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El asesinato el mes pasado del dueño de un bar revela red de explotación sexual

En Jalisco es un secreto a voces la trata de mujeres y varones traídos de Venezuela

ONG dedicada al rescate de víctimas de ese delito demanda a la fiscalía estatal hacer pesquisa

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Irma Yolanda Miranda Quezada, madre de Nallely Estrada Miranda (cubierta), quien resultó herida durante un ataque en el que murió el dueño del bar en que la joven trabajaba. En la imagen también aparece Alan, hermano de NallelyFoto Sanjuana Martínez
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Domingo 16 de febrero de 2014, p. 6

Guadalajara, Jal.

En la casa ubicada en la calle Tenochtitlán número 4083, colonia Ciudad del Sol, en Zapopan, la entrada y salida de mujeres procedentes de Venezuela es intensa. Los vecinos son testigos de la presencia de una veintena de ellas; todas con cualidades físicas llamativas: altas, esculturales y hermosas. El movimiento de coches y taxis que las trasladan sucede durante día y noche.

Son puras extranjeras. Ya tienen tres años viviendo allí. Cada cinco minutos llegan coches, les pitan y se las llevan; luego viene otro y las deja, señala una vecina molesta por el trajín y el ruido. A veces llegan a las cuatro de la mañana con la música a todo lo que da y adrede le suben el volumen. ¿Quién las trae? Quién sabe. Es como un hotel.

Hace unos días, un escándalo en la madrugada despertó al vecindario. Una señora gritaba desde la calle: ¿Dónde está mi hija? ¿Dónde la tienen escondida? Una vecina cuenta lo que sucedió: “Les gritó, se hicieron de pleito y que voy viendo cuando salieron. Y dije: ‘¡Ay, Dios mío! ¡Cuánta muchacha!’ Eran más de 20 y le pedían a la señora que se calmara, que su hija no estaba aquí, que por favor se fuera, pero ella las amenazó: ‘Les voy a echar a Relaciones Exteriores’”.

La presencia de estas mujeres es un secreto a voces que conocen incluso las autoridades de Jalisco, debido a sus denuncias, pero nadie hace nada. “Yo las compadezco; así como ellas están aquí en esas circunstancias tenemos que pensar que en otro país hay muchachas de aquí también, igual que ellas. Esto es trata de mujeres, las traen para explotarlas, hasta los papeles les quitan y lo que más pena me da, son las jovencitas, porque son casi niñas. Me dan lástima, pobrecitas. Las madres las andarán buscando, pero aquí a la policía no le interesa, están todos metidos. Mi marido me dice: ‘Tú no te metas, que al cabo, ellas ni duran’”.

El portal de la casa está abierto. Tiene el jardín descuidado y hace días que no barren. Yo tengo que barrer toda el área porque ellas nunca salen a limpiar, apunta la recepcionista del consultorio de al lado. La mujer que las cuida vive al fondo.

Otra vecina explica que a las seis de la tarde, cuatro de ellas salen y se van caminando al bar Bandidas, ubicado en la avenida López Mateos número 2375. En ese lugar han ocurrido varios hechos violentos, incluidas balaceras con saldo de heridos. El dueño, Iván Martínez Macías, fue asesinado hace un mes y el año pasado su hermano fue levantado. Ambos eran dueños de varios table dance y otros giros negros con mujeres extranjeras y mexicanas.

A pesar de todo, el lugar nunca ha sido clausurado y sigue funcionando día y noche. Su gran atracción son las vaqueras. El sistema de este giro negro consiste en convertir a las meseras en bailarinas. Cada día las coreografías corresponden a temáticas: los martes son colegialas, los miércoles vaqueras y los jueves enfermeras. Si venden más de 2 mil 500 pesos en alcohol y comidas, reciben 500 pesos diarios; de lo contrario, el ingreso se reduce a 200 pesos por ocho horas de trabajo.

Lo demás era cuestión de cada quien. Si un cliente nos ofrecía dinero, era si queríamos. Cada quien decidía con quién y a dónde se iba. Yo nunca pensé que eso era trata de mujeres, sostiene Nallely Estrada Miranda, de 21 años, quien trabajó ahí de mesera-bailarina durante unos meses.

Está acostada en la cama, convaleciente de las heridas, al lado de su hermano Alan. Hace un mes salió de trabajar a las cuatro de la mañana, se fue con el dueño, Iván Martínez Macías, su novia Heridia de León Piñón, también trabajadora en el bar, y en la glorieta Chapalita, entre la avenida Guadalupe y la calle San Ignacio unos hombres desde una camioneta Jeep Liberty les dispararon. Él murió, su compañera resultó ilesa y Nallely Estrada recibió dos balazos.

Sentí un calor muy fuerte en el estómago y en la pierna. Bajé del carro y alcancé a arrastrarme hasta el camellón. Estoy viva de milagro, afirma mientras se descubre las dos costuras de las heridas: 29 puntos en el estómago y 14 en la ingle.

Vida al filo de la navaja

Nallely sabe que vivía bajo el filo de la navaja. Su jefe y novio de su compañera de trabajo era amigo de Daysi Yeniree Ferrer Arenas, modelo venezolana secuestrada y asesinada el 18 de diciembre de 2012. Esa noche, Martínez Macías estaba en la discoteca La Galería con su esposa venezolana Lucy Angulo Labrador, con quien tenía una hija y estaba embarazada, y otras dos amigas de la misma nacionalidad: Hirosaya García y Banessa Hernández.

“El asesinato de Martínez Macías abre el caso del crimen de Daysi Yeniree Ferrer Arenas, un caso que nunca se investigó a fondo. Ella vino contratada por medio de una página web para hacer modelaje. Le enviaron los boletos y al llegar empezó el esclavismo para estas chicas. Las ponen a fichar. Ella trabajó en (los bares) Mala Noche No y Bandidas, propiedad o prestanombres de los hermanos Martínez Macías, también asesinados posteriormente. Estos hechos desvelan una red de trata de mujeres y hombres desde Venezuela”, apunta Juan Manuel Estrada, fundador y presidente de la Fundación Find, organización no gubernamental dedicada a buscar y rescatar víctimas de trata, secuestro y desaparición.

Galardonado el año pasado con el premio otorgado por la Comisión Nacional de Derechos Humanos, Estrada ha investigado las redes de trata de mujeres y hombres procedentes de Venezuela, con fines de explotación sexual, que operan actualmente en Guadalajara.

“En estos giros negros las mujeres y los varones que trabajan allí son de Venezuela. Hay lugares para hombres y otros para mujeres. Aquí se les pagaba el gimnasio para que siguieran conservando su físico, pero todos tienen que pagar su deuda y los ponen a fichar. Es trata de personas y las autoridades lo saben y corresponde a la Fiscalía de Jalisco hacer una investigación a fondo. ¿Por qué venezolanas y venezolanos? ¿Cómo vienen? Estamos seguros de que hay un enganchador en Venezuela vinculado con México, porque las características son las mismas: muchachas con cuerpos voluminosos; y ellos de complexión muy atlética. Y todos hacen trabajo sexual”.

Los servicios sexuales de hombres conocidos como Los Panas se contratan por Internet. Los jóvenes ofrecen sus servicios desde 500 pesos. Hacen los contactos vía Facebook y en páginas especializadas en ofertas sexuales.

“Hay casas donde los tienen. Daysi vivía en un coto denominado Villa Toscana, por la calle de Mariano Otero, en el número 1373, casa 3B. Vivía con otras 15 o 20 jovencitas venezolanas, según nos dijo su madre. Y les van cambiando su domicilio constantemente. Indudablemente este es un componente de trata de personas: el hecho de tenerlos concentrados para ejercer un control, de pagarles con base en lo que venden, de sentarlas a fichar con los clientes y de la violencia ejercida contra ellas particularmente, como nos lo hacen saber algunos testimonios que tenemos”, sostiene Juan Manuel Estrada, quien con entereza y valor ha enfrentado el poder y las amenazas de los tratantes, desde hace más de 20 años de activismo.

Irma Yolanda Miranda Quezada, madre de Nallely, se muestra preocupada por la salud de su hija. Los balazos afectaron la movilidad de su pierna izquierda y requiere urgentemente rehabilitación, pero la empresa que opera el bar no ha querido asumir los gastos.

“Veo muy fuerte el problema. Ayer que fui a hablar con la encargada del lugar me dijo que no había sido accidente de trabajo, que el dueño ya se había muerto, pero yo le dije: ‘¿Y a mi hija, el daño quien se lo va a reparar?’ Ella no duerme porque cierra los ojos y se le viene todo lo que vivió, necesita ayuda sicológica y sus rehabilitaciones para volver a caminar bien. No le puedo comprar ni la faja, ni la crema que le recetaron; me dicen que no tienen dinero, pero el negocio sigue trabajando, el bar está abierto. Nos urge el apoyo”.

A Nallely lo que verdaderamente la tiene preocupada es la estética de su cuerpo. “Mi trauma son estas cicatrices. Todas mis blusitas eran chiquitas para enseñar el ombligo. Diario andaba escotada y con shorcitos; ahora estoy en los huesos, he perdido ocho kilos”.

Su madre la interrumpe: Mi hija, tienes vida, eso es secundario. Recuerda que se metió al mundo de los giros negros por invitación de una amiga y ha decidido no volver, pero Nallely, como muchas mujeres sobrevivientes o rescatadas, no se asume como víctima. No éramos prostitutas, nomás la que quería.