Política
Ver día anteriorSábado 25 de enero de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio

Sabemos que los sicarios andan por los cerros y traen armas calibre 50, aseguran

“Si los templarios vuelven, nos matan, pero ustedes van a ser esclavos”: autodefensas

Van tras el capo Gerardo Covarrubias Landín, El Negro; ese cabrón tiene pacto con el diablo

Foto
Integrantes de los grupos de autodefensa realizan revisiones de rutina en los autobuses de pasajerosFoto Víctor Camacho
Enviado
Periódico La Jornada
Sábado 25 de enero de 2014, p. 7

Coahuayana, Mich., 24 de enero.

Héctor Zepeda Navarrete habla con un muerto a cuestas, su hermano Julio César, asesinado apenas el pasado lunes 13: “Yo le digo al pueblo: ‘si los templarios vuelven, a nosotros (las autodefensas) nos van a matar, pero ustedes van a ser esclavos’”.

No se le quiebra la voz ni un segundo. Parece orgulloso de que la muerte de su hermano, mecánico y vendedor de refacciones, haya desembocado en el alzamiento de su pueblo en contra de Los caballeros templarios.

El mismo día que lo balearon, el pueblo se juntó en la explanada, frente a la presidencia municipal, y El Siete, jefe de plaza, puso pies en polvorosa, con todo y sicarios.

Siguen cerca, en las orillas de los pueblos y en los cerros, como bien lo supieron los guardias comunitarios que el jueves fueron emboscados en el vecino Aguililla, donde cayó Alejandro López Pinto, de 18 años.

La emboscada fue pasaditas las 18:15, hora en la que una patrulla comunitaria paraba en un retén militar en la carretera que va de Chinicuila a Colima, donde la gente de acá va a las compras y al doctor.

El retén está en la comunidad de El Salitre, donde el mismo jueves anduvieron por aquí las escasas fuerzas estatales que se miran en esta guerra: una camioneta de la Procuraduría de Justicia de Michoacán que luego se paseó por Villa Victoria, sin que los peritos forenses sintieran la necesidad de quitarse los trajes blancos ni las mascarillas que usan cuando levantan cadáveres hallados en los cerros.

La patrulla comunitaria es una camioneta Mitsubishi con placas de Chihuahua, de esas que los templarios han dejado en manos de los blancos en sus escapadas.

Al mirar el puesto militar, los comunitarios bajan tranquilamente del vehículo. Bromean con los soldados y comparten con ellos unos cigarros, mientras bajan una a una, agarradas por el cañón, las armas largas que portan. Pese a la familiaridad, los militares hacen lo suyo: checan que las armas de los comunitarios correspondan con los datos inscritos en las credenciales que portan. Porque sí, las autodefensas tienen credenciales que las identifican como tales, firmadas por el Concejo Popular de Chinicuila. En el anverso, la fotografía y el nombre. En el reverso, una leyenda que alude al artículo tercero de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y, abajo, en dos columnas, los espacios destinados a identificar el arma corta o larga.

Relación con el gobierno militar

Los comunitarios son cinco y cargan dos cuernos de chivo y una escopeta de doble cañón. El jefe es un cincuentón de aspecto rudo, que poco antes ha contado a este diario los riesgos de acercarse a una zona donde el control de las autodefensas es nuevo y todavía parcial. Aunque también ha dicho: Así panzón como me ven, ando por los cerros, porque eso es lo importante; aquí en las cabeceras estamos juntos y no van a venir. Por eso vamos a las orillas. Ayer anduvimos por allá, por un lugar donde nos dijeron que andaban. Fuimos y no los encontramos. Pero seguiremos, porque lo importante es tener decisión.

En el retén se ve a cuatro soldados, pero debe haber más escondidos por ahí, porque hay tres Hummer con ametralladoras, entre ellas la numerada 3307080.

Los militares anotan escrupulosamente nombres y datos de las armas, mientras el jefe comunitario les dice: Nosotros nomás queremos acabar. Sabemos que andan por los cerros y traen calibre 50.

La relación con el gobierno militar –como llaman los lugareños al Ejército– parece espléndida, pero está marcada por la misma ambivalencia que ha caracterizado al gobierno de Enrique Peña Nieto en su trato a las autodefensas. La estrategia Iodex, de golpe y sobadita, como le llamaban los antiguos cronistas.

Las autodefensas proporcionan información a las fuerzas federales y en ocasiones realizan con ellas operativos en los lugares donde reportan presencia de sicarios. Pero el martes 14 ni siquiera los militares del servicio social amanecieron en Coalcomán, luego de que la noche anterior soldados mataran a tres civiles que se oponían al desarme en Antúnez.

El Negro y su pacto con el diablo

La patrulla entra a la terracería. Unos kilómetros adelante se detiene en medio de la nada y los más jóvenes salen disparados hacia abajo del cerro. Uno de ellos regresa con una enorme mochila. No dicen nada.

Ya es de noche y llueve macizo, pero la patrulla llega con bien a Palos Marías y luego a la colonia 20 de Noviembre, dos comunidades donde comenzó el avance de las autodefensas en este municipio, los días 10 y 11 de enero. ¿En qué consiste ese avance? Los comunitarios de los lugares ya consolidados entran, reúnen a la población, la llaman a unirse a la lucha y, si hay condiciones, instalan barricadas. Pueblo a pueblo, kilómetro a kilómetro. Salvo que el gobierno se ponga en el camino, como hasta ahora ha ocurrido con la estratégica plaza de Apatzingán, cercada ya por las autodefensas y repleta de gobierno, como se dice por acá.

Los patrulleros bajan a comprar refrescos en una tiendita. Por ahí cerca, quién sabe dónde, anda el jefe de los sicarios, de nombre Gerardo Covarrubias Landín, El Negro. Las autodefensas lo saben, porque se la pasan mentándose la madre con los templarios a través de sus radios.

Ese cabrón tiene pacto con el diablo, le dice al comandante un hombre en la tiendita, sabedor de que lo han buscado por todos los cerros y brechas.

El Negro estaba bajo las órdenes de El Siete, Carmelo Núñez Vargas, amo y señor en esta zona.

El alzamiento en la cabecera estaba cantado, como indicaban los avances previos. Por eso, cuando la población de la cabecera se levantó tras el homicidio del mecánico, las casas de los templarios ya estaban abandonadas. En los días anteriores habían sacado a sus familias y muchas de sus cosas. Dejaron vacías unas 20 casas.

El Barack Obama va a la guerra

Del otro lado del río ya es Colima. El camino huele a plátano que, con el chile serrano, es el sustento local. El mar está ya muy cerca.

La explanada de la presidencia municipal es una romería, donde no desentonan ni siquiera los efectivos de la Policía Federal, que se acercan a la parrilla de la carne asada.

Este viernes el retén de los comunitarios en la carretera costera cumple sus primeras 24 horas. Barricadas de sacos de arena y una manta colgada de los árboles: “Policía comunitaria. Fuera templarios. Viva la paz”.

¿Has visto a Lico, a Carmelo?, preguntan por los jefes templarios. También paran los camiones repartidores y los autobuses de pasajeros.

Basilio Valdovinos se sube a un camión de pasajeros que va para Manzanillo. Explica la revisión de rutina y pide al azar identificaciones.

Los únicos que pasan de largo son los vehículos de turistas gringos y la Armada: tres camiones, dos repletos de marinos y otro de víveres.

Pasan de largo, aunque seguro miran las armas que los comunitarios tienen tras los costales y detrás de un cenotafio: escopetas, M-2, R-15 y, claro, cuernos de chivo.

En este municipio los conspiradores eran unos cuantos. Iban a los municipios cercanos y ya bajo el control de las autodefensas para coordinar. Alguien los vio y les puso el dedo, igual que ocurrió en Pinzándaro, con el mejor amigo del comandante a quien nombran El Americano. A Julio César –una persona derecha, un luchador social, define su hermano– lo asesinaron delante de su madre.

Héctor repite una y otra vez la consigna de las autodefensas de Coahuayana: Si regresan nos van a matar, pero ustedes van a ser esclavos. A las tres de la madrugada de este viernes, los comunitarios salen a buscar a El Negro, quien tras el alzamiento tiene otro mote en las frecuencias de radio. Ahora le dicen, sus propios compañeros templarios, el Barack Obama.