que hoy día son la esencia, un poco más, un poco menos, de esta mezcla prodigiosa de saberes, experiencias y culturas, aun en los tiempos duros que vive nuestro país en el norte, sobre todo, y otras regiones agobiadas por la incoherencia y la violencia.

Sin embargo, Giselle, la niña que enloquece por el engaño del aristócrata, sobrevive, y el Ballet de Monterrey, con entusiasmo y sólidas bases demuestra cómo seguir adelante en medio del fragor de la locura social que nos embarga, logrando ya una posición indiscutible en el camino de la danza en este país. Es ya la segunda compañía de ballet de México con bases para crecer y solidificarse con repertorios, coreógrafos, bailarines y todo lo que tienen las grandes compañías del mundo.

El conjunto de la compañía regiomontana es tan bueno como el que más, esas chicas, concentradas al milímetro en sus movimientos, formaciones y proyección, revelan un cuerpo de baile de gran calidad y categoría, una escuela sólida, disciplina superior y proyección siempre armónica, lo cual no es nada fácil de conseguir.

Es una compañía sobria y aun un tanto tímida, pero de sobra se ve que gana confianza y buenos repertorios; el grupo crecerá y madurará en forma continua. El esfuerzo de todos sus integrantes es evidente y reconocido con la ovación del público, cada vez más conocedor y cercano a la danza, lo cual es una gran situación. El grupo es un orgullo, sin duda alguna, y llena un vacío en la cultura dancística del norte del país y el corazón de los mexicanos, pues, sépanlo: tener grandes compañías cuesta mucho, pero significa más.

Artísticamente la dirige Luis Serrano. La primera bailarina, Katia Carranza, es excelente, perfecta, más emoción en el primer acto, pero quien tiene más, mucho más, amén de su técnica impecable. Claudia Kistler, Olivia Quintana, Adrián Marrero, Ernesto Mejica, Jhonhal Fernández y todos los demás, hermosos y estupendos en una gran compañía de excelente futuro indudablemente de la que Monterrey y todos los norteños deben sentirse orgullosos, y que nosotros felicitamos.

Esperamos lo mejor del Ballet de Monterrey, y más funciones en el Distrito Federal; una no es suficiente.