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Todas las acciones realizadas debían ser reportadas al Ejército

Abuso de defensas rurales derivaron en su desaparición en Tamaulipas
Reportero y corresponsal
Periódico La Jornada
Miércoles 29 de enero de 2014, p. 13

Las cuerpos de defensa rurales del Ejército cumplían en Tamaulipas una doble función: proteger a la comunidad, actuar cuando se cometieran delitos e informar a la comandancia militar sobre la presencia de personas o vehículos sospechosos y delincuentes que operaran en la zona.

Lamentablemente, con el paso de los años hubo quienes hicieron mal uso de las identificaciones que entregaba la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) de las armas que recibían, y hubo quien quiso aprovecharse de la situación por motivos políticos, lo que derivó en que el Ejército desapareciera estos cuerpos en esa entidad.

Un ex guardia de defensa rural que sirvió en su comunidad cerca de Ciudad Victoria en la década de los noventa, recuerda con orgullo que en aquel entonces no cualquiera formaba parte de dicho grupo. “El aspirante tenía que entregar en el cuartel militar su carta de no antecedentes penales, cartilla militar y una carta del presidente del comisariado ejidal de la comunidad donde prestaría sus servicios en forma gratuita. Le hacían exámenes de sangre, le tomaban las huellas digitales.

Estos documentos y trámites se realizaban en las presidencias municipales, donde la Sedena tenía una oficina, y se remitía esa información a las oficinas centrales de la dependencia. Después de todo esto se podía integrar al cuerpo y recibir un mosquetón y un uniforme gris que le identificaba, señala.

Añade –previa petición de no publicar su nombre–: había una fluida comunicación entre el jefe del grupo (que era el ejidatario con mayor reconocimiento en la localidad) y el comandante militar de la zona, lo que se reflejaba en que la comunidad era muy segura.

Hasta 2006 en Tamaulipas operó el Cuarto Cuerpo de Caballería de Defensas Rurales, mejor conocido como defensas rurales. Eran adiestrados por elementos del Ejército, dotados de un arma larga calibre 7.62, conocida en el medio de los campesinos como mosquetón. El grupo estaba constituido por un pelotón de 11 ejidatarios o hijos de éstos. Eran encabezados en cada comunidad rural por un comandante denominado rural de tercera, y había dos mandos debajo de éste, que se llamaban rurales de cuarta.

“En las noches –agrega el entrevistado– hacíamos rondines y llegamos a capturar a ladrones de casas y abigeos. La orden era: ‘¡si ven que se comete un delito, detengan al culpable, sométanlo y si se resiste pues dispárenle’.

“Nuestro comandante tenía que entregar los detenidos a las autoridades y realizar su reporte. Esto servía porque evitaba que los policías soltaran a los detenidos, ya que los militares sabían de los hechos y les podían reclamar.

“Todo lo que hacíamos: rondines, detenciones, vigilancia de brechas o en fiestas de la comunidad, como bodas, todo se reportaba al Ejército. Teníamos permiso para portar armas, pero sólo en las zonas rurales, aunque no fuera de nuestras comunidades.

“Por otra parte, los militares nos decían que si había algún problema, si heríamos o matábamos a alguien, que fuéramos al cuartel, porque ahí nos ayudaban, y así era.

“Cada determinado tiempo teníamos que ir al cuartel a pasar lista; los soldados revisaban las armas que nos daban, que eran mosquetones, y la cantidad de cartuchos, para determinar si habíamos disparado. En caso afirmativo, nos preguntaban a quién le habíamos tirado.

“Aunque no recibíamos salario, teníamos derecho a ser atendidos por los médicos militares.

Sin embargo, con el paso del tiempo hubo compañeros que empezaron a abusar. Esto derivó en que la Sedena en Tamaulipas disolvió estos cuerpos y recogió las armas, concluye.