Opinión
Ver día anteriorMiércoles 22 de enero de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Decencia
H

ay tres películas en la cartelera cinematográfica de estos iniciales días del año que presentan mundos por completo diversos y contrastantes. Dos de ellas ( Escándalo americano y El lobo de Wall Street) resaltan la soberbia y voracidad inherente al gran dinero. Se acentúan en ellas la farsa y la grosería insultante de personajes subyugados por la ambición desmedida. La otra ( Ladrona de libros) hace un reconocible esfuerzo por mostrar las pulsiones humanas, de simples hombres mujeres y niños alemanes, que sobreviven a la dureza impuesta por la debacle hitleriana durante la segunda guerra europea. Tales cintas bordan visiones divergentes en su sensibilidad, cuidado de escenarios y personajes y, en especial, en el trato de valores personales y de grupo. En las dos primeras el acento recala en la avaricia que motiva, sin pudor ni freno ético alguno, a los protagonistas. Su pasión descarada y grotesca de riquezas fáciles, inmediatas, reluce con fiera superficialidad. En ellas se exhibe, en alocado ir y venir, la cínica cara del poder del dinero mal habido, pero aceptada sin remilgos por una capa social determinada que admira a sus poseedores y les promete, sin congojas, sujeción irrestricta. La otra, en cambio, coloca el acento en la lealtad solidaria, el amor fraternal y el cuidado, hasta fotográfico, de las más sencillas formas de la convivencia humana.

Las cintas ahora en exhibición son, ciertamente, ejemplos extremos que, de manera por demás irónica, perviven en la sociedad actual. Su presentación permite y hasta resalta la necesidad de profundizar con mayor rigor la crítica del presente mexicano. Un presente signado por una sociedad escindida, dividida por la desigualdad. Una realidad, por cierto, más inclinada, y hasta inducida desde las élites, hacia la reproducción, sin cuidados, sin filtros y sí con mucha insolencia, de los más ramplones estereotipos estadunidenses del éxito y de la fama pública. De esa clase de fama, soñada por muchos, que proviene de los alocados mundos de las altas finanzas y los derroches de las riquezas de unos cuantos. Mundos donde el dinero, venga de donde salga, es rey indiscutible, árbitro de gustos y sentires. Se debe, también, apuntar hacia la crítica de esas abyectas subordinaciones personales y grupales, voluntariamente serviles, ante la impúdica exhibición de la abundancia concentrada. Basta ojear muchos de los medios impresos de hoy día para darse cuenta precisa de los valores que marcan al momento mexicano. Hojas y más hojas de papel impreso destinado a caras bonitas, sonrisas, ambientes rebuscadamente delicados, ostentosas celebraciones y estudiadas poses de algunos que se sienten (o son) harto privilegiados. Hasta los mismos funerales son motivo de exhibición de los notables y de esos personajes de medio pelo que, sin embargo, se regodean al mostrarse entre los poderosos, los famosos y los ricos del momento.

Es la escala valorativa, la norma vigente, el distintivo, ahora usual la que debe ponerse a debate. Similar a la que otrora propagaban aquellos que gozaban del contacto con los dioses en boga para mandar sobre los muchos. Bien podría parecerse también con aquellos que se impusieron a golpe de espada para acrecentar sus privilegios. O tal vez serían émulos de los electos por una mayoría (aunque fuera forzada) que después la ignora. Tal vez porque aprovecharon los subterfugios y las trampas de las leyes para encaramarse en el poder sin miramientos ni mesura. Esa, por desgracia, es la fotografía de la escena, y el escenario mismo, la forma sustantiva de la actualidad nacional. Una donde algunos esperan sacar raja de la inmovilidad o, también, dar continuidad a la injusticia. Acaso, y de manera incluso irónica, aprovecharse de cualquiera (o de todas) de las reformas legislativas en curso. Cambios que han sido de trato harto privado de gracia, inducido desde las cúpulas ya bien entronizadas ellas mismas en los favores indebidos y las complicidades constantes. Una realidad donde la decencia, subrayada por la otra cinta, no tiene cabida, porque es casi de inmediato falseada y, para su propio e indeclinable beneficio, aprovechada por algunos listillos que por ahí pululan impunes.