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Mariposas en el hierro, documental de Bertha Gaztelumendi

A partir de 2011, en Euskal Herria hay otro clima: cineasta

En la obra confluyen voces de víctimas de ETA y del Estado español

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En Guernica, integrantes de Tantaz tanta (Gota por gota) durante la presentación de una iniciativa en favor de los derechos de prisioneros de ETAFoto Reuters
 
Periódico La Jornada
Domingo 17 de noviembre de 2013, p. 17

Mariposas en el hierro es un documental que transita por el camino casi imperceptible que se ha empezado a abrir en el País Vasco hacia la paz. En su título alude a un fenómeno de la naturaleza en México: las mariposas monarca, fuertes, pese a su frágil apariencia, y capaces, incluso, de cambiar su propio ADN en vida.

Inspirada en esta maravilla del reino animal, la directora de la cinta, la periodista Bertha Gaztelumendi, recurre a esa metáfora para describir a un grupo de mujeres, víctimas de diversas violencias que pudieron transformar radicalmente el sufrimiento que les partió la vida en fuerza motora de un proceso de diálogo.

La cinta, opera prima de su autora, quien fue corresponsal de la televisión vasca en América Latina y radicó en México, es fruto de una coyuntura. Dos años antes hubiera sido muy difícil reunir en un mismo proyecto a víctimas de atentados de ETA con las de la violencia del Estado español, presos, torturados o asesinados por fuerzas policiales o parapoliciales. Hubiera sido complicado hacer confluir las voces de madres de víctimas de violencia de género con las de defensoras de inmigrantes o familias despojadas de sus viviendas.

Ahora se pudo y Mariposas en el hierro fue seleccionada para participar en el festival de San Sebastián. Y no sólo eso, sino que fue recibida con excelentes críticas. Ahora estas mariposas vuelan con alas propias en certámenes de todo el mundo –el más reciente fue el de Morelia–, cineclubes, colectivos de derechos humanos e incluso copias piratas que son bienvenidas, asienta Bertha.

Metáforas del dolor y la resistencia

Y es que desde hace 24 meses sí que hay otro clima en Euskal Herria, dice en entrevista la cineasta de 46 años. La prueba es que en el desfile de testimonios que se presentan, en locaciones que sugieren fuego y hierro, en los muelles del puerto de Bilbao, entre pesadas grúas, montacargas y vagones que trasiegan con montañas de fierros retorcidos –metáfora del dolor– las mujeres entrevistadas son capaces de encontrar un denominador común: Todas están dispuestas a ponerse en la piel del sufrimiento ajeno. De este modo, cada víctima es un motor de paz. Bien se habrían podido quedar ensimismadas en sus propios sentimientos de dolor y quizá venganza. Pero no, toman la decisión de apostar por todas aquellas a quienes se les han conculcado sus derechos y han sufrido lo mismo que ellas.

Reunirlas no fue difícil. Cada una acudió con la mejor voluntad a la convocatoria de Gaztelumendi, guionista y directora.

–¿Puede decirse que después del cese el fuego la vasca es una sociedad más plural?

–No estamos todavía ahí, pero para allá vamos. Ya no estamos en la dinámica de antes, atentado-condena-atentado. No es fácil porque no se ven muchos cambios, porque el Estado no mueve ficha. Pero hoy podemos experimentar otras formas de hacer. Y sí se están haciendo. Hay foros, seminarios, encuentros muy plurales, hay una avidez de aprender de otros modelos, de hacerlo esta vez bien. Todavía no hemos soltado el lastre que arrastramos desde hace mucho tiempo; aún hay personas que temen significarse como lo que son.

Habrá que ser más audaces

–¿Temor de hablar, de dialogar?

–De alguna forma sí, todavía. Habrá que ser más audaces para romper el molde.

Es la audacia en las palabras de Tamara Muruetagoiena, hija de un preso muerto en tortura en 1982; de Asún Casasola, madre de una chica víctima de violencia sexual y homicidio en los sanfermines de 2008; de Miren Mentuxa y Marta Uriarte, del movimiento contra los deshaucios de vivienda; de Amparo Pimiento, exiliada colombiana, gestora de un albergue para inmigrantes sin techo; de Izaskun Guarrotxea y Ainoa Aznáez, feministas que impulsan a través de su organización Ahotzak la pluralidad política; de Carmen Hernández y Rosa Rodero, viudas de funcionarios públicos ultimados por el grupo armado ETA; de Edurne Brouard, hija de un consejero de Herri Batasuna asesinado por la paramilitar GAL; de Arantza Urkaregi, detenida por participar en elecciones locales.

–¿Hubiera sido posible reunir este coro diverso, donde participan víctimas de bandos enemigos, antes del cese el fuego de 2011?

–No creo. El fin de la violencia mejora todo tipo de relaciones y abre una perspectiva, un horizonte que muchos ya tenían perdido después de tantos años de conflicto armado.

“Antes del cese al fuego de ETA había muchas cosas que eran impensables en el País Vasco, entre otras, hacer un documental como este. Mientras hay agresiones, atentados, tortura, es difícil manifestar la buena voluntad de avanzar en una solución pacífica. Y había una abierta exclusión de muchas expresiones políticas vascas. Hay que aclarar que la violencia tiene un origen político, no es gratuita. Y la represión del Estado llegó a expresiones tan bárbaras como la de ilegalizar partidos políticos por sus ideas independentistas o nacionalistas. O practicar la tortura, aunque el Estado no lo reconoce. O que los presos políticos no tengan derechos garantizados. O los varapalos que sufrió la libertad de expresión en el pasado, como fueron la clausura de Egun Karia y Egin. O el caso de Arnaldo Otegi, preso por expresarse políticamente.

Pero ahora estoy convencida de que estamos caminando hacia el fin de este largo conflicto. Nunca lo he visto tan claramente como ahora. Creo que finalmente la sociedad ha terminado por creer que la paz es posible. Y esto es muy importante valorarlo, porque antes hubo muchas otras treguas que abrieron muchas ilusiones y después algo pasaba que todo se venía abajo.

–¿Cuál es la respuesta de la autoridad ante este panorama?

–El Estado español no ha movido ficha después del cese el fuego, pero a pesar de ello hay cambios, surgieron nuevas formaciones políticas del movimiento abertzale que tuvieron éxito en elecciones locales. Hay un parlamento que sí representa a todas las fuerzas políticas del País Vasco.

–¿Cómo lo viven los ciudadanos? ¿Se puede hablar de un deseo generalizado de pasar página?

–La sociedad siempre va por delante de las instituciones y en este caso ha sido así. Si hay este proceso de paz es porque la sociedad lo ha propiciado. Pero simplemente pasar página no puede ser. Ha habido mucha violencia. La sociedad tiene derecho a la verdad y a la justicia. Las víctimas de ETA han sido arropadas por dos leyes antiterroristas (1999 y 2011), pero eso no existe en el caso de las víctimas del Estado o de grupos parapoliciales amparados por éste. Ahí hay una asimetría, víctimas de primera y segunda.