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La Guerrera organizó la función y ya tiene a su primer monarca: Tyson Luna

Ana María Torres ahora es pionera como promotora de boxeadores

Busca que sus peleadores siempre tengan un pago justo y a tiempo, destaca

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Ana María Torres fue la primera mujer en ganar una pelea oficial en México, hace casi 15 años, pero eso sólo fue el inicio de una prolífica carrera a la que añadió el gusto por entrenar a jóvenes boxeadores y ahora incursiona como promotora. Madre de dos hijos, dice que es difícil compaginar sus actividades con el cuidado de los pequeños, pero eso no le impide emprender nuevos retosFoto Juan Manuel Vázquez
 
Periódico La Jornada
Sábado 8 de febrero de 2014, p. a15

La primera noche que subió a pelear como profesional a un cuadrilátero, Ana María Torres temblaba y titubeaba por el miedo en un vetusto camerino de la Arena México, que se había improvisado como área para las peleadoras, pues los vestuarios eran exclusivos para los hombres. Mientras envolvían sus puños de mujer joven y los enfundaban en los guantes, como dos preciosas armas de combate, se preguntaba si no sería mejor retractarse y abandonar esa idea que aquella noche de julio de 1999 parecía descabellada.

Sería la primera vez que dos boxeadoras –la rival era Mariana Juárez– pelearían en una función pública en México, pues una ley obsoleta de mediados de los años 50 consideraba que este deporte brutal atentaba contra la esencia delicada de las mujeres.

En medio del morbo de un público acostumbrado a ver cómo dos varones se cosían a golpes, Ana María debutó con coraje y consiguió la primera victoria de una mujer en el boxeo mexicano. Lo que vino después fue una carrera cuesta arriba en la que tuvo que abrirse camino contra los prejuicios y el maltrato laboral para quien irrumpe contra lo establecido.

Catorce años más tarde, Ana María es otra mujer. Ahora es madre de dos hijos –Cristóbal, de un año, y Enrique, de tres meses– y en esa pausa por la maternidad, La Guerrera abrió las puertas de otra área en la que las mujeres no suelen participar: el negocio del boxeo.

El debut de Ana María como promotora no fue distinto al que vivió como boxeadora. Hace unas semanas organizó su primera función profesional y volvió a sentir esa descarga de adrenalina como la que vivió cuando debutó como peleadora.

Esta vez no eran los golpes ni la actitud hostil del público lo que la hizo temblar, sino la presión por todos los intereses que estaban en juego (la inversión financiera, los patrocinadores y la televisora encargada de transmitir los combates). Una semana antes de la fecha acordada –27 de diciembre de 2013– se quedó sin escenario para realizar la función.

Tuvimos que buscar otro sitio para hacer el evento, conseguir los permisos y vender el boletaje con el tiempo encima, recuerda Ana María con una expresión que revela el estrés de esos días.

Esa noche, el campeón nacional en peso medio, Adrián Tyson Luna, el primero formado por ella, hizo su defensa número uno ante Ulises Jiménez, a quien noqueó en el segundo asalto. La velada resultó mejor de lo esperado, el Deportivo La Perla, en Ciudad Nezahualcóyotl, convocó a cerca de 800 aficionados en un recinto para mil personas.

“Fue un éxito porque la función salió adelante, de dinero la verdad no sé cómo salimos, yo creo que si lo vemos así, pues, no hubo ganancias, pero la experiencia fue lo que ganamos esa noche. Tuvimos buen rating en la televisión. No perdí nada, para mí todo fue ganancia”, dice optimista Ana María, pues a pesar de la entrada aceptable, sabe que la taquilla no es el reflejo del éxito financiero.

En términos de dinero sí hay una pérdida fuerte, pero para ser la primera nos fue muy bien, espero que para la segunda función podamos salir tablas, insiste otra vez animada.

Mercado arriesgado

El negocio del boxeo es un mercado muy arriesgado si se piensa en términos de inversión, explica Mauricio Sulaimán, secretario general del Consejo Mundial de Boxeo.

Es un negocio en el que existen demasiados promotores, pero donde las ganancias están limitadas a unos cuantos, agrega. La apuesta suele ser muy costosa para quien invierte un capital en este deporte, la mayoría de las veces movidos por la ilusión de que en el futuro se conseguirá un campeón que redituará los gastos. Pero eso –asegura– pocas veces sucede y, en la mayoría de los casos, nunca llega.

Ana María ya tiene a su primer campeón, el Tyson Luna, pero aún no ha visto ganancias. Es demasiado pronto –considera–, aunque tampoco teje ilusiones ingenuas sobre esta nueva etapa de su carrera. Ella tiene claro que este giro en su vida es un riesgo, que invertir dinero en este deporte no tiene ninguna garantía y que prácticamente está avanzando a ciegas, con más voluntad que conocimiento del engranaje oculto de esta industria. Lo único que tiene como respaldo –afirma– es el nombre de Ana María Torres, La Guerrera, una mujer que asume retos y sabe salir adelante.

La verdad no sé si sea un buen negocio, pero quiero participar no sólo como boxeadora, he empezado como entrenadora, algo que no me costó trabajo porque por mi experiencia tengo idea de lo que se debe hacer, lo que sí he tenido que aprender es a moverme en este negocio, cuenta.

Lo que no sabía cómo conseguir es todo lo que está detrás de una pelea. Apenas tenía intuición de cómo buscar patrocinios, rentar un foro adecuado, convencer a una televisora para que transmita la función, montar el escenario de la velada y, sobre todo, negociar con otros empresarios.

Ese es el verdadero reto, confiesa Ana María, tratar con gente que ya está maleada en este negocio.

En esto no hace concesiones. La experiencia sobre el cuadrilátero le da una perspectiva diferente sobre cómo tratar a los peleadores, porque ella conoce la desilusión y la impotencia de quien se ha expuesto en un combate y no ha recibido nada a cambio. La idea de la que parte Ana María es que los boxeadores no son una mercancía para llenarse los bolsillos.

Lo que yo no quiero es que a mis peleadores se les quede a deber, que cuando se les prometa el pago se cumpla. Yo quiero el trato justo con los peleadores, para que luego no tengan que estar en las comisiones reclamando el sueldo por el que firmaron, dice La Guerrera. “En este deporte muchas veces los que menos ganan son los peleadores, y lo de cuatro asaltos casi no ganan nada, y que encima no les paguen… pues está cabrón”.

Esa política horizontal con los boxeadores se percibe en los dos gimnasios que le pertenecen, uno en Ciudad Nezahualcóyotl, otro en la colonia Doctores. En ellos, se mueve más como una compañera de oficio que como la propietaria del negocio. Los peleadores la saludan con calidez familiar y ella les devuelve el gesto como si fuera una amiga del barrio.

Lo que hoy es distinto al hablar con La Guerrera es la continua interrupción por la multitud de llamadas y mensajes que recibe en sus teléfonos personales. Atiende los negocios, da informes y está al tanto sobre sus dos hijos. Pelear y negociar con dos niños tan pequeños hace más complicada la nueva aventura de La Guerrera.

Cuando hice mi primera función estaba atenta a los detalles de lo que pasaba, pero no dejaba de preocuparme por mis hijos, afortunadamente en eso me apoyaron mis suegros, aunque no te creas, no fue fácil, dice resoplando mientras pregunta si aún duermen sus dos niños en la parte superior del gimnasio de tres plantas en la Doctores.

Todavía no se asume como empresaria de tiempo completo y por eso no deja de pensar y actuar como boxeadora. A pesar de llevar un par de años alejada de los cuadriláteros, sigue con la idea firme de volver a los entrenamientos para disputar un nuevo título mundial. No le queda mucho tiempo sobre la lona, sólo quiere recuperar el cinturón de campeona y hacer un par de defensas; después, se retirará tranquila, satisfecha de que en el boxeo no dejó ningún resquicio que no lleve la impronta de La Guerrera, la mujer que irrumpió a golpes en un mundo que parecía reservado para los hombres.