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Periódico La Jornada
Sábado 25 de enero de 2014, p. a16

El último disco de Claudio Abbado saldrá el 17 de febrero. Lo grabó semanas antes de morir, virtud que corresponde a toda vida de héroe, que lucha hasta el final.

Claudio Abbado nunca dejó de hacer música. Escuchó hasta el último suspiro, porque lo primero que conectamos al nacer es el oído y es lo último que se desconecta.

Lo más importante en la vida para Claudio (quien así pedía se le nombrara, y no Maestro) fue escuchar: escucharse a sí mismo, escuchar lo que dicen los demás, escuchar música.

La cantidad de documentos grabados que nos lega es incontable. Revisemos sus máximas querencias.

Al igual que Eduardo Mata (1942-1995), en sus últimos años regresó a sus grandes amores: Mozart, Bach y fue él quien nos trajo a México la música de Gustav Mahler.

En sus últimos años, meses y días, Claudio Abbado regresó a sus grandes amores: Mozart, Bach, Mahler.

Fue él, sin ser el único, quien nos trajo a nuestros días una nueva manera de entender a Mahler.

De hecho, fue Claudio Abbado quien cambió no solamente la manera de entender la música. Si lo pudo hacer es porque cambió la estructura orgánica del mundo de la música.

Todo inició la mañana aquella de 1989 cuando, elegido con vehemencia por los propios músicos, cosa que ocurrió por primera vez en la historia, el nuevo director de la Filarmónica de Berlín se presentó ante los músicos, sin subirse al podio, al mismo nivel de piso que ellos y les dijo: buenos días, para todos ustedes soy Claudio.

Con la desaparición de la palabra Maestro desapareció el aparato entero, la vetusta maquinaria del autoritarismo, la verticalidad, la era del dios-supremo-el-director-de-orquesta, el fin de la era del director/dictador y el inicio de la democracia musical.

En el ensayo de la Sexta Sinfonía de Beethoven, a los músicos berlineses les costó trabajo al principio acostumbrarse a mandar ellos también. En un pasaje determinado, el señor de los timbales levantó la partitura frente a los ojos del director, en franco reclamo: oye, Claudio, lo que nos pides en este pasaje no está aquí, mira, aquí dice otra cosa.

A lo que Claudio replicó, sereno: ¿me estaré equivocando? No, mira, es una anotación puesta aquí por alguien, que no fue Beethoven. Pidió una goma, borró la anotación que había ordenado Karajan, su antecesor, experto en efectos espectaculares, trucos para fomentar su leyenda, e hizo sonar la partitura como Beethoven quiso, no como el marketing pedía.

Y así recuperó la música de Schubert. Si no entendemos a Schubert, no podremos entender a Mahler, decía. Y luego de entender a Schubert y a Mahler, la orquesta comprendió a Bruckner.

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La prodigiosa mano izquierda de Claudio Abbado (1933-2014)

Y así desarrolló Claudio Abbado un estilo, una ética, un camino, una preceptiva, una poética de la manera como deben sonar las partituras: como el compositor quiso que sonaran.

Por eso sus versiones de Mozart, emblema de la transparencia por antonomasia, son tan nobles, coherentes, verosímiles, entrañables.

He ahí el disco hermoso que realizó con Albrecht Mayer, el oboísta principal de la filarmónica berlinesa, con música de Mozart. He ahí la versión insuperable de los conciertos para piano 20 y 21, con Friedrich Gulda, ese otro sibarita.

He ahí el nombre de su última orquesta, que disolvió tres días antes de morir, sabedor que había llegado el momento: la Orquesta Juvenil Mozart. Y la anterior: la Orquesta Juvenil Mahler.

Jóvenes. La sabiduría de Claudio lo llevó a trabajar, siempre, con jóvenes. Ellos todavía no están corrompidos con la rutina. Con ellos se pueden hacer cosas locas, nuevas, aventuradas. Ellos no te dicen lo que los músicos profesionales: no, maestro, nosotros hemos hecho las cosas igualitas todas las veces, siempre, eso que nos propone no se puede. Ellos no te sacarán un relojote de pared y te lo pondrán frente a la cara, porque es hora de salir a comer un sandwich, a platicar. Con ellos siempre se puede hacer la nueva música.

Y la nueva música es la música de siempre: la que nos posibilita/impele/habilita a escuchar, a escucharnos a nosotros mismos, a escuchar a los demás.

El último concierto de Claudio Abbado consistió en la Novena Sinfonía de Bruckner y la, no hay casualidades, Inconclusa de Schubert. Su grabación de la Novena de Mahler, hace unos meses apenas, con la Orquesta de Lucerna, que él también fundó, es en realidad su despedida. Su testamento.

Pero su último disco saldrá en febrero. Y está dedicado a Volfi Mozart, sus conciertos 20 y 25 con la pianista argentina Martha Argerich, con quien sonríe en la portada póstuma: él ya muy demacrado, en su última jornada de guerrero, consumido por el cáncer pero lleno de luz, la luz que nos lega, la luz que ilumina en este instante su camino en su nueva existencia. La luz que irradia quien sabe escuchar, quien nos escucha, quien nos enseñó a escuchar, el noble valor de saber escuchar con los demás.

Muchas gracias, querido Claudio. Buen viaje. Gracias por todo.

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