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El legado de Obama
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ara el presidente Obama, 2014 resulta año crucial. De lo que haga en este periodo depende su legado, su aporte fundamental a la historia y no de cualquier presidente, del primer mandatario negro de Estados Unidos.

Hasta el momento sus resultados están llenos de claroscuros y medias tintas. El único gran logro que puede adjudicarse es haber culminado la búsqueda y el ajusticiamiento de Osama Bin Laden, lo que no significa haber derrotado a Al Qaeda. Pero a su vez tiene en contra el atentado terrorista del maratón de Boston, que dejó al descubierto la facilidad con que puede ser atacado y vulnerado desde dentro.

Su propuesta de reforma al sistema de salud, calificada por los enemigos de Obama Care, ha sido un fracaso, a pesar de que siga sacando ejemplos puntuales de que funciona bien y es mejor que el sistema anterior.

Tampoco pudo terminar con la ominosa cárcel de Guantánamo, precisamente en un territorio donde se perpetúa su carácter colonial y que se utiliza como patio trasero.

Tampoco pudo avanzar en cuanto al control de armas, a pesar de sus sentimientos de indignación cada vez que se perpetra un ataque irracional contra población indefensa. Ni si quiera pudo conseguir el apoyo de todos los votos demócratas. Ahora festeja que la cadena de farmacias CVS haya decidido quitar de sus vitrinas el tabaco, pero no puede evitar que en los supermercados Wal Mart se vendan municiones y armas de asalto.

Hay que reconocer que cumplió con su promesa de sacar al ejército invasor de Irak y que está en vías de salir de Afganistán, pero en ambos casos su retirada parece más una derrota, el abandono del campo dejando todo un tiradero de muerte, destrucción y conflictos irresueltos.

Sus propuestas de política exterior no llegan a cuajar. En Israel vuelven a las consabidas y reiteradas conversaciones de paz y su mediación no da signos de servir para nada. Ni un paso atrás en las posiciones israelitas y más bien avance constante sobre posiciones y colonización de territorios palestinos. En Siria se evitó el ataque de casualidad y por mediación rusa, pero no hay mayor progreso en cuanto a la destrucción del arsenal químico. En Irán se vuelve a la mesa de negociaciones y por fin parece insinuarse un camino de solución.

El campo de la seguridad también deja mucho que desear. El forado de información abierto por Edward Snowden lo ha dejado mal parado a escalas interna e internacional, especialmente con sus aliados europeos.

En el campo de la reforma migratoria, otra de su promesas de campaña y deuda fundamental con el electorado latino que le permitió ganar en dos oportunidades, no hay avances en puerta. Su única acción positiva fue un decreto ejecutivo para evitar la deportación de los jóvenes (Dreamers) y que se puedan acoger a un programa de regularización conocido como DACA.

Por el contrario, Obama pasará a la historia como el gran deportador de migrantes en Estados Unidos, lo que acentúa el drama de la familias y comunidades divididas. Con la excusa de que tiene que cumplir la ley, no hace nada al respecto. También es ley sancionar a empleadores que contratan indocumentados y esa no se cumple.

En su reciente Informe a la Nación varios analistas esperaban que se refiriera al tema migratorio, pero no le dedicó ninguna línea. Gran parte de su discurso se enfocó a lamentarse de la poca colaboración que ha tenido del Congreso. Y eso precisamente le critican sus asesores: que a lo largo de estos años ha operado más como primer ministro que como presidente. El mando ejecutivo no se ha dejado sentir.

Y como era de esperarse, la Cámara de Representantes ya dejó en claro que no le interesa legislar sobre el tema migratorio. Se esperaba alguna señal porque se había estado trabajando en lo que serían los principios básicos para la discusión sobre una reforma migratoria que debía ir paso a paso.

Para los republicanos los inmigrantes indocumentados podrán eventualmente vivir y trabajar en Estados Unidos bajo las siguientes condiciones: que se registren ante el gobierno federal; que admitan su culpabilidad; que pasen por un riguroso control sobre su pasado y récord criminal; que paguen multas significativas; que demuestren tener un historial limpio en cuanto a pago de impuestos; que demuestren que saben inglés y conocen las normas cívicas, y que demuestren que no son una carga para el gobierno o la sociedad.

En otras palabras, los republicanos consideran como principios básicos una retahíla de condiciones y prejuicios bastante severos y humillantes. El migrante se tiene que registrar, lo que significa que debe declararse ante el gobierno como ilegal, luego tiene que pedir perdón por sus pecados y someterse a un estricto escrutinio de su vida pasada para ver si es digno de entrar en un proceso de regularización, previo pago de multas, impuestos, exámenes de inglés y demostrar que no ha sido, ni será, una carga para la sociedad.

Dado que los demócratas ponen como punto no negociable que tiene que haber algún tipo de camino a la ciudadanía, los republicanos no dicen nada al respecto, pero tampoco cierran el paso. Aunque dicen que primero deber ir los que hicieron sus trámites por la vía legal para obtener una visa y que no entraron de manera subrepticia. Es decir, todos los indocumentados se deben poner al final de la fila.

Pero todo esto fue un asunto del pasado. El líder de la Cámara de Representantes, John Boehner, afirmó que después de meses de trabajo no se ve un camino claro hacia una reforma migratoria, ni siquiera pieza por pieza.

Y, como señala David Brooks en su columna de La Jornada del 7 de febrero: la culpa la tiene Obama: hay amplias dudas sobre si se puede confiar en esta administración para aplicar nuestras leyes. Y será difícil promover cualquier legislación sobre inmigración hasta que esto no cambie.

Ahora resulta que el gran deportador no ha cumplido con su trabajo.