Opinión
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oincido con el rector Narro cuando dice que sin la UNAM y sin su Ciudad Universitaria México sería diferente y que no sería mejor. Se cumplen 60 años de existencia de CU, espacio clave para la formación académica de muchas generaciones, para la convivencia estrecha y la creación de grupos de profesionistas y redes de relaciones, algunas de ellas, con una gran influencia social, económica y política en el país. La Universidad Nacional ha desempeñado un papel esencial en la educación, la investigación y la creación, ha sido un factor de cohesión y movilidad y generadora de oportunidades.

Vaya que la UNAM es una institución compleja, difícil de gobernar, enorme en su tamaño, diversa en sus manifestaciones, políticamente muy activa y con fuertes contradicciones internas.

Es un reflejo altamente concentrado, a pesar de su dimensión, de cómo es el país, con sus deformaciones y sus virtudes, sus diferencias ideológicas, sus vicios políticos y las aún más grandes desigualdades sociales ligadas con formas abiertas o encubiertas de discriminación. Ha tenido etapas ciertamente caóticas y otras de reformación; es un centro de expresiones colectivas e individuales multifacéticas.

Al final, esa institución, que para algunos puede parecer monstruosa, postura que en realidad implica en buena medida no comprender, o no querer hacerlo, que no está compuesta sólo por su naturaleza educativa que, por cierto, cubre extensos campos del conocimiento y la hace verdaderamente única en su carácter universitario. Tampoco se trata de señalarla por el papel político que ha desempeñado y sigue haciéndolo y que en ciertas etapas ha sido muy protagónico. No se trata, igualmente, de enfocarse en los grandes intereses internos de los poderosos grupos que la conforman.

En esencia y derivado de lo anterior, me parece que uno de los rasgos que la hacen ser un punto de referencia y sostiene la afirmación del rector Narro consiste en la miríada de experiencias individuales que se han forjado y se entrelazan en el tiempo y a lo largo del país en su extenso desenvolvimiento histórico.

Estas experiencias vitales son las que le dan a la UNAM, a su campus central y los otros creados más recientemente, así como y a quienes ahí se han educado y los que ahí laboran, una carta de identidad bien diferenciada de otras que se han ido formando en las instituciones públicas y en el sector privado de la educación superior.

Muchos de nosotros descubrimos ahí muy jóvenes, aristas que nos eran desconocidas de nuestro país. Pudimos ir creando una cierta perspectiva. Fue un aprendizaje casi de choque en una época de grandes conflictos derivados del movimiento de 1968 y sus secuelas. Seguíamos cerca de París o de la Córdoba argentina.

Entrar a la Facultad de Economía, luego de pasar un periodo que parecía interminable y cada vez más soso en una escuela particular, fue especialmente revelador desde el primer día en el turno vespertino. Es una experiencia clave y referencia también acerca de, cuando menos, una parte de las graves contradicciones que afectaban entonces al país y los esquemas altamente autoritarios que prevalecían y que, si bien se han ido transformado, siguen estando bien presentes.

Ahí se cuestionaba todo, desde las instituciones del Estado hasta el contenido de muchas de las clases que se ofrecían. Eran evidentes las posturas políticas de los diversos grupos de la izquierda, desde la más radical hasta la que mantenía posturas claramente reformistas. Se escuchaba con más reticencias a aquellos a quienes se consideraba conservadores. Había maestros sobresalientes y otros de una mediocridad de la que había que huir; lo mismo pasaba con los alumnos. Competían abiertamente las teorías económicas, sobre todo el keynesianismo, ya muy edulcorado por la ortodoxia marginalista, y el marxismo también muy ortodoxo y lineal. Como sucede en los procesos formativos intensos y en una entidad y un país en tal grado de ebullición, había que aprender para luego desaprender, pensar y aprender más, pero claro está que sin olvidar.

En la UNAM aprendimos a leer a los clásicos, no sólo a los economistas, y también a los modernos, y tuve compañeros entrañables y muy estimulantes que me hicieron conocer a Blake y, reunidos apenas un trío de nosotros, confrontábamos a Hegel en inacabables tardes acomodados en un cuarto de azotea. Aprendíamos de cine, de filosofía, de literatura y política, mucha de cuya creación se hacía en ese mismo e impresionante campus de CU. Así nos dábamos cuenta claramente de que la economía era más que una técnica, algo muchísimo más complejo, o como dijo claramente Pessoa en boca del ingeniero Álvaro de Campos: soy técnico pero sólo dentro de la técnica.

Además, y esto fue especialmente relevante, ahí pude finalmente empezar a ubicar mis orígenes culturales y familiares. Tres generaciones de mi familia de inmigrantes fueron educados en la Universidad, en ingeniería química, historia, pedagogía y medicina. Es muy probable que en otro país no lo hubiéramos conseguido. Así de honda fue la experiencia individual que he tenido en torno de la UNAM. Y muchos otros la tuvieron igual, cada uno, por supuesto, resolvió ese enfrentamiento de la manera que pudo. Y, no es eso, pregunto, la esencia de una Universidad, confrontarse con uno mismo y la sociedad en la que vive y el mundo más allá de ella. No se trata de sólo ser unos profesionales por más destacados que algunos hayan llegado a ser en la vida pública.

Por eso con cierta ironía digo usualmente que soy seguidor de los Pumas aunque ganen. Como no los vamos a querer, pero queremos más. El rector Narro tiene razón.