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Conservar para la vida
E

l patrimonio cultural mexicano es el espejo de la vida de México, es el lugar donde el sueño mexicano encuentra su refugio, su hogar. Es allí donde se despliegan los gestos, los colores, la esperanza, los ideales en los que se ha modelado el rostro de los hombres y mujeres de nuestro país.

Muchos años han pasado desde el 18 de marzo de 1825, cuando Guadalupe Victoria, primer presidente de México, firmó el acuerdo promovido por Lucas Alamán que dio vida a la primera raíz formal de lo que es hoy la institución garante de la conservación de nuestro patrimonio.

Casi 114 años después, el 3 de febrero de 1939, se otorgó acta de nacimiento a la institución donde se sentaron las bases de las épocas más fecundas para la historia, la antropología, la conservación y la arqueología mexicanas. Sí, en un día como hoy, hace 75 años, gracias a la innovadora visión de Estado de Lázaro Cárdenas, nació la institución histórica que la nación mexicana se ha dado para la salvaguardia de su patrimonio paleontológico, arqueológico e histórico: el Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Al cabo de todos estos 75 años todo ha crecido, todo se ha acelerado: los estudios, los estudiosos, el conocimiento, el pasado mismo. Y en el INAH, generación tras generación, hemos aprendido que en los trabajos de investigación y conservación del patrimonio cultural nadie vive solo, que cada uno mantiene una conversación con los que ya han pasado; hemos reafirmado la idea de que la relación con las manifestaciones del patrimonio sólo se completa cuando se encuentra una mirada, cuando la curiosidad de un estudioso, de una académica, de un viejo, de un niño se posa en ellas, cuando un lector, por el acto de conocerlas, las convierte en patrimonio cultural. Cada mirada le otorga una vida nueva.

Cuando este encuentro se propicia, se construye una comunidad de lectores intérpretes. Por eso es tan singular la tarea de los profesionales que formamos el Instituto Nacional de Antropología e Historia. No sólo hemos de producir conocimiento tan cuidado y acabado como sea posible –sea a través de una pieza en un museo, del resultado de una excavación arqueológica, de la restauración de un edificio, de la catalogación de un archivo–, sino que hemos de tener conciencia de que tal conocimiento, por más cuidado y acabado que sea, será siempre incompleto si no encuentra una mirada, si no encuentra al otro, a los otros que lo completarán. Esos otros son la sociedad entera a la que, cuando se abren las puertas de un museo o de una zona arqueológica invitamos, día a día, a convertirse en lectores de pasado, en lectores de identidad.

Asumiendo este principio de propiciar la valoración y el uso social de nuestro patrimonio muchas generaciones de profesionales del INAH hemos hecho que nuestra nación haya dialogado con nuestro pasado, y con ello, haya sumado su mirada a la construcción de nuestra identidad. Al cabo de estos 75 años de historia, gracias al tenaz y comprometido trabajo de cientos de hombres y mujeres, restauradores, arquitectos, académicos y estudiosos del INAH, todos los nombres como Teotihuacán, Palenque, Monte Albán, Santo Domingo, Yaxchilán, Tulum, Izamal, Chapultepec, Cholula, Tajín, Chichen Itzá, Edzná, se han convertido en voces faro de la cultura mexicana. En ellas se juntan el conocimiento y el arte, la academia y la plástica. Con ellos hemos aprehendido la raíz de la vida. No sólo por la evidencia material que describen, sino porque pretenden alcanzar el sustrato emocional de los hombres y mujeres del México de hoy.

Por todas esas razones puedo expresarles convencido que conocer, conservar y divulgar la grandeza de nuestro patrimonio cultural sí que puede ser una nueva forma de democratizar el conocimiento creado por nuestro emblemático Instituto. Honraríamos así, estoy seguro, esa actitud de curiosidad diaria de los mexicanos al crear nuevos espacios de conocimiento y de divulgación de los lazos que crean y recrean, a través del tiempo, esa práctica cotidiana que es nuestra cultura. Al acompañar las múltiples maneras de pensar y de vivir, en nuestro oficio como trabajadores del INAH –sea en un museo, en una revista, en una biblioteca, en un aula, en la custodia de una zona arqueológica, en una exposición– podremos mostrar, a un tiempo, la naturaleza de los hechos de nuestra historia y la naturaleza de su significación.

Y es que en nuestra institución sabemos que cuando los hombres y mujeres de México intentamos preguntarnos ¿qué seremos mañana? iniciamos una aventura en la que le proclamamos al río de la historia, su condición de espejo. Él nos ofrece, en cada una de sus gotas, una mirada que descubre y que revela. La respuesta puede ser infinitamente plural pero la sola pregunta es un modo de estar presente, de intervenir, de expresar nuestra ciudadanía, de querer al país donde nacimos, de amar al pueblo al que pertenecemos.

Tales son algunas de las razones que desde hace 75 años guían nuestra labor en el Instituto Nacional de Antropología e Historia como profesionales que hacemos revivir el pasado. Ellas orientan nuestros afanes –los de arquitectos, bibliotecarios, arqueólogos, museógrafos, antropólogos, custodios, historiadores, antropólogos– hacia los universos de la vida que se requiera conocer para ayudar a construir algunas certidumbres. De esta forma, por obra del conocimiento, la conservación y la divulgación de los lazos de identidad que crean nuestro patrimonio cultural, podremos participar del cambio que nuestra sociedad en cada despuntar del alba gesta.

Twitter: cesar_moheno