Opinión
Ver día anteriorDomingo 17 de noviembre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El arte y la justicia
E

n la grandiosa Tenochitlán, a un costado del palacio del emperador Moctezuma, se encontraba un predio que tras la Conquista se conoció como Plaza del Volador. Recibía ese nombre porque ahí se llevaba a cabo el famoso ritual indígena que hoy conocemos como Los voladores de Papantla.

En una parte del terreno el virrey Revillagigedo ordenó la construcción, en 1792, de un mercado, con el objetivo principal de ubicar a los regatones (ambulantes y revendedores) que inundaban la Plaza Mayor. Conocido como Mercado del Volador, fue demolido en 1865, cuando los comerciantes fueron trasladados a la Plazuela de la Merced. En otro espacio del vasto solar, a fines del siglo XVI se construyó el edificio de la Real y Pontificia Universidad, el cual mandó demoler Justo Sierra en 1910.

En el mismo lugar, en febrero de 1936, Lázaro Cárdenas colocó la primera piedra de la que habría de ser la sede de la Suprema Corte de Justicia. La inmensa edificación con entrañas de acero y concreto armado, recubierto en el exterior de recinto y cantera es de gran sobriedad. Lo diseñó el arquitecto Antonio Muñoz García, en un estilo moderno, pero incorporando elementos de la arquitectura neoclásica.

La austeridad la rompe la enorme puerta de bronce pulido, cuyo peso es de tres toneladas y media, decorada con bellos altorrelieves que realizó el escultor Fernando Tamariz y que aluden a cuatro etapas trascendentales de la historia de México. El estilo es Art Deco, de gran moda en ese momento, que se mezcla con el mudéjar, del gran alfiz que enmarca el balcón y el pórtico.

Hace algunos años comentamos la fuerza de los espléndidos murales que pintó José Clemente Orozco en 1941, en los muros que desembocan en la amplia escalera del vestíbulo principal. Hoy vamos a hablar de una serie de obras que pintaron diversos artistas en los cubos de las escaleras, en años recientes. Con ellas la Corte cuenta con más de mil metros cuadrados de murales, varios de gran calidad, lo que la convierte en un museo de arte significativo.

Vamos a iniciar por Luis Nishizawa quien coordinó el mural La justicia, que comienza con la representación de los caballeros águila y tigre ante un consejo de ancianos, evocando la justicia prehispánica; continua con 11 caballos que simbolizan la fuerza de las luchas de Independencia y Revolución Mexicana y por último impone la figura de la justicia, sin vendaje en los ojos.

Héctor Cruz García pintó Génesis del nacimiento de una nación, que representa el origen del Estado mexicano mediante la lucha de Independencia, así como los personajes que hicieron esto posible. Ismael Ramos plasmó a una mujer, quien es esperada por un hombre con brazos abiertos en señal de ayuda, y lo tituló La búsqueda de la justicia. Por su parte en La Justicia, supremo poder, Leopoldo Flores alude a la Revolución Mexicana, con caballos monocromáticos.

Santiago Carbonell pintó una excelente obra dedicada a la gente común. En Caminos de palabras y silencios, de hombres y mujeres, de recuerdos y olvidos no hay ningún héroe; está dedicado a los olvidados... a los anónimos, a esos señores que están pegando un ladrillo sobre otro (...), a la gente que está haciendo que este país viva” en palabras del autor.

Por último, el mural más impactante tanto por el tema como por la calidad de trabajo es de Rafael Cauduro. La historia de la justicia en México o Siete crímenes más uno muestra en tres niveles de la amplia escalera los crímenes que se han hecho en la ejecución de la justicia. Son verdaderamente escalofriantes por su hiperrealismo y perspectiva. Estas maravillas se pueden visitar.

Y vámonos a tomar un cafecito para el frío. En la calle de Brasil 5 se encuentra una sucursal del famoso Café de la Parroquia veracruzano. Desde luego tiene el clásico lechero, que le preparan en la mesa vertiendo, desde lo alto en un vaso de grueso cristal, el concentrado de café, así como la leche. Se puede desayunar, comer y merendar.