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Puntos sobre las íes

Carlos Arruza XII

D

iciembre 1º, 1940.

El capítulo anterior lo concluimos con las siguientes palabras: Apenitas llegó a la plaza.

Carlos, para calmar los nervios de recibirse como matador de toros, se fue a Cuernavaca en compañía de su hermano Manolo, los cuales no lo abandonaron durante toda la semana, así que el domingo, se levantó con el alba y a las 9 de la mañana salieron rumbo a la capital, pero sucedió que en esa misma fecha tomaba la alternativa como Presidente de la República el general Manuel Ávila Camacho y todos los accesos a la capital estaban cerrados y si los dejaron pasar fue gracias a súplicas, ruegos y un titipuchal de explicaciones, que si no…

Fue el primero.

Sí, en llegar a la Plaza de Toros El Toreo de La Condesa, mientras los nervios arreciaban y poco después arribó Paco Gorráez y cuando hizo lo propio Fermín Espinos Armillita Chico, Carlos, según sus propias palabras, se encontraba en otro mundo, pero pronto se recuperó y sacando ánimos de quién sabe dónde, se aprestó para vérselas con el toro de su doctorado, Oncito, de Piedras Negras, marcado con el número 11, al que toreó de capa sin mayores excelencias y llegó el tan ansiado y soñado momento.

¡El doctorado!

El maestro de Saltillo, después de desearle mucha suerte como matador de toros, le dijo que tuviera mucho cuidado con el lado derecho del toro, para evitarse un disgusto.

Y se desconcertó.

Con tal consejo, Carlos extremó precauciones y al entrar a matar, sucedió lo que el saltillense había previsto: lo prendió el de Piedras Negras, hiriéndolo en un muslo y al caer el burel, los aficionados le hicieron dar la vuelta en premio, más que nada, a su manifiesto valor.

Salvo un puntazo en Lisboa y varios revolcones y volteretas, nunca había sido cornado y podemos afirmar que fue ese su bautizo de sangre. Permaneció 10 días en el hospital y reapareció en una corrida en beneficio de los familiares del llorado Alberto Balderas, al que el toro Cobijero, de Piedras Negras, hirió de muerte el 29 de diciembre de 1940, con la participación de seis matadores, tarde en la que el gran artista moreliano Jesús Solórzano (el cual, por cierto, años después llegaría a ser compadre de Arruza) destapó el tarro de las esencias con aquel toreo que le valiera ser conocido como El Rey del Temple, sin que nadie haya podido llegar a ocupar tan refulgente trono.

Por algo será.

+ + +

Un trofeo único.

Y a volar, joven.

Toreó Carlos una corrida más, alternando con Carnicerito y Andrés Blando, en la que estuvo muy bien y fue en ese festejo, cuando daba una vuelta al ruedo, que una turista le arrojó una prenda muy íntima que el novel matador creyó era un pañuelo, pero cuando lo mostró a la multitud aquello se convirtió en un sainete.

Lógicamente, los contratos no llegaban, pero le propusieron fuera a torear dos corridas a Venezuela y a Caracas se fue, con el firme propósito de sacarse las espinas que tan clavadas llevaba.

Y allá la formó

Iba, pues, por dos corridas y llegó a torear cinco y fue allá donde cortó su primera oreja como matador de toros y a la que siguieron algunas más. Debutó Carlos con un corridón de Guayabita, en mano a mano con el matador hispano Rafael Ponce Rafaelillo; estuvo colosal con capote y banderillas sólo que el toro le dio un puntazo hondo en el dorso de la mano derecha y no pudo continuar la lidia, así que el peninsular, que de baja estatura era, tuvo que despachar los seis bureles, con un gran corazón y se lo llevaron en hombros en medio del júbilo de los caraqueños.

Por fortuna, de México llegaron corridas de La Laguna y Piedras Negras y con estos toros se remontó Arruza a las altas cumbres. Por cierto que después de su segunda corrida, lesionado aún de la mano se fue a ver a la empresa para rogarle su inclusión en algún cartel ya que el poco dinero llevaba se había esfumado y ya no tenía ni para pagar el hotel. Se la concedieron y volvió a alternar con Rafaellillo y el compatriota Arturo Álvarez El Vizcaíno, cortando las orejas y el rabo de su segundo toro, triunfos que, obviamente le levantaron el ánimo y la moral.

Y algo más sucedió…

+ + +

¡La pesadilla!

(AAB)