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De cuando la CIA calificó a Fidel de agitador peronista
S

abido es: en el bogotazo (Colombia, abril de 1948), fusil en mano, Fidel Castro (21 años) recibió su bautismo de fuego. Acontecimiento toral de nuestra América que… ¿inexplicablemente?, continúa interpretándose con enfoques seudoliberales, o bien con las premisas ideológicas impuestas por la llamada guerra fría (1946-89).

Paradójicamente, con razonamientos más fecundos, tocó al propio Fidel explicar la trascendencia de un hecho que guarda vigencia plena con la ofensiva política que el imperio desata en nuestros días contra Venezuela y Argentina (entrevista con el historiador colombiano Arturo Alape, El bogotazo: memorias del olvido, Casa de las Américas, La Habana, 1983).

Cuba vivía entonces la etapa final del corrupto gobierno de Ramón Grau San Martín (1944-48) y el líder opositor del Partido del Pueblo (ortodoxo), Eduardo Chibás, arengaba al pueblo con la consigna que Jorge Eliécer Gaitán, el mítico líder liberal de Colombia, pronunciaba para sus discursos contra los conservadores: ¡A la carga!

No obstante, y así como hoy ante el chavismo y la revolución bolivariana, el imperio alucinaba frente a la prédica latinoamericanista que el gobierno de Juan Domingo Perón difundía a través de sus embajadas (1946-52). Algunos de los viejos, por ejemplo, recuerdan al agregado laboral Luis Priori, quien había invitado a Santiago Touriño y Emilio Carrillo Ruiz, de la Federación de Estudiantes Universitarios de Cuba (FEU), a los cursos de verano de la Universidad de Buenos Aires.

Simultáneamente, la ONU celebraba en La Habana la primera gran conferencia sobre comercio y empleo (diciembre/marzo 1947/48), ocasión en la que la FEU aplaudió las denuncias del embajador y escritor argentino Diego Luis Molinari (1889-1966), jefe de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado. “La política comercial de Estados Unidos –dijo– va dirigida a impedir la industrialización de América Latina”.

Molinari calificó al capitalismo yanqui de telaraña de Shylock, apretando el corazón de las multitudes hambrientas. Y en nombre de la delegación, se negó a firmar el Acuerdo Internacional de Tarifas y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés precursora de la Organización Mundial de Comercio). Así como tampoco ratificó el ingreso de Argentina al FMI y al Banco Interamericano de Reconstrucción y Fomento.

Por su lado, los jóvenes de la FEU andaban con otros problemas. ¿Cómo financiar –se preguntaban– el primer congreso estudiantil de América Latina, tarea a la que el joven dirigente comunista Alfredo Guevara (1925-2013) se había comprometido en el primer encuentro mundial de estudiantes de Praga (1947)?

El presidente de la FEU Enrique Ovares, Guevara, Fidel Castro, Rafael del Pino (no confundir con el general traidor) y Santiago Touriño se reunieron con Molinari en la embajada argentina. Y allí coincidieron en varios puntos: democracia en la República Dominicana azotada por la tiranía de Trujillo, independencia de Puerto Rico, devolución del canal de Panamá, soberanía sobre las islas Malvinas y, por sobre todo, solidaridad antimperialista, independencia y espíritu político de unidad distante de los intereses de Washington y Moscú.

En Buenos Aires, Molinari expuso la iniciativa al canciller Juan Carlos Bramuglia (1903-62), ideólogo y artífice de la tercera posición. Días después, la FEU recibió el telegrama que esperaban: Perón asumía el financiamiento del Congreso estudiantil, con pasajes aéreos, hoteles y alimentos para los delegados.

En principio, el encuentro estudiantil tendría lugar en Buenos Aires. Pero luego, y para lograrse un marco propicio, Perón dispuso que tuviera lugar en Bogotá, donde Washington había convocado a la novena Reunión de cancilleres para constituir la Organización de Estados Americanos (OEA).

El dirigente estudiantil peronista Antonio Cafiero emprendió una gira para lograr la adhesión en otros países. En Lima, con gran entusiasmo, la misión se entrevistó con Laura Meneses (1894-73), esposa del líder independentista de Puerto Rico Pedro Albizú Campos (1891-1965).

En el hotel Nacional de La Habana, el grupo de Cafiero y la FEU coordinaron los aspectos del magno evento estudiantil. Que, a la postre, no pudo realizarse por el asesinato de Gaitán y el consecuente estallido social que en las calles de Bogotá dejó un millar de muertos y cinco mil heridos en tres días.

En su libro Últimas noticias de Fidel Castro y el Che (Ed. Vergara, 2007), el periodista argentino Rogelio García Lupo, uno de los fundadores de Prensa Latina y acucioso investigador de documentos desclasificados de la CIA, asegura que entre las policías de Estados Unidos y América Latina se subrayaba la peligrosidad de un joven agitador peronista (sic), nacido en Cuba.

Ya como senador nacional, Ca­fiero volvió a estar con Fidel en La Habana (1995). Escribe: Recordaba (Fidel) aquellos episodios hasta en sus mínimos detalles ( Clarín, 28/8/06). El político cuenta que charlaron durante horas, en las que expresó que como peronista discrepaba de la posición del gobierno de Carlos Menem, pero que nada podía hacer para cambiar esa situación. A lo que Fidel respondió: Se agradecen los gestos, no los resultados.