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Narcoguerra en Michoacán

Unos 200 sicarios huyeron cuando las autodefensas llegaron a Antúnez

“Sólo el gobierno no sabía dónde estaba El Tucán
Enviado
Periódico La Jornada
Domingo 19 de enero de 2014, p. 3

Antúnez, Mich., 18 de enero.

“Aquí les voy con la despedida / saludos a toda mi raza querida / y por si algún día me quieren buscar / soy de meroentúnez y soy El Tucán.”

Los hombres sentados afuera de la casa azul, frente a sus mesas repletas de armas largas, recuerdan el corrido de El Tucán, el jefe templario de la plaza ahora tomada por las autodefensas.

Sólo el gobierno no sabía dónde estaba, porque hasta en su corrido lo decía, comenta un muchacho pequeño, con su rifle bajo el sobaco, como una muleta que le queda grande.

El Tucán nunca enfrentó a las autodefensas. Yo lo vi volar cuando las autodefensas estaban como a tres kilómetros de aquí, dice un líder ejidal.

En la víspera de la llegada de las autodefensas, agrega, los templarios llegaron a tener aquí 200 sicarios. Ninguno se quedó a enfrentar a los alzados.

Unas treinta camionetas enormes, la mayoría sin placas, indican que ésta es la base de las autodefensas que hace unos días se hicieron con la tenencia municipal.

El desfile de mujeres y niños que llevan alimentos y refrescos no cesa. Los miembros de las autodefensas sólo piden que no se les tomen fotografías con las armas, pero son dicharacheros y hospitalarios.

Pensamientos de Nazario

Al pie de un árbol hay una caja de cartón que las autodefensas fueron a recoger a la casa de una lavandera. Un encargo de los templarios: un uniforme original de la Policía Federal, túnicas blancas (dos de ellas con grandes cruces rojas), una cota de mallas y un par de libros con los pensamientos de Nazario Moreno, El más loco. Destaca una frase cuando se hojea uno de los volúmenes: Sin riesgo no hay gloria.

Ya entrados en gastos, los hombres de las autodefensas cuentan que en otras incursiones en casas de seguridad del cártel michoacano hallaron una espada “del mismísimo Chayo” y una charola donde vertían sangre en sus pactos de lealtad.

Entre taco y taco, los miembros de las autodefensas no se cansan de contar las razones que los llevaron a enfrentar al cártel de Los caballeros templarios:

Si usted decía que iba a cortar limones, ellos decidían cuándo.

Si su parcela valía un millón y a ellos les gustaba quesque se la compraban en 100 mil pesos.

¿Que si abusaban de las mujeres? Hubo de todo. Aquí fue lo peor.

Ibas con tu mujer, agarrado de la mano, y aun así le faltaban al respeto.

Al empaque de pepino donde yo trabajaba llegaban los sábados a cobrar cuota.

Si querías sacar un camión de toronja tenías que pagar 400 pesos.

Cobraban 700 pesos si matabas una vaca y aparte un peso por kilo.

Cuando se dice que todos pagaban cuota, la afirmación no es exagerada.

Una señora que vende birria resume con dos datos: el IVA templario llevó el precio del kilogramo de bistec de 60 a 90 pesos y el de tortilla de 12 a 16.

Nazario, “vivo; le dicen El muerto

El rosario de quejas se interrumpe con la llegada de Estanislao Beltrán, coordinador de las autodefensas, a quien todo mundo, incluyendo él mismo, llama Papá Pitufo.

¡Por la libertad de nuestros pueblos!, grita.

Antes de pedir-ordenar que no haya fotos con armas, Beltrán dice las frases que ha repetido una y otra vez desde hace semanas: “El pueblo está harto de secuestros, de extorsiones…”; Tenemos presencia en 20 municipios; ¿Sabe quién financia nuestra lucha? Nuestras huertas; En el gobierno de Michoacán no le tengo confianza a nadie; “En algunos de los cuarteles de los templarios hemos encontrado hasta 50 cuernos de chivo, de ahí obtenemos nuestro armamento”.

Agricultor y ganadero del municipio de Buenavista, Beltrán insiste en que no habrá más grupos armados en cuanto sean detenidos los principales cabecillas de Los caballeros templarios y los 113 municipios del estado queden libres del crimen organizado.

Para Beltrán, la relación de las autodefensas con las fuerzas armadas es buena y de colaboración.

–¿Entonces, los disparos de militares aquí fueron un incidente aislado?

–El gobierno es para proteger, no para masacrar al pueblo. Fue un error del gobierno y no quiero hablar más de ese tema.

–El gobierno federal ha anunciado una nueva estrategia, que incluye un comisionado especial. ¿Qué les parece?

–No nos interesa a quién manden como representante, sino los resultados. Que digan: “aquí está Nazario Moreno (jefe máximo de la antigua Familia michoacana), La Tuta (Servando Moreno), Quique (Enrique Plancarte)”.

–Para el gobierno, al menos para el de Felipe Calderón, Moreno ya no existe.

–Será para el gobierno, porque para el pueblo no. No le hicieron nada. Incluso ahora lo apodan El Muerto.

Un refrigerador con fábrica de hielos y una cama king size con cabecera negra desentonan en el pobre patio de la numerosa familia Benítez Pérez. El terreno es prestado. El hogar, una casucha levantada con desperdicios de madera. Las camas fueron desechadas por una clínica y las sillas las recogió la familia de entre la basura.

Aunque Juana Pérez duerme en el suelo, con una de sus nietas, no quiere la enorme cama que las autodefensas sacaron de la casa de uno de los jefes de Los caballeros templarios y le trajeron de regalo. No quiero que vaya a venir esa gente de mal corazón a decirme que eso no es mío y me vayan a arrebatar lo único que me queda. Mejor sigo durmiendo en el suelo.

En medio del patio hay un altar, con veladoras y flores (no compradas, sino buganvilias, que aquí abundan). Al centro del altar, la foto de Rodrigo, el hijo de 25 años que quedó tendido la noche del lunes 13 luego de que soldados dispararan contra civiles que pretendían evitar el desarme de las autodefensas.

Los gastos del sepelio corrieron por cuenta de los alzados, y el obispo de Apatzingán, Miguel Patiño, mandó un dinerito. De las autoridades, nada; hasta hoy, que la presidenta municipal de Parácuaro, Lucila Barajas, vino a visitar a la familia Benítez Pérez. Por este día olvidó sus fotos playeras en Facebook y trajo una despensa.

Como muchas familias de jornaleros, los Benítez Pérez tienen hambre. Hace dos semanas que no hay trabajo. Y antes, con los templarios, había semanas en que sólo les permitían trabajar dos o tres días. Impedían que se cosechara para buscar que subiera el precio del limón, explica un agricultor.

Al lado de la señora Juana está sentado Jorge Pérez. Una bala de los militares arrebató la vida a su padre, Mario Pérez Torres, de 56 años, único sostén de una anciana inválida.

Jorge dibuja un círculo en la parte derecha de su cara cuando habla de su progenitor: Le destrozaron todo esto. Pero él sólo iba a apoyar para que no desarmen a los que están limpiando al país.

Jorge fue el único hijo que estuvo en el entierro de su padre. Los otros dos, migrantes indocumentados en Estados Unidos, no pudieron venir. Sus hermanos se fueron porque aquí en veces tenemos para comer y en veces no, dice, mientras toca su pantalón lleno de parches. Esto es lo que andamos usando, porque somos pobres.

A Jorge le avisaron que su padre estaba tendido y fue a encontrarlo al pie de un camión del Ejército. Cuenta que luego de los disparos la gente desarmó a los militares y que él los vio parados ahí, al lado del cadáver de su padre.

Jorge quiere paz, que no haya más sangre, aunque por el momento se le impone la necesidad urgente de alimentar a su hija. Hace poco tuvo que deshacerse de su único lujo: un pequeño refrigerador. Lo regresé porque no alcanzaba a pagar el abono.

Retoma la palabra la señora Juana. Dice que una amiga estaba cerca de su hijo cuando murió y que alcanzó a escuchar sus últimas palabras: Tengo mucho frío.