Opinión
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Mar de Historias

El Buen Fin

Foto
Las tiendas departamentales se abarrotaron de compradores en busca de ofertasFoto Carlos Ramos Mamahua
K

aren no soporta los espacios vacíos. Las paredes de su área de trabajo en la fábrica de ropa íntima están cubiertas de fotos, pósters, recortes y menús. A Grace le repugna el silencio. Desde que salió de El Rosario hasta que llegó a Narvarte para recoger a Karen, su amiga y compañera de trabajo, mantuvo encendido el radio del vocho que le prestó su hermana Itzel.

Grace oprime el claxon varias veces para llamar la atención de Karen, de pie junto a la entrada del edificio en donde vive. Un conductor al pasar la reprende: Ya no haga tanto escándalo, vieja loca.

–¡Qué tipo más grosero! –comenta Karen al abordar el automóvil. –Qué buena onda de tu hermana haberte prestado el coche.

–Sí, muy buena, pero a cambio de que le ponga al tanque lo que le falta de gasolina. ¿Me sigo de una vez hasta la macroplaza o antes quieres echar un ojito en las tiendas del centro?

–Me gustaría, pero mejor no. Si hay alguna manifestación ni podremos pasar. Vamos directo a la macro. Si allí no encontramos cosas que valgan la pena, nos seguimos a otro lado, a menos que tengas que devolverle el coche a tu hermana a una hora fija.

–No. Me dijo que entre ocho y nueve estaría bien.

–O sea que tenemos… –Karen inclina la cabeza para ver la carátula de su reloj: –Ay tú, cada día veo menos. El doctor me dijo que ya necesito lentes y hasta me dio la graduación en una receta. Siempre la traigo en la bolsa, pero se me olvida.

–Aprovecha El Buen Fin y cómpratelos de una vez.

–Ay, no, ¡qué triste comprar lentes! Otro día. Hoy quiero darme un gustito, porque si no es ahora, ¿cuándo?

–Con la vista no se juega. Entre más pronto uses tus lentes menos avanzará la miopía –afirma Grace.

–Bueno, a ver si me animo… Y tú, ¿buscarás algo especial?

–Nada. Y de ropa ¡menos! Todavía no estreno el vestido que me compré el año pasado porque aún no me entra.

–Grace: te dije que la talla 36 era muy chica para ti; que mejor buscaras algo en 42, ¿te acuerdas?

–Sí, pero es que el vestido está divino y lo compré baratísimo. Además, pensaba adelgazar. Sigo pensándolo. Después de Navidad voy a hacer otra vez la dieta verde y mi terapia con flores de Bach: los nervios influyen en el peso.

–No me digas que sólo viniste para acompañarme –dice Karen afligida.

–Sí voy a comprar, no te apures, pero no para mí, sino para mi abuela. Me pidió una pantalla de 80 pulgadas–. Grace ríe: –Ni sabe cuánto es esa medida, pero como oyó un anuncio en la tele, pues se le antojó.

–Una pantalla de esas debe de ser carísima.

–Pues sí, Karen, pero con el descuento del Buen Fin y la facilidad de pagarla a 18 meses con tarjeta bancaria, me sale más o menos accesible.

–Tienes razón. Hay que aprovechar. Quiero ver si encuentro un juego de muebles para exterior: sillones blancos y sombrilla de colores.

–Grace, ¿te vas a cambiar a una casa con jardín?

–Ahorita no. Cuando a Sergio lo asciendan. No te digo que será mañana ni pasado, pero sí antes de dos años. Si Dios quiere que nos mudemos, para entonces ya tendremos adelantados los muebles de jardín–. Su entusiasmo decae al ver la fila de automóviles frente al estacionamiento: –Va a estar en chino para que entremos.

–Mejor salte y buscamos algún sitio en la calle. De seguro hay muchos vacíos, pero la gente, con tal de no caminar, es capaz de cualquier cosa–. Karen gira hacia su amiga: –Por cierto: he sabido que la caminata es muy buena para adelgazar.

–Yo también, pero regreso del trabajo muy tarde y a esas horas me da miedo salir al parque.

–Pues cómprate una caminadora. De seguro en El Buen Fin las encuentras en oferta.

–¿Y en dónde la pongo? Mi depa es un dedal.

–¿Tienes cuarto de criados, no? Pues que te la suban allá.

–¿Y entonces no le compro su pantalla a mi abuela?

–Sí. Llévate las dos cosas.

–Y las pongo a l8 meses, ¿verdad?, aunque luego los abonos van a estar pesadísimos.

–Pero vale la pena…

II

–Grace, pégate a la derecha– grita Karen –acabo de ver un lugar vacío. Córrele antes de que nos lo ganen.

–Me trajiste suerte, amiga–. Con una maniobra suave, Grace se estaciona frente a un árbol de mimosas. –En mi jardín voy a sembrar uno de estos árboles. ¡Me encantan!

–A mí también. Huelen muy rico, como a mielecita.

Las dos amigas caminan haciendo planes mientras en sentido contrario aparecen familias y parejas que cargan agobiadas los objetos recién adquiridos. Un hombre maduro con cachucha y bermudas se desliza entre las filas maniobrando su patineta nueva.

–¡Creo que vamos a encontrar todas las tiendas vacías! –afirma Karen que sigue con la mirada al patinador. –La gente ya se lo llevó todo y te aseguro que nada le era indispensable.

–Allá cada quien con su vida. Oye Grace, ¿y por qué no buscas de una vez un rosticero de jardín? Dicen que la carne sale deliciosa y sin una gota de grasa.

–Tengo mi parrilla eléctrica. No necesito más.

–Está bien para tu cocinita y para asar dos bisteces, pero si vas a cambiarte a una casa con jardín…

–Bueno, Karen, no es seguro.

–Ya sé que no, pero para dentro de un año los rosticeros costarán el doble. Si lo compras en este Buen Fin estarás haciendo un gran ahorro–. Pasan frente a una óptica que ofrece los mayores descuentos. –Karen, si traes la receta podemos dejarla para que te la surtan mientras hacemos otras compras.

Sin esperar respuesta de su amiga, Grace entra al establecimiento. Karen la sigue y queda deslumbrada por los aparadores y la variedad de armazones. Un empleado con bata blanca acude a su encuentro:

–Surtimos recetas en minutos. Como novedad tenemos los lentes de contacto de colores o sea, cosméticos. Son aptos para todas las personas.– Observa a Karen: –A usted le favorecerían los de tono violeta y a su amiga los verdes por el color de la piel. Enseguida les traigo los probadores.

–Sí, sí, que los traiga. Me voy a comprar de los tres tonos. No deben de ser muy caros y con el descuento…

–¿Quieres decirme para qué diablos necesitamos unos lentes de colores? –dice Grace mordiendo las palabras.

–Para hacernos las ilusiones de que el mundo cambia de tono cada día y que mañana –es decir, la realidad– tardará 18 meses en llegar.