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Adolfo Suárez: la elipsis de lo político
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urió Adolfo Suárez, el hombre que hizo posible la transición española tras la muerte de Francisco Franco. Desde la década de los 90 del siglo pasado padecía Alzheimer. Se retiró por completo a la vida privada. En 2005, uno de sus hijos contó que en sus últimos años Suárez ni siquiera recordaba que había sido mandatario de España. Una última imagen que sirve como una ironía. Acaso la metáfora de la distancia en la que se encuentra hoy día la política española respecto de la que él heredó en 1981.

Max Scheler escribió alguna vez que en los impulsos auténticamente innovadores, los cambios y las reformas, las nuevas élites tienen su origen en la ascesis y en una carencia (que puede ser voluntaria o involuntaria). Y aquí el término de carencia se refiere tan sólo a cierta renuncia a la seguridad que provee el status quo. (Se carece de apego y empatía con el propio st atus quo).

El dilema para el historiador es que este sentimiento crece calladamente en las tinieblas y sólo es reconocible como una suerte de nada, una historia casi secreta. Y en rigor, son pocas las historias contemporáneas que, como la de Adolfo Suárez, se apegan tan espontáneamente a esta tesis.

Suárez nació en Cebreros, en la provincia de Ávila, en 1932, tan sólo cuatro años antes de que estallara la Guerra Civil. El padre abandonó temprano a la familia y los hermanos tuvieron que hacer frente para sostenerla. Ingresó de joven a Acción Católica, uno de los pilares políticos de la Iglesia española. Es preciso recordar que el franquismo fue, en Europa, la única variante del fascismo que optó por una definición confesional. Ni en Alemania ni en Italia, ni en Austria la política del régimen fue tan próxima al altar, ni el altar tan cercano a la dictadura.

Lo que impresiona en Suárez es que toda su carrera política inicial transcurre en las organizaciones medulares del franquismo: se forma en el Colegio Francisco Franco, ocupa cargos directivos en el Movimiento, es procurador de cortes en Ávila, actúa en la restrictiva política de censura de Radio y Televisión española. Impresiona porque en 1976, ya como miembro del gobierno de Carlos Arias Navarro, después de la muerte de Franco, es de los contados miembros del régimen que aboga abiertamente por la disolución de las cortes franquistas. En 1976 es el artífice de la Ley de Asociaciones Políticas, que legaliza al Partido Comunista Español y a la oposición al franquismo.

La oposición lo interpreta como un recurso demagógico, pero en 1977, cuando el mismo Suárez gana las elecciones, es obvio que ha abierto el camino para que quienes se habían opuesto al régimen durante décadas encuentren una vía franca para participar en el mundo político.

Es la fecha que fija el nacimiento de la transición española. Es obvio que se trataba de un gigantesco esfuerzo por facilitar al franquismo su adaptación a las nuevas circunstancias. Sin embargo, como toda reforma, era impredecible. Y lo impredecible sucedió: la Constitución de 1978.

Esa ley máxima marcó un punto y aparte en la historia española. Se crea el régimen de las autonomías, se garantizan las libertades civiles, se inicia el desmantelamiento (nunca logrado del todo) de la maquinaria franquista.

Pero la verdadera prueba de la transición sucede tres años después. Suárez ha vuelto a ganar en las elecciones de 1979, pero en los gobiernos locales de todo el país lo que prospera es el pacto entre el Partido Socialista Obrero Español y el Partido Comunista. La posibilidad de que la mayoría sea de izquierda en 1982 era cada día más ostensible.

El aparato militar franquista decide golpear. Suárez dimite, y a las pocas semanas de su dimisión sucede el intento de golpe de Estado.

Cuando las tropas de Texeira toman el Parlamento, es de los pocos que permanecen en pie.

En realidad, con su dimisión, Suárez creaba la posibilidad de que quienes se habían opuesto al régimen durante el franquismo pasaran a ocupar el poder nacional.

Esa es actualmente la única forma de entender integralmente la noción de pluralismo, una noción absolutamente ajena, por ejemplo, a la política mexicana, en la que las dos ocasiones en que coaliciones de izquierda han ganado elecciones (1988, 2006) el viejo régimen les ha cerrado el camino.

Suárez nunca regresó a la presidencia, pero tampoco a las filas en las que hasta la fecha se reúne a la herencia posfranquista: el Partido Popular. Creó su propia organización con la idea nunca lograda de fundar una democracia cristiana de centro en España. Un sueño infructuoso, en una España que sigue gobernada por el radicalismo de derecha y que no logra hasta la fecha deshacerse de su pesadilla del siglo XX.