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Nosotros ya no somos los mismos

Más sobre la galería de los horrores

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A partir de 1998 la carrera delictiva de Néstor Moreno, ex director de Operaciones de la Comisión Federal de Electricidad, rompió todos los récords. En la imagen, al recibir un reconocimiento de Vicente FoxFoto Cuartoscuro
I

ba yo encarrerado cronicando hazañas de mexicanos de nuestro tiempo cuando, no pude evitarlo, caí en la provocación de Poiré el breve. Recordemos su declaración sobre el mundo de ratas que encontró al arribar, el arribista de Felipe de Jesús, al gobierno. Debí haberme concretado a documentar el dato científico del promedio de vida de estos roedores, información suficiente para dejar claro que, necesariamente, los mamíferos encontrados por el doctor Poiré eran de estirpe blanquiazul, rama foxista o calderonista. Pero en vez de eso me dio por ejemplificar y empecé un cuento de nunca acabar. Quiero regresar a mi propósito de exaltar a los mexicanos buenos, ellos lo merecen y a nosotros nos hace falta. Sin embargo, no resisto la tentación de mencionar a otro espécimen cuyos merecimientos exigen que, en elemental justicia, se le otorgue el lugar de honor en esta galería de los horrores: Néstor Moreno Díaz, ex director de Operaciones de la Comisión Federal de Electricidad (CFE).

El currículum delictivo de nuestro personaje es de antigua data. No sé si en el jardín de niños se apañó trompos y canicas, pero en la novena de beisbol de la que formaba parte era una fiera en eso de robarse las bases que, afortunadamente, todavía no eran las de los contratos. En el año del Señor de 1998 se hizo acreedor a su primera inhabilitación, pero el secretario de la Contraloría, Arsenio Farell (dados los antecedentes de éste, no sería de extrañar que en su despacho particular se llevara la defensa del acusado), desechó los cargos por múltiples trastupijes y sólo fue enjuiciado por maltrato a un subordinado. Sin embargo, a partir de entonces su carrera delictiva rompió todos los récords (Usain Bolt, jamaiquino, campeón de velocidad en los 100 metros planos: Juegos Olímpicos de 2012 y mundiales de 2009 –récords de 9.63 y 9.58, respectivamente– resultaba, frente a Néstor Moreno, un verdadero minusválido).

El titular del Órgano Interno de Control de la CFE, Manuel Olvera y el auditor, Marco Antonio Díaz, documentaron los múltiples actos de corrupción realizados por Néstor Moreno y sus secuaces (conocidos como los good boys), en termoeléctricas, centrales diesel y geotérmicas, unidades turbogeneradoras y también en la adjudicación de contratos sin licitación u otorgamiento de otros, a quienes no llenaban los requisitos establecidos en las convocatorias y, por supuesto, múltiples pagos con sobreprecio.

En 2000, la Contraloría de la comisión recibió la denuncia de que, por influencias de Néstor Moreno, se les asignaban millonarios contratos a dos empresas, Sepac y Sensa, que incumplían con los requisitos para ser proveedores y presentaban cotizaciones fuera de órbita. Además, los equipos suministrados no cubrían los requisitos de calidad requeridos, no funcionaban o, en algunos casos, ni siquiera habían sido instalados. Sólo con excesiva mala fe se puede acusar al funcionario de no velar escrupulosamente por los intereses que le fueron confiados. ¡Vaya que se afanó, durante años, en hacer boyantes y exitosas las empresas mencionadas!, las que, se aseguraba, eran de su propiedad. No fue, sin embargo, hasta que el escándalo se objetivó en divisas extranjeras, que el gobierno de Felipe de Jesús se atrevió a intervenir y maquillar su lenidad. Era imposible ya cerrar los ojos y las páginas del Código Penal. La justicia del otro lado había documentado plenamente algunos intercambios cariñosos entre el amistoso Néstor y algunas empresas estadunidenses, como Linsay Manufacturing, la cual, según cálculos de Washington, entregó a don Néstor cerca de 6 millones de dólares (y su inclusión en el palmarés de oro de la International Lobby, Soborno, Cohecho, Peculado, Tráfico de Influencias Association), como reconocimiento al eficaz desempeño realizado en su favor durante cerca de un sexenio. Otros estímulos y atenciones colaterales merecen mención: un automóvil Ferrari Spider F 430, con valor de 300 mil dólares, un yate (el Dream Seeker) con valor de un millón 800 mil pesos, una tarjeta American Express con crédito ilimitado y algunos detallitos que iban más allá de estas vulgaridades materiales, como el costo de la educación de su hijo en una universidad del primer mundo, militarizada por supuesto (para que se hagan hombrecitos, aunque si las barracas y las duchas hablaran), la San John’s Military Academy, de Wisconsin. El Departamento de Justicia estadunidense dio a conocer la bitácora de los gansteriles vuelos que realizaban contratos y dólares: Enrique Faustino Aguilar Noriega, médico de profesión, originario de Sonora, y su esposa de toda la santa vida, Ángela Gómez Cepeda, eran los brokers encargados de conseguir los contratos de la CFE para empresas suizas: ABB Inc., y estadunidenses, como la ya mencionada. Lo hacían por medio de su despacho denominado Grupo Internacional de Asesores, tan profesional éste, que se encargaba de los asuntos de ida y vuelta: además de hacer entrega, por sofisticados instrumentos de la banca internacional, de las bien ganadas comisiones, en su propio domicilio (1330 Post Oak Boulevard, de Houston, Texas), se recibían las facturas de los gastos realizados por don Néstor Moreno, con cargo a la tarjeta American Express número 3974 672831 8100. Pero no hay duda: la impunidad constante genera imbecilidad galopante: en las boletas que debían llenarse para realizar los depósitos bancarios en favor de don Néstor había un renglón que solicitaba: referencia. Acuciosamente, los depositantes anotaban el número exacto de los contratos que la CFE había otorgado y con los que, evidentemente, esas cantidades alguito tenían que ver. La dimensión de la corrupción, la afrenta social, el cinismo y la prepotencia provocaron una indignación universal: los diputados panistas Blake Mora y Bartolini Castillo, y César Augusto Santiago, entre otros priístas, desde la llamada más alta tribuna del país exigieron una investigación a fondo de las denuncias, y castigo sin contemplaciones si éstas eran corroboradas. ¿Recuerdan la vieja historia de Juan el Bautista, la voz que clama en el desierto. En San Lázaro se dio un reprise en plural. Pero el clamor de las voces de su soberanía no se oyeron en Los Pinos.

Y peor aún: en 2001 la ganadora del premio: ¡Zorro, zorro! ¿Por qué tienes esos colmillos, orejas y hocico tan grandes? lo ganó, de calle, la prima más naif del país, la del señor Fox, quien le creyó a pies juntillas (qué manera más incómoda de creer) lo del cambio, la transición y las víboras tepocatas. Un día se apersonó en Los Pinos y, pensando que contribuía a la cruzada moralizadora del primo/presidente, le puso enfrente todas las pruebas de los estropicios que en la CFE se cometían. Después de un largo y minucioso examen, el Og Mandino de San Francisco del Rincón confesó: nada puedo hacer. Tengo demasiados compromisos con esta gente. (La seriedad profesional de Ana Lilia Pérez blinda de credibilidad este relato). La ingenuidad, no cabe duda, es transexenal: el titular del Órgano Interno de Control de la CFE y el auditor de la misma, mencionados anteriormente, consideraron que el cambio de gobierno implicaba otros cambios, de moral por ejemplo. Seguramente un panista de prosapia, un doctrinario, sería diferente al repartidor de Coca-Cola. Ilusos, ingenuos, cándidos muchachos, pusieron la Iglesia en manos del útero, como dicen algunos académicos. O sea, que entregaron los expedientes confidenciales del saqueo de Néstor y su pandilla nada menos que a Germancito el invicto Martínez Cázares, secretario de la Función Pública hasta el 27 de septiembre de 2007. Qué incomprensivos e imprudentes estos funcionarios, miren ustedes que pedir al distinguido prestidigitador Martínez Cázares (recuérdense los millares de votos panistas que logró desaparecer durante su breve paso por la dirección de Acción Nacional) investigar a los good guys de la CFE, cuando el pobre apenas se daba tiempo (renunció un mes después) para tapar los inmensos hoyos negros de los que había hecho surgir una inmensa riqueza inmobiliaria. Germancito Copperfield Martínez, citando al clásico, solamente respondió a la denuncia: ¿Y yo por qué? De allí, creyentes e impenitentes, los denunciantes se fueron a buscar a doña Margarita Zavala. ¿Qué pasó? Adquiera el folletín del próximo lunes.

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