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El padre de la caminata conquistó nueve medallas olímpicas con sus pupilos

Muere Jerzy Hausleber, el férreo hacedor de andarines mexicanos

Logró varios títulos internacionales cuando su equipo varonil de 20 y 50 kilómetros arrasaba en las Copas Lugano, ahora Challenges

Ganó dos veces el Premio Nacional de Deportes

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Herzy Hausleber llegó a México en 1949, con la naval de Polonia, y después en 1966 ya como entrenador de caminata. Siempre quiso tener una casa en Veracruz y antes de morir pidió que sus restos fueran llevados alláFoto Jam Media
 
Periódico La Jornada
Viernes 14 de marzo de 2014, p. a13

El considerado padre de la caminata mexicana, el entrenador polaco Jerzy Hausleber, falleció ayer a los 83 años de edad, a las 7:15 horas en su casa, debido a diversas complicaciones cardiacas, informaron sus familiares.

Posteriormente su cuerpo fue velado en una agencia funeraria de las calles de Félix Cuevas, de la delegación Benito Juárez, donde hoy será incinerado.

“Si me muero quiero que mis restos se queden en Veracruz. Ahí llegué por primera vez a México, en 1949, con la naval de Polonia y después como entrenador en 1966. Siempre quise tener una casita en ese hermoso lugar para vivir mis últimos años.

Si de vivo no se me hizo, a lo mejor cuando ya no esté aquí se me cumple el deseo, decía con esa sonrisa franca.

Hausleber dejó una gran aportación al deporte mexicano con nueve medallas olímpicas que ganaron sus marchistas y un cúmulo de títulos internacionales cuando el equipo varonil de 20 y 50 kilómetros arrasaba en las Copas Lugano, a finales de los 70, y que al paso del tiempo se modificó a las Semanas Internacionales y en la actualidad a Challenges.

La salud del profesor se fue deteriorando desde hace poco más de una década a consecuencia de un infarto masivo, daños cerebrales, así como cirugías en rodillas y cadera producto de caídas, y en cinco ocasiones fue internado en neurología y cardiología del Centro Médico Siglo XXI del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS).

Desde 2012 recibió distinciones

A partir de 2012 comenzó a recibir homenajes y reconocimientos en varias entidades. Inclusive la pista de atletismo del Centro Nacional de Desarrollo de Talentos Deportivos y Alto Rendimiento (Cnar) lleva su nombre, por lo que se preguntaba para qué le hacían todos esos actos si todavía no me muero, aunque en el fondo lo agradecía, ya que significaba que de alguna forma era útil para quienes lo hicieron a un lado y lo tacharon de viejo.

El legado del arquitecto naval que nació en Vilno Gdansk, Polonia, ha sido desaprovechado por algunos de sus alumnos que ahora son entrenadores sin los conocimientos técnicos y metodológicos para conducir a los atletas a los podios, ni la férrea disciplina que debe aplicarse y con la que muchos estuvieron en desacuerdo.

Eso fomentó el divisionismo, la creación de grupos y la debacle de la marcha empezó a gestarse.

Crítico permanente de entrenadores empíricos, Hausleber se preocupaba porque éstos tuvieran los conocimientos suficientes, que estudiaran y se actualizaran, porque no estaba de acuerdo con los que sienten ser todólogos por el solo hecho de ponerse una gorrita, colgarse un silbato y traer una libretita en las manos, solía decir.

La vida del hacedor de andarines pasó entre su familia, a la que muchas veces descuidaba para compartir sus conocimientos en diplomados, cursos y ponencias, aunque las más de las veces no cobraba por sus valiosos aportes y sólo recibía lo que le daban: transporte terrestre o aéreo, hospedaje y alimentación.

Cuando llegó a nuestro país tuvo la encomienda de preparar a los andarines para los Juegos Olímpicos de México 1968 y logró que el sargento José Pedraza se colgara al cuello la medalla de plata en los 20 kilómetros.

Continuó la época dorada de este deporte nacional con títulos mundiales y otros veraniegos, como el oro de Daniel Bautista, en Montreal 76, el de Ernesto Canto (Helsinski 83) y el de Carlos Mercenario (Barcelona 92).

Aunque Hausleber no estuvo de acuerdo con que Raúl González participara en los 50 y 20 kilómetros en Los Ángeles 84 –hasta escribió un documento en el que lo calificaba, entre otras cosas, de sicópata, como lo acepta el doble campeón olímpico en su libro Así Gané– finalmente el que después fue presidente de la Conade obtuvo oro y plata en esa justa veraniega.

El legado del especialista polaco se extiende a quienes formó como entrenadores, que igualmente han brindado frutos. Sin embargo, no pudo evitar la debacle de este deporte cuando dejó de ser asesor y renunció a la jefatura nacional de preparadores.

Debido a las diferencias que tuvo con González, el entrenador emigró a Canadá donde preparó a los competidores de aquel país, para regresar e integrarse de nuevo al sistema deportivo de México.

En 1993 fue reconocido con el Águila Azteca, por ser una persona que cumplió sobradamente con todos los requisitos que exige la máxima condecoración que entrega el gobierno mexicano a un extranjero, para luego obtener la naturalización, al siguiente año.

Ganador en dos ocasiones del Premio Nacional de Deportes –la primera medalla de 1995 la empeñó y la perdió–, la segunda ocasión, en 2011, desairó al gobierno de Felipe Calderón al no asistir a la entrega de los galardones, porque por reglamento no se le otorgaría el efectivo del reconocimiento. Para su precaria situación económica, era importante tener los 577 mil pesos del distintivo.

Los amplios brazos del reconocimiento que tocaron al padre de la caminata alcanzaron el ámbito mundial, cuando la misma Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF, por sus siglas en inglés), lo distinguió en abril de 2010 como el arquitecto de la marcha de México por sus grandes logros, además de su visión de que el rendimiento de un deportista depende de su actitud mental. De nada sirve estar físicamente fuerte si no se tiene la convicción de triunfar.

Andarines de varias naciones visitaban constantemente México para conocer no los secretos del gran patriarca de la marcha del país, sino para observar la metodología que había desarrollado para preparar a los competidores, que incluía prolongadas estancias en la altura, en Bolivia particularmente.

A Jerzy Karol Hausleber Roszczewska le sobreviven su esposa Bozena, sus hijos Andrés y Tomás, y siete nietos.