Opinión
Ver día anteriorSábado 21 de diciembre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Infancia y sociedad

La pesadilla mexicana

P

rimero, poco a poco, desplumaron el águila; después la empujaron para que cayera del nopal y, finalmente, le han arrojado encima a la enorme serpiente que siempre ha querido devorarla.

¿Qué mueve a estos seres inmundos? El dinero –opina la mayoría– y los negocios. Mas parece haber también una perversión, un odio que corre por su sangre; una suerte de maldición criolla que aún carga los complejos y la humillación de haber nacido en esta tierra de indios y no del otro lado del mar; un sentimiento de minusvalía ancestral que se expresa en la necesidad de filiación: a la corona ayer, al imperio hoy. Míseros virreyes pírricos capaces de todos los crímenes, menos de los que requieren valor. Monstruos de mente pequeña y corazón enfermo, que mutilan sin reparo las alas del futuro de millones de niños y jóvenes mexicanos, a cambio de las 30 monedas de Judas. Porque se odia aquello que se es, cuando no se quiere serlo. Porque es imposible que los que se desprecian a sí mismos amen a sus hijos.

Pero los que vinieron desde Aztlán siguen caminando, mucho menos ilusos que otros peregrinos que pedían milagros afuera del Senado, aquéllos se fueron a saludar a la Guadalupana en su día. Y si los prianistas se creyeron muy audaces por consumar su traición ese mismo día, se equivocan al suponer que el pueblo evade la realidad; nuestro pueblo vive su propia realidad, su propio tiempo: con su indiferencia desconoce a sus gobernantes, a golpe de tradiciones y resistencias. De los resistentes es la última palabra, dice Camus.

“Camina, hijo, camina –decía en la peregrinación la madre joven a su hijo de 13 años–, si nos detenemos es peor, porque se enfrían los huesos”. Esta gente tiene sus saberes y el corazón bien puesto, y ninguna duda acerca de que esta tierra y sus riquezas les pertenecen. Los contratos que firman los dandis no tienen para ellos importancia; ya veremos su fuerza para anularlos.

Lástima que después de Lázaro Cárdenas ningún estadista llegó a la Presidencia, pues con el oro negro que ha salido desde entonces, si brillantes patriotas nos hubieran gobernado, hoy podríamos hablar del milagro mexicano, y no de la pesadilla. Qué grandes se sienten hoy las ausencias de Manuel Buendía, de Granados Chapa, del constitucionalista Carpizo y del poeta Álvaro Mutis para que nos ayudaran a crear otra Balada Imprecatoria contra estos listos.

Es tarea de la izquierda que nuestra gente comprenda que los milagros no los hace la fe, sino la voluntad humana. Pero hoy, mi plegaria va con las suyas: a las mujeres y los hombres de buena voluntad danos –Tonantzin Guadalupe– garras y dientes, para defendernos de estos canallas.