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En la sala Ponce, comparte la presea con los trabajadores que han colaborado con él

Distinguen al arquitecto Carlos Mijares Bracho con la medalla Bellas Artes

Posee inmensa originalidad y es un militante social, define Fernando González Gortázar

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María Cristina García Cepeda entregó ayer la presea a Carlos Mijares en el Palacio de Bellas ArtesFoto Luis Humberto González
 
Periódico La Jornada
Martes 3 de diciembre de 2013, p. 6

Toda la vida Carlos Mijares Bracho (DF, 1930) ha intentado crear poesía con su arquitectura. Si lo consiguió, no me corresponde decirlo, aunque sí, lo que he hecho en un sentido estricto, no es sólo mío, sino de otros que por lo general son olvidados, pues no tienen acceso a los libros, el prestigio, el reconocimiento académico, es decir, operarios, albañiles y oficiales.

El arquitecto, quien ha hecho del tabique de barro su bandera de inspiración, compartió la medalla Bellas Artes con los trabajadores que han colaborado conmigo. Mijares recibió la presea ayer de manos de María Cristina García Cepeda, titular del Instituto Nacional de Bellas Artes, y dio gracias a todos los arquitectos, porque la arquitectura es el único arte presente las 24 horas del día con los seres humanos.

Arte complejo e intrigante

Carlos Mijares acotó que cuando uno llega con estos trabajadores dispuesto a aprender, acaba por salir ganando, no sólo por los conocimientos que le transmiten, sino porque lo invitan a tener una actitud en el proyecto y en la obra que le permite enorgullecerse también de lo que hacen. La arquitectura es particularmente compleja, intrigante y maravillosa.

Ante el público que llenó la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, Fernando González Gortázar se refirió a Mijares como un arquitecto de inmensa originalidad y altísimos vuelos; un pensador profundo, un militante social que asume con alegría y compromiso sus responsabilidades, un hombre de la historia y su tiempo.

El arquitecto, urbanista y escultor recordó que el homenajeado comenzó su carrera, con un acto de rebeldía, en momentos (1954) del proyecto de modernización nacional, en que la arquitectura tenía una fe ciega en el progreso, la tecnología, la razón lógica y en ciertos materiales que parecían inherentes a ella, en especial el concreto, el acero y el cristal. Es que no se puede construir arcos, ni trompas, ni toros, con tecnología de punta.

Sin embargo, se necesita tener el alma muy en su lugar, una valentía y una convicción a prueba de todo para resistir en solitario y a cuerpo limpio, la avalancha de una moda: la modernidad, no sólo prestigiosa, sino también oficial, dentro de la cual se daban todos los encargos y los contratos oficiales, y que marchaba justo opuesto de la dirección que Carlos había escogido.

Para González Gortázar, como Luis Barragán, José Clemente Orozco, Manuel Álvarez Bravo y Juan Rulfo, entre otros de nuestros más altos faros, Carlos muestra la falsedad de la dicotomía entre lo nacional y lo universal. Con su trabajo comprueba que México no pertenece al pasado, que podemos abrir de par en par las ventanas para que entren todos los aires del mundo, y seguir siendo nosotros mismos.