Opinión
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EPN: ¿inversión histórica?

Videgaray y su calculadora

Cuentas alegres, no claras

M

uy contento está el inquilino de Los Pinos por la inversión histórica que llegó al país en el primer semestre de este aciago 2013. Enrique Peña Nieto presumió en Coahuila –donde inauguró una planta ensambladora de una trasnacional automotriz– que en ese periodo la inversión extranjera directa (IED) ascendió a casi 24 mil millones de dólares, y previó que al concluir el año ascendería a más de 35 mil millones de billetes verdes.

Qué bueno que esa carretada de billetes motive la felicidad del susodicho, pero lamentablemente las cifras que maneja sólo forman parte de la feria de las cifras alegres y los cálculos mal hechos, porque, de entrada, alrededor de 88 por ciento de la cifra por él presumida para el primer semestre de 2013 (21 mil de 24 mil millones de dólares, en números cerrados) corresponde a la venta del grupo cervecero Modelo a la trasnacional belga-brasileña Anheuser-Busch InBev (el 50 por ciento de las acciones, porque la otra mitad ya era propiedad de tal consorcio foráneo).

Por otra parte, los dineros de la citada trasnacional no llegan a México a generar riqueza y a crear nuevas fuentes de trabajo. Por el contrario, viene a comprar la existente, a cancelar empleos en el sector formal de la economía (directos e indirectos) y, de paso, a aprovechar las enormes facilidades fiscales que ofrece el país a este tipo de consorcios para evadir legalmente impuestos. Así, en el mejor de los casos la histórica inversión extranjera directa ascendería a sólo 3 mil millones en el lapso de referencia.

Se trata, como sucedió en 2001 con la venta de Banamex a la trasnacional financiera estadunidense Citigroup (12 mil 500 millones de dólares, libres de impuestos), de algo excepcional, no histórico. Técnicamente –dirían los sesudos integrantes del gabinetazo peñanietista– se contabiliza como inversión extranjera directa, sin importar que se trate no de una inversión como la realizada en Coahuila por la trasnacional automotriz, sino de una mera transacción de compraventa entre dos empresas privadas pactada desde 2012, año en el que no se aterrizó porque el vecino del norte puso una serie de condiciones, las cuales, una vez atendidas, despejaron el camino para que en 2013 se concretara el traspaso. Habrá que ver qué circo y cuántas maromas inventa y hace el gobierno mexicano en 2014 cuando el registro de IED caiga a sus niveles regulares (tal y como sucedió en 2002 con Fox, cuando no hubo otro Banamex que vender).

Anheuser-Busch InBev no vino a México para arriesgar. Compró una empresa sólida, con un negocio creciente y un mercado –nacional y foráneo– garantizado. De riesgos, nada. De hecho, lo primero que hizo al tomar posesión del corporativo cervecero fue cancelar empleos. Bueno, hasta el sistema nervioso de la afición futbolera salió raspado por el potencial desempleo en el sector del balón pie, puesto que el nuevo dueño del Grupo Modelo rápidamente se deshizo del equipo Santos Laguna (estadio incluido). Lo vendió a una nueva empresa (creada ex profeso) denominada Orlegi Deportes, presidida por Alejandro Irarragorri, quien antes de la llegada de la citada trasnacional fungió como presidente del consejo del propio equipo deportivo, y los jugadores la libraron.

Entonces, inversión extranjera directa es aquella que viene a México a generar riqueza, abrir mercados, crear empleo formal (algo que ya no se ve todos los días), y no la que llega a comprar un negocio ya establecido, con un mercado garantizado, y a mandar al desempleo a no pocos jefes y jefas de familia (se estima que podrían sumar 12 mil los puestos de trabajo cancelados en Modelo). Si ello provoca felicidad en el inquilino de Los Pinos, muy su derecho, pero ninguna alegría provoca a los mexicanos que el capital foráneo arribe, sin más, a cancelar puestos de trabajo y a repartirse el pastel existente.

Tal vez con su alegre declaración en Coahuila, el verdadero intento del inquilino de Los Pinos es mandar un mensaje positivo ante la ostentosa caída de inversión extranjera directa en el último año (felizmente) de Felipe Calderón, periodo en el que la IED se desplomó 38 por ciento, para cerrar el año con un saldo cercano a 13 mil 400 millones de dólares (el nivel más bajo desde 1999), contra 21 mil 500 millones en 2011. Y como van las cosas, para 2013 difícilmente se alcanzará el monto histórico presumido por Peña Nieto, pues si se descuenta la compra-venta de Modelo, se llegaría, en el mejor de los casos, a 13 mil millones de dólares, de los que buena parte correspondería a reinversión de utilidades (dinero generado en México).

Y mientras Enrique Peña Nieto recurre a las cuentas alegres (no a las cuentas claras), nadie sabe qué tipo de calculadora utiliza Luis Videgaray, secretario de Hacienda, pues hasta ahora no ha dado una. Días después de estrenar el cargo (10 de diciembre de 2012), el flamante funcionario presumía ante los diputados que en 2013 –con estimaciones prudentes, y ya descontados los riesgos económicos por el vecino del norte y cualquier turbulencia– el producto interno bruto mexicano crecería 3.5 por ciento.

Poco más adelante (23 de febrero de 2013), Videgaray anunciaba que el PIB mexicano se incrementaría 5 por ciento, producto de las reformas que se cocinaban, y en marzo agregaba un punto porcentual producto de los cambios en el sector de las telecomunicaciones. Tal vez de tanto sumar y sumar no registró que en realidad la práctica era al contrario, es decir, todos restaban y restaban, y eso que todavía Manuel e Ingrid no tocaban territorio nacional.

El balance es conocido: ni 6, ni 5, ni 3.5 por ciento. La estimación más alentadora, hasta ahora, es la del Fondo Monetario Internacional: en 2013, si bien va, la economía mexicana crecería 1.2 por ciento, aunque el cálculo corresponde a octubre del presente año (falta noviembre y diciembre). Y todo ello sin considerar la reciente advertencia del Banco Mundial: pese a las reformas, México será el de menor crecimiento en América Latina. Entonces, ¿cambio de calculadora o de funcionario?

Las rebanadas del pastel

Y la cereza va por cortesía de la OCDE: “la actual crisis política en Estados Unidos pone innecesariamente en riesgo la estabilidad y el crecimiento no sólo de ese país, sino de la economía mundial… Si el ‘techo’ de la deuda no es elevado y el ‘cierre’ del gobierno estadunidense se prolonga, los países de la organización (México entre ellos) caerán de nuevo en recesión el próximo año, y las economías emergentes experimentarán una fuerte desaceleración”.

Twitter: @cafevega