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Inconformidad y volencia

Hipólito Mora recibe ovación de héroe; confíen en las autoridades, pide

Frenen a comunitarios o morirán inocentes, advierten templarios a fuerzas federales
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Vigilar custodiado. Frente a un elemento federal, un miembro de las autodefensas comunitarias de Michoacán monta guardia en la ciudad de Apatzingán, bastión del cártel de los Caballeros templarios, tras la ocupación de la localidad, ayerFoto Víctor Camacho
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Periódico La Jornada
Domingo 9 de febrero de 2014, p. 3

Apatzingán, Mich., 8 de febrero.

Larga había sido la espera cuando los comunitarios escucharon que la voz del Siete siete por una frecuencia de radio. Pusieron atención e invitaron a algunos periodistas a oír la arenga de quien identificaron como jefe de los pistoleros de los Caballeros templarios. El Siete siete o El pantera daba instrucciones a sus soldados y amenazaba al gobierno: De aquí no nos vamos, aquí nos quedamos. El pueblo de Apatzingán no quiere autodefensas.

Un comunitario de Apatzingán recién incorporado al movimiento dijo que la voz de trueno era de Juan Aibar Mendoza. Y Juan o El pantera cambió de destinatario: Esto es para ustedes, señores del Ejército Mexicano y la Federal: no dejen avanzar más a los comunitarios; no nos hacemos responsables de todas las muertes de personas inocentes que puedan ocurrir.

Mientras el líder del cártel amenazaba, algunos comunitarios le respondían con insultos. Su gente le echaba porras y refrendaba a gritos su lealtad:

–¡Arriba los Caballeros templarios! ¡Arriba Michoacán!

–¡Hijos de su puta madre! Se les apareció el diablo, perros. Ya no sigan avanzando porque les vamos a partir su madre.

Masacre de jornaleros

Dueño de una historia criminal más larga que las arenas del mar, al Siete siete le atribuyen, por ejemplo, la masacre de jornaleros ocurrida el 10 de abril pasado, cuando un comando atacó a cortadores de limón que, desarmados, regresaban de un acto al cual acudieron para demandar seguridad al entonces encargado de la gubernatura, Jesús Reyna.

Pero ahora el Siete siete se mostró piadoso: Si nos obligan van a pasar muchas cosas. Hemos sido respetuosos, pero si siguen apoyando y avanzando, ya no respondemos. Que Dios los bendiga a todos.

Los comunitarios seguían mentando madres en sus radios, de modo que el templario siguió: “Cuando yo diga que empieza la fiesta, va a empezar, y ya saben todos lo que tienen que hacer. Tengo también barrenos (de dinamita) por todos lados, pa’que sepan”.

Un coro le respondía en los pequeños aparatos de radiocomunicación: “A la hora que usted diga, viejón, nos partimos la madre con los comunitarios.

Cuando usted dé la orden, nos vamos a dejar caer con todo. ¡Arriba la guardia michoacana, compañeros!

Otros mezclaban su lealtad con leperadas, cosa que no fue del gus­to del jefe: Por favor, compañeros, hermanos, no le falten al respeto a nadie. Compórtense a la altura. Si un comunitario está hablando déjenlo que hable solo, por favor, señores.

Uno de los hombres de las autodefensas metió su cuchara: “¿Los barrenos para qué los quieres? ¿Para comportarte ‘a la altura’?, ¿para matar inocentes?”

–Ustedes están permitiendo esto. Los señores militares están causando esto, así va a ser, como va, muéramos quienes nos muéramos.

–Pues te vas a morir, hijo de puta, te vas a morir –cerró, sin hacer caso del Manual de Carreño templario, el Comandante Cinco.

No anden exhibiendo las armas

El Comandante Cinco no andaba de buenas. Se cansaba de hablar con sus pares de otros pueblos para exigirles, más que pedirles, que ninguno osara entrar al centro de la ciudad en tanto no nos den el permiso.

“Aguanta, Patancha, y las armas las quiero escondiditas, no las anden exhibiendo. Si se mete gente armada sin permiso van a ser arrestados”, atacaba el Comandante Cinco su teléfono celular.

En esas estaba cuando le informaron que el primer alzado de la Tierra Caliente, Hipólito Mora, ya había llegado al centro. El plan de entrar juntos se acabó.

¡Viejo cabrón!, masculló, y volvió a emprenderla contra su celular.

Mora, efectivamente, había llegado a la catedral, desarmado y con un chaleco antibalas, encima del cual se puso la camiseta blanca del sacerdote Gregorio López: CCristos (Consejo Ciudadano Responsable de Impulsar el Sano Tejido del Orden Social) es el ingenioso nombre de su organización.

Desde muy temprano, los grupos de autodefensa comenzaron a tomar control de las entradas de la ciudad, mientras el Ejército y la Policía Federal intensificaban sus recorridos por calles y caminos, siempre acompañados de helicópteros.

En un punto había un centenar de camionetas, en otros sólo una decena. Pero en todos los casos, las autodefensas eran cobijadas por la Policía Federal y, por vez primera en algunas semanas, por agentes de las fuerzas del estado de Michoacán.

El entusiasmo inicial de las autodefensas se fue diluyendo conforme pasaba el tiempo y apretaba el calor.

El grupo más numeroso de autodefensas se congregó en la carretera que viene de Tepalcatepec, en el amplio solar del tianguis limonero. Durante horas estuvieron acompañados por policías federales que luego se fueron sin explicación alguna.

En las calles se volvió común la escena de caravanas de vehículos repletos de agentes bien armados que no iban solos: iban con ellos dos o tres comunitarios en calidad de guías. Van a reventar casas, decían sus compañeros, su expresión de llamar al cateo de los domicilios de presuntos templarios.

Con todo y la buena relación, el día se fue consumiendo sin que el permiso para entrar a la plaza principal llegara.

El gobierno sabe lo peligroso que es este movimiento

Aquí manda –o mandaba hasta antes de la irrupción de las fuerzas federales– el único presidente municipal que, según sus homólogos de la región, no pagó nunca cuota a los Caballeros templarios. “Pues cómo iba a pagar, si es sobrino de El Chayo”, dijo un comunitario mientras esperaba la orden de avance a 5 kilómetros del centro.

Se llama Uriel Chávez y hoy, mientras en su municipio no cedía el zumbido de los helicópteros, escribió en las redes sociales: “Señor, te doy gracias porque me has permitido cumplir un año más de vida, y me has otorgado la gracia de poder celebrarlo junto a mi familia y seres queridos. Aunque este último año ha sido difícil, sé que son pruebas que nos pones en el camino…”

Por lo que se vio en su página, pocos lo felicitaron. Antes bien, uno de sus amigos de Facebook le exigió ponerse los pantalones y no permitir que en Apatzingán anden sueltas las ratas comunitarias.

Por ningún lado le fue bien al señor alcalde. Ya de noche, un mitin en la plaza principal, encabezado por Hipólito Mora, sumó a sus exigencias la salida de Uriel Chávez de la alcaldía.

No entendieron los ciudadanos indignados que la única pretensión del presidente municipal era ponerse a tono con el gobierno federal, que este día, en medio del escándalo por las reuniones del comisionado federal con un narcotraficante, dedicó sus mensajes sobre Michoacán a destacar la belleza de Pátzcuaro y la maravilla de la mariposa monarca.

Que Michoacán nuevamente esté en voz del mundo, por la calidad de sus artesanos, lanzó a las redes la Presidencia de la República.

Caía la noche cuando Hipólito Mora fue ovacionado como héroe y dio un breve discurso, a grito pelado, en la plaza principal. El limonero pidió a los lugareños confiar en las autoridades y denunciar a sus vecinos que sean miembros del crimen organizado.

¡Estamos confiando en ustedes, no en el gobierno!, gritó un hombre.

Hipólito se explicó: El gobierno sabe lo peligroso que es este movimiento, y por eso está trabajando bien.

Por ahora –este domingo cantará otro gallo, según los comunitarios– la toma de Apatzingán terminó en misa y mitin.

Las fuerzas federales añadieron algunos detenidos a su lista que engorda rápido –entre ellos un hermano de Kike Plancarte– y la vida siguió su curso, con todos los comercios abiertos, a excepción de algunos consumidos hace unas semanas por las llamas templarias.

En una calle que desemboca en la plaza, los comerciantes aprovecharon el viaje para invitar, con una gran manta, a un baile el próximo día 14. El tema: Hagamos el amor y no la guerra.