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Mario González presenta en la feria de Minería su novela Faustina, publicada por Era

Refuta autor la visión edulcorada del México precolombino

Eso de que los mexicas eran vegetarianos y pacíficos es una rotunda mentira, opina

Pararse frente a un puesto de tacos de los buenos en las estaciones del Metro Indios Verdes, Tacuba o Popotla implica una referencia inmediata al pasado del pavoroso mundo prehispánico, dice

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El lenguaje oral está lleno de torpezas, de yerros, pero tiene una vitalidad que el lenguaje del diccionario no posee; para trabajarlo se necesita atrapar esa eficacia que está en el tono, señala Mario González Suárez en entrevista con La JornadaFoto Luis Humberto González
 
Periódico La Jornada
Miércoles 26 de febrero de 2014, p. 5

En los tacos y la música, sobre todo en la ciudad de México, se conservan muestras del pavoroso mundo prehispánico, que no era vegetariano ni pacífico, afirma el narrador Mario González Suárez a propósito de su novela Faustina.

Publicado por Ediciones Era, el volumen será presentado en el Auditorio Bernardo Quintana en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería este miércoles a las 19 horas.

Párate frente de un puesto de tacos de los buenos, ahí en el Metro Indios Verdes, Tacuba o Popotla; hacen una referencia inmediata al pasado prehispánico. Escucha a Los Ángeles Azules: son mexicas, dice el escritor en entrevista con La Jornada.

El autor refiere que en contraste con la idea edulcorada de lo que fue el México anterior a la conquista, los cronistas de Indias: Bernal Díaz del Castillo y Diego Muñoz Camargo hablan de esa comida antropófaga.

González Suárez (DF, 1964) dice: Es una versión de la humanidad un poco pavorosa. Esto de que eran vegetarianos y pacíficos es una rotunda mentira (...) Vivían en una guerra permanente, sobre todo los mexicas, quienes habían logrado construir un imperio de sometimiento.

Menciona que nació en el Centro Histórico: “Crecí ahí (...) me fui a otros lados y pude ver lo que había: toda la fuerza que hay en ese lugar y que no ves cuando estás cerca.

Ahí sigue el Templo Mayor. Todo lo que sigue enterrado debajo del Palacio Nacional, de la Catedral. Los dioses antiguos ahí están. Sólo es cosa de detenerse un momento para que los empieces a ver.

La negación de ese mundo, continúa, se halla en el catolicismo, “es algo que nos resulta horripilante y preferimos estas versiones indigenistas o folclóricas de ese pasado que no nos gusta mucho.

Cauda de incertidumbres

“Hay un libro muy interesante de Alfredo López Austin, El cuerpo humano e ideología, un acercamiento a la idea del cuerpo humano y el cosmos que tenían los pueblos mesoamericanos, y no es para nada occidental. No se puede pensar con los conceptos occidentales una cultura así.

“El fundamento de los códices, los tonalpohualli, es el calendario de 260 días, que gira indefinidamente. Los pueblos mesoamericanos calcularon hasta 26 mil años de movimiento celeste y eso está dando la vuelta infinitamente. Es una historia de la humanidad muy curiosa y angustiante para nosotros los occidentales”.

La novela Faustina está tejida en torno a la familia mexicana y la heredad cultural de los pueblos originarios, a partir de una narración directa, dura y humor; con una cauda de incertidumbres, la voz narrativa se interroga sobre sus padres, su entorno y la realidad.

Respecto del tema de esa obra, el narrador afirma que es “‘in tonan in tota tlaltecuhtli tonatiuh’ (nuestra madre y nuestro padre la Tierra y el Sol). Es una historia mexicana sobre el enigma del origen. La voz que narra tiene una enorme preocupación porque no se explica a sí misma. No sabe cuál es su origen. Piensa que estaba en algún lugar durmiendo y de pronto vinieron sus padres a despertarla nomás para nada. Es un personaje absolutamente sensual, que vive en función de sus sentidos, de su percepción, de la comida, del sexo, del viaje. Necesita de este procurarse placer todos los días.

El narrador tiene una línea temporal: los días en que el papá va a visitarlos, pero está totalmente envuelta por todas las capas del tiempo de las que habla, las digresiones (...) La realidad es aparente y siempre es algo que está por descubrirse. El narrador tiene la percepción de que hay otro lado pero siempre encuentra la manera de seguir.

–¿Por qué eligió esta voz?

–Porque es muy eficaz. La oralidad para que funcione literariamente necesita un trabajo de depuración, de transformación para quedarse con la parte eficaz de lo oral.

El lenguaje oral está lleno de torpezas, de yerros, pero tiene una vitalidad que el lenguaje en el diccionario no tiene, para trabajarlo necesitas atrapar esa eficacia que está en el tono, en las asociaciones, en las rimas internas que tiene la prosa, la sonoridad.