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Penultimátum

Turing merece más

R

ecientemente, los principales medios de comunicación del planeta recordaron el cruel trato que recibió en Inglaterra Alan Turing, el matemático y pionero en ciencias de la computación. Al terminar la Segunda Guerra Mundial era un héroe por haber encabezado el equipo que desbarató el código Enigma utilizado por los alemanes para sus propósitos bélicos. Gracias a ello se pudo destruir el poder naval de Hitler y terminar más pronto la guerra, salvando la vida de miles de personas.

Pero siete años después, en 1952, lo arrestaron y consideraron un traidor, responsable de actos de asquerosa indecencia entre hombres adultos, por cometer un crimen penado en su época: la homosexualidad. Quienes llevaron judicialmente el caso le dieron a Turing dos opciones: tratamiento con estrógeno o cadena perpetua. Eligió el primer castigo, que lo hizo impotente y provocó que le crecieran un par de senos. Dos años más tarde, se suicidó ingiriendo cianuro. Tenía 41 años.

Inglaterra siempre cargó con esa culpa y las autoridades buscaron la forma de limpiar públicamente lo que le hicieron al padre de la inteligencia artificial. En 2009, el primer ministro Gordon Brown redactó una disculpa formal, que no equivale a una oficial, ni perdón alguno. Hace dos años, miembros del parlamento presentaron una propuesta para perdonar a Turing. Científicos prominentes, encabezados por Stephen Hawking, se unieron a ella por medio de una carta pública.

Pese al poder y prestigio de los autores de la misiva, varios argumentos se esgrimieron contra la iniciativa. El ministro de justicia, por ejemplo, sostuvo que los perdones no son para quienes fueron condenados correctamente de lo que entonces era un crimen, sin importar que ahora las veamos con reproche. Perdonar a Turing sería, en cierto modo, liberar a Inglaterra de su vergonzosa historia. Otros, como el activista gay Peter Tatchell, cuestionaron la conveniencia de separar a Turing de los 100 mil hombres que fueron condenados por el mismo motivo. La Cámara de los Lores rechazó entonces el perdón póstumo al crimen de indecencia grave.

Finalmente, Turing recibió en diciembre pasado el indulto real en el que se recalca que es un merecido homenaje a un hombre excepcional, con una mente brillante. Paul Nurse, presidente de la Sociedad Real, dijo: La persecución de este gran científico por su sexualidad fue trágica, ahora podemos centrarnos únicamente en la celebración de su legado. Las prácticas homosexuales fueron ilegales en el imperio de Isabel II hasta 1967. Pero el hombre visionario que ahorró sufrimiento a Inglaterra y Europa en la Segunda Guerra Mundial, el que dejó un enorme legado a la humanidad a través de sus logros científicos, merece mucho más que un indulto.