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El fetichismo de los ácidos nucleicos
U

no de los conceptos más interesantes en la obra de Karl Marx es el del fetichismo de la mercancía. Su comprensión nos ayuda a analizar las ideas erróneas que sobre el mundo se tienen frecuentemente. De acuerdo con Marx, un intercambio mercantil parece ser un intercambio de cosas que, dotadas de una misteriosa naturaleza propia, son proclives a intercambiarse. Los sujetos que llevan a cabo tal intercambio aparecen como meros vehículos de la operación, pero la mercancía en sí es un ente que enmascara y oculta las relaciones sociales y de trabajo que se encuentran tras aquella, que son las verdaderamente responsables del intercambio.

Aunque Marx puso énfasis en el aspecto particular del fetichismo mercantil, su método permite extender el proceso de la fetichización a otros ámbitos de la realidad. Existe el fetichismo del Estado, el de la idea abstracta, el fetichismo religioso, el de las organizaciones, políticas o sociales, etcétera; en todos estos casos lo que sucede es que se presentan ciertas entidades o construcciones sociales como si no requirieran de ninguna relación o vínculo para explicarse, como si siempre hubieran existido por virtud de una propiedad inexplicable, misteriosa que los tiene presentes en el mundo de manera eterna: dinero, dios, patria, partido, pensamiento, presentados como realidades eternas e incambiables, son ejemplos de conceptos fetichizados que producen ilusiones y obscurecen nuestra concepción de la realidad.

Marx explicó que el fetichismo, tiene un carácter histórico y transitorio, es una consecuencia de las sociedades de clases y que una revolución debería de acabar con las relaciones que produce tal fetichización.

Las ciencias naturales han también fetichizado muchas de sus categorías analíticas y sus conceptos. En biología encontramos una enorme carga de fetichismo al analizar las formas como se ha explicado la herencia y su variación. Desde fines del siglo XVIII con las teorías preformistas, con la genética mendeliana de fines del siglo XIX y con la síntesis moderna de inicios del XX hasta la biología molecular contemporánea, existe la tesis de que la herencia debe ser resultado de una partícula encapsulada, que transmite sus inmanentes propiedades a las generaciones siguientes. La forma más reciente de esta argumentación se dio primero en 1953 con la descripción del modelo tridimensional del ácido desoxirribonucleico (ADN), molécula responsable de la transmisión de la herencia, y en 1970 con la publicación, por Francis Crick de un artículo intitulado El dogma central de la biología molecular.

En ese célebre artículo se explica que la información genética corre siempre unidireccionalmente, desde el ADN hacia las proteínas; que en este recorrido se puede ocasionalmente tener como intermediario a otra molécula: el ácido ribonucleico (ARN), que también en ocasiones puede mandar información al ADN y autorreplicarse, pero lo que nunca ocurre es que las proteínas puedan mandar información al ARN ni al ADN. Este último no sólo es quien envía su información a las proteínas y al ARN, sino que es capaz de autorreplicarse también siempre, mandarse información a sí mismo, sin la intervención de nada, sin relación alguna, sólo por virtud de sus propiedades inherentes. Este modelo reduccionista extremo es un claro ejemplo de fetichización de una molécula maestra que concentra en su interior todas las claves de la vida, que puede existir por sí misma, prescindiendo de todo lo exterior a ella.

Durante muchas décadas este modelo se mantuvo intocado, en buena parte porque señala un proceso que en efecto ocurre. Pero presentado del modo como Crick y sus seguidores lo han hecho, contiene un par de serias deficiencias: en primer lugar, sostiene que ocurre en asilamiento, descontextualizando el proceso con respecto a las condiciones generales en las que se produce, las cuales son cambiantes siempre. En segundo lugar asevera que es el proceso único y universal de transmisión de herencia. En las últimas décadas, sin embargo, ha venido quedando claro que existen otros procesos de herencia en los que no necesariamente interviene el ADN y que en muchos casos las influencias ambientales pueden hacer que los ácidos nucleicos expresen características que no estaban expresando en ausencia de tales influencias, es decir, que para comprender integralmente el funcionamiento de estos ácidos, es necesario ubicarlos en sus contextos totales de relaciones y abandonar esa idea reduccionista que pretende explicar la complejidad de los procesos en los seres vivos a partir de la existencia de una sola entidad. De hecho hay quienes opinan que se está en una etapa de crisis del dogma central de la biología molecular.

La concepción de los procesos de la vida como procesos relacionales más que esenciales es una tarea que se impone hoy como modo de eliminar las ideas falsas y fetichizadas del universo.

A la memoria de mi profesor José Carlos Pelz Cabrera, sencillo profesor normalista que llenó mi mente infantil de conocimientos, saberes, dudas, inquietudes, pasiones intelectuales… Sencillo profesor normalista como los que hoy desafían al poder desde las calles.