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Puntos sobre las íes

Carlos Arruza XI

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El arte de la tauromaquiaFoto Archivo
D

e ahí pa’l real…

Tras su sonado triunfo, lo contrataron para 22 festejos más, en la mayoría de los cuales dejó constancia de lo que podría llegar a ser en el toreo y que pudieron ser muchos más, dado que la temporada lusitana iba a la mitad pero, como lo señalamos en el capítulo anterior, tomó la decisión de regresar a México, cargado de ilusiones, ansiando triunfar entre nosotros, pero lo único que encontró fueron las puertas de siempre cerradas a cal y canto y, desesperado, triste y meditabundo, pensó en volver a Portugal, cuando de pronto, una de esas puertas se abrió y lo programaron para tomar parte en el festejo de la oreja de plata.

Misma que se ganó.

Salió encorajinado, enrabiado, ansiando demostrar su potencialidad y cortó las orejas y rabo de su enemigo, por lo que le otorgaron el trofeo y la repetición para el domingo, volviendo a encaramarse en las nubes.

A punto estuvo…

Por un pelito no alcanzó a doctorarse, ya que fue condición que el novel que triunfara en tres ocasiones sería el del boleto, pero no fue él. Alternó con Ricardo Torres y la verdad sea escrita, el encierro de Zacatepec presentó serias complicaciones y el hidalguense, con el único novillo que medio embistió, le ganó a Carlos la pelea en buena lid.

Creyendo Carlos que le contratarían para la chica en El Toreo gracias a sus triunfos en dos novilladas y el argento trofeo, lo más que consiguió fueron algunos festejos en provincia y, de nueva cuenta, nada para la capital, así que harto ya de tantas injusticias y de tanto esperar volvió mirada a Portugal.

Si aquí no, allá sí.

+ + +

De todo hubo.

Mucho más bueno que malo: 10 triunfos sensacionales, cinco bien a secas, cuatro regules, cuatro fatales y dos broncas.

Y vuelta a México.

Venía Arruza decidido a lo que fuera para poder tomar alternativa; de día y de noche, soñaba con el doctorado y apenas llegó a la capital, se vio anunciado para lidiar un encierro grande y fuerte de Piedras Negras; alternó con Edmundo Zepeda y Felipe González, de quien mucho se hablaba y que en aquella tarde sufrió una espantosa cornada que le truncó su corta brillante carrera.

Esa tarde Carlos demostró que sobrado estaba para doctorarse y le ofrecieron otras dos fechas que ya no aceptó, pues no deseaba que los capitalinos lo catalogaran como eterno novillero, así que se fue a torear en cosos de provincia esperando la ansiada fecha, pero nada de nada. Comenzó la temporada grande y no le echaban ni un lazo y su hermano Manolo, que estaba ya entre nosotros, lo animaba, diciéndole ya llegará.

Sí, le llamaron, pero para una novillada que estuvo a punto de rechazar y, de nueva cuenta, su brother lo convenció la aceptara ya que ese año –1940– sólo había dos candidatos al doctorado: Carlos y Andrés Blando. Los astados fueron de San Mateo y ambos triunfaron en grande, para volver a lo mismo.

Teléfono mudo.

Así que… a los estados para seguir adelante, en espera de… y una tarde, tras haber actuado con notable éxito en Guadalajara, le comunicaron que tenía un llamado de la empresa de la capital. Eran empresarios don Carcho Peralta y el doctor Alfonso Gaona y cuando respondió, él mismo confesó que al principio pensó que todo era una broma de muy mal gusto y cuando escuchó al galeno insistiendo en que le respondiera –ya que Carlos se había quedado sin habla– para que tomara la alternativa el domingo siguiente, de manos de ¡nada más y nada menos! que de Fermín Espinosa Armillita chico, llevando de testigo a Paco Gorráez, con toros de Piedras Negras, lo único que pudo responder fue un sonoro ¡Sí!

Después de tanto sufrir, batallar y desesperar, había ganado ya esa primera gran batalla –de las muchas que tendría que enfrentar y vencer durante su vida–, todo dio un giro inesperado.

Insomnios, nervios, preocupaciones, mucho encomendarse a Dios y a su inseparable Apoderada.

Seis largos años para alcanzar el doctorado, para doctorarse en la plaza de toros más importante del continente americano, gracias a su empeño, dedicación y a lo inquebrantable de su fe.

Y apenitas llegó a la plaza.

+ + +

Ay, esa vocecita

Hasta la próxima.

(AAB)