Opinión
Ver día anteriorLunes 23 de diciembre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Congruencia
E

ntre los artículos que la revista The Economist publicó el mes pasado había uno donde se emitían una serie de juicios explicando por qué Barack Obama está a punto de ser un presidente que será recordado sobre todo por sus errores y no por sus aciertos. Se puede o no estar de acuerdo con tal afirmación, pero llama la atención la forma en que la revista juzga alguno de esos desaciertos.

Tiene razón cuando dice que Obama tiene una aversión especial a las relaciones interpersonales. Señala el artículo que no acostumbra desayunar, comer o socializar con los legisladores –incluidos sus propios compañeros de partido. En cambio, continúa, otros presidentes no han escatimado esfuerzos para coquetear e incluso chantajear a los congresistas. Por ejemplo, el ex mandatario Johnson no se tentó el corazón para chantajear a algunos miembros del Congreso, con el fin de lograr sus reformas sociales. El también ex presidente Clinton hacía gala de su habilidad política para fungir como bisagra entre demócratas y republicanos, para concretar sus propósitos políticos. La publicación tiene razón al decir que Obama prefiere los discursos en todo tipo de auditorios, incluidos los televisados, en lugar de un acercamiento más habitual con miembros del Congreso.

Pero hay que reconocer que esa actitud es congruente con el cambio de estilo en política que prometió en su campaña. Su propósito ha sido superar la tradición de los acuerdos tras bambalinas; dejar atrás la política de negociación en lo oscurito para otorgar concesiones o presionar a los miembros del Congreso, y acabar con los poderosos cabilderos que transgreden el interés de las mayorías en favor de grupos de poder. Todo eso y más, creyó Obama, podría cambiar cuando llegó a la primera magistratura de la nación más poderosa del orbe. Creyó importante informar y solicitar el apoyo a sus propuestas abiertamente, discutirlas y modificarlas en consenso con sus antagonistas en un debate abierto, no en cónclaves secretos.

Esta intención tuvo su prueba de fuego con la reforma de salud. Durante casi un año él, sus compañeros de partido, las organizaciones y los individuos que simpatizaban con esa propuesta la discutieron en foros abiertos, asambleas, reuniones y debates televisados. En ese periodo se recogieron sugerencias que se reflejaron en la modificación. Lo más importante fue que se discutió antes de su aprobación, y por el beneficio que representaba para importantes segmentos de la población se avaló en el Congreso. A pesar de su turbulento inicio, la medida se consolida paulatinamente e incluso quienes la han combatido con más ardor coinciden en señalar que será benéfica para el país en su conjunto.

A diferencia de lo dicho por The Economist, es probable que Obama sea recordado no sólo por la reforma de salud, sino también por la congruencia en defender una forma de hacer política que rompe con el albazo como medio para aprobar leyes impopulares que benefician a unos cuantos, y no a toda la sociedad.