Opinión
Ver día anteriorDomingo 16 de febrero de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La mata dando
A

ntier una amiga me preguntó informalmente qué estaba leyendo en estos días. Me sorprendió, porque soy reservada y no acostumbro hablar de mi trabajo personal, en buena medida centrado en mis lecturas. Pero al tratarse de un punto de la intensa conversación que sostenía con ella, pláticas nutridas que ambas necesitamos, en las que enunciamos más temas y derivados de los que en nuestros esporádicos cafés podemos abordar a profundidad y exhaustivamente, después de quedarme pensativa, sorprendida en falta, le respondí que finalmente estaba empezando a leer la biografía de Christopher Domínguez Fray Servando. Menos amenazada, me explayé un poco.

Le conté que Fray Servando destacaba en mi programa del año pasado, pero que entre los otros títulos y los inevitables que se me fueron imponiendo, el libro de Christopher se me había rezagado. Mi interés principal era leer al autor en este trabajo, adentrarme más en su mente abarcadora, en las dimensiones de su cultura y de su brillante capacidad intelectual, y examinar en particular su aproximación al género biográfico. Animada, expuse tímida los primeros frutos de mi aproximación. La obra es una pieza imprescindible para el conocimiento de la historia de México, que a mí me ha costado abordar por mis limitadas facultades de concentración, memoria, entendimiento. Pero un desarrollo como es este Fray Servando me motiva a hacer todo el esfuerzo necesario para persistir en leerlo de principio a fin, a su difícil ritmo, pues lo considero fundamental.

Me habría gustado hacer la lista completa de lo que había leído a lo largo del 2013, dentro y fuera de programa, tanto volúmenes propiamente dichos como artículos de toda clase de temas, fuentes y extensiones. Lo hice demasiado someramente.

Prestó peso al registro de lecturas pasadas mencionar que de todas había sacado suficiente sustancia para escribir mis colaboraciones periódicas a la prensa, verlas publicadas, algunas incluso comentadas por lectores. Dicho esto me sentí mejor, pero no fue suficiente para aventurarme a insistir en su calidad de lecturas sustanciosas, pues todas ellas tienen tanto que ofrecer que en cada ocasión me he quedado corta, la mata siempre ha tenido más que dar.

Pero la inocente pregunta de mi amiga me trabó lo suficiente para incapacitarme para recordar qué más estaba leyendo en el presente. Desde hace tiempo, corto pero creciente, mis lecturas se dan en dos mundos, el impreso y el electrónico, relacionados a mis horas de lectura, a mi forma de ser, a la inmediatez con la que electrónicamente encuentro libros que de pronto me urge leer. Sobre todo, leo de madrugada, pues no sería capaz de molestar a mi pareja si encendiera la luz y lo despertara. Eso es todo. Pero como tampoco puedo ni quiero prescindir de la literatura impresa, he acomodado otras horas y circunstancias en el día para leerla. Éste es el caso del Fray Servando de Christopher.

Entre las lecturas de las madrugadas, ya no referí que precisamente antes de ver a mi amiga había terminado de leer una edición más del Lazarillo de Tormes. He leído muchas, pues es una de mis novelas favoritas, la iniciadora de uno de mis géneros favoritos de ficción, que es la picaresca. Pero entre las versiones que he leído –desde las anotadas por reconocidos eruditos hasta las anunciadas, sin notas, como las más autorizadas, o ya sea las escuetas y secas o las desnudas o las auténticas– ésta, ay, no fue de las que más me hubieran podido dejar. Se trata de una versión actualizada, de lectura accesible para lectores iniciales o intelectualmente pobres, categorías en las que muy equivocadamente los encargados amontonan a los niños. Recoge la anécdota, y éste es un valor. Pero deja afuera la gracia de la narración original. Lo cual, aparte de erróneo, es una aberración. Dejé de estar contra las versiones adaptadas de una u otra forma de lecturas clásicas, en cualquier idioma. Y me sostengo, a pesar de que al mismo tiempo me contradiga de cuanto escribí en mi juventud en oposición férrea a estas maniobras de adaptaciones cometidas en los libros. Pero me sostengo siempre y cuando las adaptaciones no desvirtúen el meollo de la obra que es, con mayor razón en la literatura clásica, la característica personal del autor, anónimo, seudónimo o nómino, y que suele llamarse el estilo. Esto, señores adaptadores, ¡No tocar!