Opinión
Ver día anteriorLunes 20 de enero de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Insomnio en Oaxaca
H

oy, Clarisa Landázuri comentó que “Al bajar de Brava, nos desviamos para pasar la noche en los restos del legendario Hotel Garci-Crespo. A la mañana siguiente seguimos camino hacia Oaxaca, nuestro destino en aquella ocasión. El tramo de carretera de la desviación fue impactante por las montañas que rodea o que atraviesa, por su altura, su calidad de roca absoluta, de oscuridad, de vertiginosidad, de tiempo. Los consecuentes barrancos, la majestuosidad de la soledad y del asombro o el miedo. Pero fue la noche que siguió, ya en Oaxaca, la que me arrojó al insomnio, por fortuna uno de los buenos, pues tuve ánimo para abrirme paso entre la bruma y las tinieblas y concentrarme en leer.

“Por esos días se cumplía medio siglo del asesinato en Dallas, Texas, del entonces presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, y todos los medios informativos de una u otra forma conmemoraban el hecho, todavía enlodado y enredado como sigue estando por lo que hace sobre todo al probable magnicida, Lee Harvey Oswald, y sus motivaciones posibles. En busca de lectura, me topé con el testimonio de Paul Gregory, que fue amigo circunstancial pero cercano de Oswald durante el verano anterior al otoño del magnicidio.

“Me tomó un par de horas leerlo, no sé si lo leí lentamente, para que llenara mi insomnio, o si fue velozmente, urgida por la curiosidad y por el suspenso. Cuando amaneció, yo tenía el relato entero en la punta de la lengua, pero la sangre agitada por las emociones-reflexiones-dudas-asociaciones de ideas-y-qué-sé-yo-qué-tanto-más que me habría sido imposible repetir con coherencia y exactitud lo que había leído, para el insomne, el amanecer tiene la facultad de amaestrar al monstruo del insomnio y aminorar sus terrores al convertirlos en meras alucinaciones.

“Pero ayer o antier me encontraba alrededor de una mesa en una comida de petit comité en honor de una gran celebridad cuando la conversación de los diez comensales recayó en el tema de Oswald, concretamente en su paso por México poco antes del magnicidio. Uno de los escritores más brillantes del momento y precisamente de este país, presente en la reunión, tomó la palabra y relató el contenido, no de un artículo sobre el asesinato sino de un extenso libro –aludió al casi millar de páginas– referente al caso completo. Quise añadir o acotar el asunto y me referí al artículo de Paul Gregory, pero la inhibición pudo más que mi atrevimiento de incorporar mis comentarios a la conversación general y dejé en el aire el meollo de mi lectura, ni siquiera enunciado, y me sumí de nuevo en la actitud –por cierto menos comprometida– del que es capaz de llevar un ritmo con chispazos de percusión, pero nunca de modificarlo, ni en su favor ni en su contra.

“De regreso a Brava, lejos de todo compromiso, me pregunté cuál había sido después de todo la deducción que yo alcancé tras la lectura del testimonio de Paul Gregory, pues hay que respetar el esfuerzo invertido en lo que lees y ser capaz de al menos registrar para ti mismo –aunque mejor si lo compartes con otros– el fruto de tu lectura. Y el juego consiste en procurar ese registro sin volver a leer el escrito al que se refiriera. Es lo que la escuela titulaba retención y comprensión de una lectura. Así, de un mismo texto podían extraerse tantas conclusiones –o tan pocas– como lectores hubieran participado en el examen.

“Lo cierto es que la síntesis de mi lectura –a la que yo agradecía haberme atravesado de la desasosegante orilla del insomnio a la sedante orilla del amanecer y su luz y su canto de gallos y de pájaros– podría estar, si pudiera atribuírsele a Oswald, en esta fórmula, ‘Ya que no me puedo lucir en el bien, me voy a lucir en el mal’, pues parece que sufría de una envidia del bien tan inalcanzable que pudo haber supuesto que sólo alcanzando el mal menos probable de ser envidiado podría aspirar a quedar en paz. La mamá de Oswald lo consideró siempre inferior a su hermano y Oswald padeció a tal grado esta falta de aprobación por parte de su mamá que cometió el acto menos probable de ser aprobado.

“Esta descabellada paradoja no es un comentario que yo hubiera conseguido exponer ante la decena de celebridades –racionales y atinadas– con quienes comí el otro día, pero si a mí me explica el magnicidio que Oswald cometió, puedo registrarla en mi espacio, más desenfrenado aún, de La voz brava.”