Opinión
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La Cabra Ediciones:hombres desnudos
C

on el ambiguo título Músculo corazón, afortunadamente seguido de masculinidades en México, la editora María Luisa Passarge publica este libro –en mancuerna con dos fotógrafos: Rogelio Cuéllar y Maritza Lopez–, a los que se suma la colaboración de los escritores Andrés de Luna, Juan Guillermo Figueroa Perea, Alfredo Fressia, Teresa González Arce, Carlos López Beltrán y Rafael Toriz.

Ellos comentan no propiamente las poses fotográficas que no conocieron sino hasta después de que los resultados de la empresa estuvieron a la vista. Sus letradas, científicas o reflexivas opiniones referidas al género, la sexualidad, su aceptación o rechazo a lo largo del tiempo, sus vaivenes y sobre todo su historicidad, toman giros sea a través de experiencias tipo homenaje memorioso, como la narrada por González Arce, que se finca predominantemente en el recuerdo de su padre, o bien mediante recuentos literarios y asociativos como el magistralmente manejado por Andrés de Luna, que se divide en incisos abarcando desde costumbres grecorromanas hasta asuntos escabrosos referidos a los Kennedy, salpicados de referencias a películas que hicieron historia.

También se tratan aspectos biológicos y científicos, pero en un cierto sentido la fotografía como tal está ausente, no hay comentarios sobre encuadres, claroscuros, entornos o sobre las poses de los retratados, algunas reminiscentes de obras famosas que pudieron quedar en la mente, sea de quienes posan, como Luciano Spanó en tónica Captivo moribundo, de Miguel Ángel, sea de Antonio Ortiz, Gritón en actitud de Guerrero Borghese, copia romana de una escultura griega. Esas poses culteranas pueden haber sido asumidas subliminalmente ya sea por los modelos mismos que las generaron quizá en forma espontánea o bien fue tarea de los fotógrafos el elegirlas junto con la editora, al examinar los respectivos bloques captados a lo largo de prolongadas sesiones. Algunas pudieron ser divertidas, frescas y casi automáticas, otras no tanto.

Es obvio que todos los modelos se mostraron abiertamente anuentes a posar desnudos, sea cual fuere su configuración física a partir de los 40 años como edad límite inferior para posar, no existió edad límite en el sentido opuesto, posaron personas hasta de más de 70 años, con bastante desparpajo.

Los hay desde apolos urbanos, siguiendo la feliz expresión de Armando Cristeto, hasta retratos simbólicos con cierta comicidad, como el de Jorge Alberto Manrique tocado con un sombrero de copa que ha lucido en diversas ocasiones, pero hasta donde conozco, esta es la primera vez en que lo utiliza para ser fotografiado en cueros, en el espacio de un baño, probablemente en su propia casa, pues es un desnudo fresco que acusa hasta una ligerísima alteración eréctil en su dick que combina pefectamente con la regadera de teléfono visible a su derecha (izquierda del espectador) y con el espejo que refleja la presencia de los pantalones de los que acaba de despojarse. Si me refiero a su parte noble como suele decirse, aunque estas partes también son conocidas como vergüenzas, es porque todos los retratados, excepto dos que están de espaldas y uno captado en postura sedente con los brazos cruzados sobre el bajo vientre, ostentan bien visible su dick, cosa que sin duda fue exigencia de los fotógrafos.

El órgano (se me perdonará que utilice aquí una agradable equivalencia anglosajona) resulta ser parte inextricable de la virilidad, cosa que pudiera discutirse literariamente, como de hecho sucede.

Es un libro que por su índole va a tener éxito, como lo tuvo en su momento The Nude, de sir Kenneth Clark, que surgió a partir de sus famosas conferencias Mellon en la National Gallery de Washington. Pero el famoso historiador del arte británico se basó en productos ya existentes con el rubro Apolo y Venus, Eva y Adán, centauros y lapitas, íconos cristológicos, amazonas, raptos de Europa o de las hijas de Leucipo, etcétera. Es un libro de arte. Este también tiene reminiscencias artísticas aun cuando hay ausencias no tan absolutas como pudiera colegirse de atributos que corresponderían a bellezas venusinas.

Resulta por ejemplo que Tito Vasconcelos se hizo retratar con zapatillas de tacón alto que rematan en las piernas más torneadas y tersas que pudiera desear cualquier mujer, o bien que Franciso Quintanar, el más joven de los modelos luzca como un santo bizantino hasta con su aureola en tanto que el maestro e investigador Héctor Perea parezca implorar a los cielos que lo perdonen por no haber leído a fondo todos los libros que tiene a su espalda y que en tanto que conjunto muestran marcada preferencia por Carlos Fuentes. También puede ser que rece por el alma del gran escritor mexicano, candidato al premio Nobel.

Como puede verse, uno hace conjeturas al mirar las fotos y no hay que soslayar los afectos o admiraciones que pueden experimentarse ante ciertas personas que forman parte del propio acervo biográfico de amistades y de personas conocidas.