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La revalorización de la persona
E

s cierto que el mundo en que vivimos no parece tener mucho interés en preservar la vida humana. Es más: aparecen grupos, con mayor o menor audiencia, que fueron integrados con finalidades que se refieren a la protección de la vida animal de los jaguares, o de los leones, o bien que en general se pronuncian contra las armas de fuego, para evitar las cacerías, permitidas, o reguladas de manera que se exige al cazador respetar algunas reglas que tienden a la protección de alguna clase de animales, no se diga de aquellas especies en riesgo de extinción, pues éstas reciben un tratamiento muy especial, que hace imposible cobrar piezas de esa especie. Incluso las casas de modas que representan firmas de personas de la alta sociedad evitan emplear en sus costosos diseños materiales que solamente mediante la cacería se pueden obtener, y de esta manera, los permisos correspondientes se elevan tanto en materia de impuestos, que ni las más pudientes clientas lo pagarían, aparte de que no sería bien visto que se usaran.

Un poco lo mismo puede decirse de ciertas plantas cuya presencia se considera de gran importancia. Este es el caso de los manglares, cuya defensa se hace por las propias instituciones que tienen a su cargo las grandes obras que se construyen frecuentemente, en los litorales, y que en muchos casos afectarían los manglares, lo que no está permitido, y de una manera automática, se ponen en acción los mecanismos que corresponden a la protección de los manglares.

Toda esta larga descripción es para poder poner como base de comparación la eficacia que generalmente opera para proteger, con efectividad en la práctica, especímenes de los dos reinos, el vegetal y el animal, y también hemos tratado de dejar lo más claro posible que los mecanismos de protección, sí funcionan en estos dos casos. Ahora que para proteger al hombre mismo, es decir, para darse una protección efectiva, el hombre pasa por grandes dificultades, y frecuentemente no logra obtener éxito en ese sentido, es decir, no logra, por ejemplo, hacer conciencia de que las guerras generan el armamentismo, y éste es absolutamente contrario a la supervivencia del hombre. Tal parece que estamos haciendo una muy elaborada mala broma para decir algo que es verdaderamente absurdo, que no considero necesario examinar, sino que por su propio peso cae: el hombre urdiendo su propia destrucción. Y decimos que parece ser esta afirmación una broma de muy mal gusto por razones evidentes. Esto es algo que pareciera ser su discución tan difícil, que para empezar habría que admitir la dificultad original, ¿quién es el loco, fuera completamente de sus cabales, que en la discusión va a defender la tesis de que hay que acabar con el hombre, y que en esa línea de argumentación tendría que incurrir en el uso de una suerte de nihilismo fúnebre que tendría que adoptar, para ser consecuente con las premisas de su razonamiento?

Por el contrario, el otro gran filósofo que defendiera la supervivencia de la humanidad como un derecho natural verdaderamente indiscutible, el derecho a la vida, tendría candidatos en exceso, los cuales querrían ser ellos quienes defendieran su propio derecho y el de sus hijos, de sus padres, de sus hermanos y de la pareja biológica que le corresponda, a quien ama y defiende ahora, y antes de ahora, así como lo hará sin duda mañana.

En el diálogo de Protágoras o de los sofistas, Platón considera, y así lo deja establecido, que el hombre, como especie, para subsistir, necesita comprender y actuar consecuentemente la idea de que el hombre tiene que aprender a vivir en sociedad con los demás, puesto que solo no le bastan la habilidad para encender el fuego y dominarlo, cualidad que le dieron generosamente los dioses, pero no le dieron la sabiduría para vivir en comunidades, en sociedad, y las fieras lo devoraban. No era suficiente saber y pensar en el conocimiento del fuego para enfrentarse con éxito a las bestias; sólo pudo lograrlo cuando admitió que tenía que aprender a convivir con los demás, y a respetar a sus vecinos, a sus mujeres y a sus hijos. La factibilidad de esta clase de asentamientos humanos ha venido haciéndose posible en la medida en que el hombre acepta vivir y acepta compartir los conjuntos de viviendas , y comparte también canalizar una parte de sus recurssos, a sostener y a compartir las ventajas y a enfrentar las desventajas, que también las hay, así se ve este problema,

Y solamente así podrá ser resuelto, en un mundo que demasiado pronto será de más de 10 mil millones de seres humanos.

¿Cuánto vale la vida de un ser humano en una guerra? Vale tanto como adversarios pueda matar. Y si no puede, en ese caso no es mucho lo que vale para quienes conducen el conflicto armado y su estrategia para ganar la guerra. Para ello, para consolidar el triunfo, hay que distinguir y honrar a quienes más soldados enemigos eliminan. De este modo, los generales que conducen una guerra premiarán a los soldados que muestren mayor arrojo, y más decisión para eliminar los activos del enemigo. Es normal que así sea, pero: ¿qué pasa cuando la guerra termina? Pasa que los soldados para quienes la guerra ya terminó están acostumbrados a matar, y a conseguir lo que requieren para su supervivencia, con el fuego de las armas que queden a su disposición. Por esto se requiere constantemente mantener vivo el proceso de revalorización de la persona.

Y del derecho como base de la convivencia entre los hombres. Únicamente así lograremos restañar el maltrecho contrato social de Rousseau. Solamente así logrará el hombre ser auor de su propia historia.