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Los discos favoritos del maestro
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Periódico La Jornada
Sábado 2 de noviembre de 2013, p. a16

El disco favorito de Lou Reed, para Lou Reed, fue Magic and Loss, donde se encuentran los versos favoritos de Lou Reed, escritos por Lou Reed:

cuando atraviesas el fuego
lamiéndote los labios...
En lo alto no hay un muro:
hay una puerta

Pertenecen a la pieza culminante de ese disco, titulada Magic and Loss: The Summation, donde el poeta del dolor del mundo y la belleza narra la experiencia –vivida a través de la muerte de sus amigos más cercanos– de la cremación de sus restos: cuando te atraviesa el fuego/ se trata de una prueba de humildad/ un laberinto de dudas/ y las luces pueden cegarte./ Hay quienes nunca lo entendieron/ porque cuando pasas por la arrogancia pasas por el dolor/ por un pasado siempre presente.../ Pasas por el fuego hacia la luz.

Como en el poema póstumo de Carlos Montemayor, que publicó La Jornada, donde él nos narra su momento de tránsito hacia el largo camino hacia la luz.

¿Se trata del mejor álbum de Lou Reed?

La respuesta no está en el viento, desde que se trata de un artista no mesurable. La trascendencia de este creador está en el impacto que deja en sus escuchas: atravesados por el fuego y por la luz.

Hay que recordar que el álbum póstumo de Reed, titulado Lulú en un guiño al expresionismo, en particular al dramaturgo alemán Frank Wedekind (1864-1918), quien fue un crítico social que utilizó como tema la sexualidad para plantear insurrecciones a la decadencia moral de nuestros días, no fue bien recibido por la crítica especializada, tan acostumbrada ella, la crítica, a poner énfasis en los signos semafóricos del mercado, de la industria musical, a cambio de su desdén por la cultura.

El álbum último del guerrero (http://goo.gl/DI1Pj0) es una bonita herencia y excelente punto de partida a la retrospectiva obligada para entender al maestro: un iconoclasta consumado, un hacedor de magia y pérdidas, un artista del trapecio, un escritor kafkiano que luego de una noche agitada despertó convertido en una hermosa cucaracha que roía restos de comida en los callejones húmedos de meados, semen y alcohol, del más profundo Nueva York, no el de Lennon, tampoco el de García Lorca, sino el de un paria existencial que vivió traspasado por el fuego y por la luz, un hermoso insecto que sobrevivió en medio de la hoguera, devorado por la pasión.

Lou Reed preparaba un disco que se iba a llamar Magic, porque la magia le fascinaba: la magia de verdad, la capacidad de hacerse desaparecer a uno mismo. Yo había oído historias sobre magos de México que tenían poderes extraños. Pensé que si publicaba canciones sobre magia se pondrían en contacto conmigo y me contarían sus secretos. Después de todo, la gente siempre me cuenta sus secretos y yo a menudo los pongo en forma de canciones como si fueran cosas que me han pasado a mí.

Sucedió entonces que dos de los mejores amigos del poeta murieron de cáncer virulento en el intervalo de un año, de manera que el disco finalmente se llamó: De magia y pérdida (Magic and loss): yo buscaba una forma mágica de superar la pena y la desaparición. Quería crear una música que ayudara a soportar la pérdida. Me pareció que siempre estamos empezando de nuevo, que siempre nos dan una nueva oportunidad para hacer las cosas.

Y entonces Magic and Loss se convirtió en el disco más profundo, más poético, más potente y decidor de Lou Reed: he ahí su arsenal artístico: el medio-recitativo (influencia de su esposa, Laurie Anderson), el sonido duro, potente, macizo, el ruido a lo John Cage y las ideas revolucionarias del maestro de Cage: Erik Satie, he ahí el murmullo y el grito, el madrazo y la caricia, el susurro y el encanto, esa magia de Sybila, ese encanto mágico, esa magia sin pérdida que caracteriza toda la obra de Lou Reed.

Pero Magic and Loss no es el único álbum de Lou Reed que amó Lou Reed; también está otra obra maestra: New York, donde lo metafísico, lo oscuro (presentes, también, en The Raven, álbum doble en homenaje a otra de sus improntas: Edgar Allan Poe) y su interés por las fuerzas sobrenaturales, campean y el autor se abandona, atrapado entre las estrellas desfiguradas, en una constelación urbana, en un mapa políticamente incorrecto.

El álbum New York, de su cronista, su aeda, contiene monumentos como I’ll be your mirror, donde la cantante –explica Lou– se ofrece para reflejar lo que eres, en caso de que no lo sepas. Aquella era una canción de amor, pero la capacidad y el deseo de reflejar pueden ir en otras direcciones y mostrarnos estancias y condiciones que están dentro de nosotros y que versan sobre nosotros.

He ahí el agua tibia: en vida, Lou Reed no pasó del artista de culto al artista de éxito simple y llanamente porque no le interesaba. Se limitó a hablar de cosas que versan sobre nosotros. Y eso, claro, no le gusta a nadie.

Helos ahí, los discos del maestro. Nos deja mucha tarea.

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