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Ambas expresiones ayudan a la mujer a encontrar muchas certezas sobre quiénes son

Belly y pole dance, de bailes profanos a instrumentos de poder femenino

Quien practica la danza del vientre se transforma, hay una aceptación del cuerpo sin importar los estereotipos, señala unas de las pioneras en el país

Al bailar en tubo las mujeres se vuelven más fuertes; luego eso se convierte en decisiones, dice Erandi Montes, directora de una academia

 
Periódico La Jornada
Sábado 5 de octubre de 2013, p. 8

Mecer la cadera al ritmo de percusiones árabes, mover el vientre en sensuales ondulaciones o hacer giros en un tubo ha sido, por décadas, sinónimo de bailes exóticos, en muchas ocasiones asociados a la prostitución o actividades emparentadas, pero hoy el crecimiento exponencial de escuelas de danza del vientre y pole dance (baile con un tubo) las han convertido en una forma de reconocimiento y aceptación del cuerpo y una herramienta de empoderamiento femenino.

En México, donde apenas 4 por ciento de las mujeres de entre 18 y 64 años de edad se siente cómoda al describirse a sí misma como bella (según una encuesta realizada por una marca de productos de belleza en 2010) y 40 por ciento admite sentir algún tipo de presión por ser atractiva, la década antreior ha sido testigo del surgimiento de incontables academias donde miles de mujeres en todo el país acuden a hacer ejercicio, pero también a encontrar muchas certezas sobre quiénes son y qué capacidades tienen, según aseguran bailarinas e instructoras de estas disciplinas.

El efecto Shakira

Con un origen datado hace 3 mil años en el antiguo Egipto, asociado a ritos de fertilidad, la danza del vientre se convirtió, a principios del siglo XX, en un baile de cabaret dirigido a los visitantes extranjeros que viajaban al Medio Oriente.

Nutrida por numerosos elementos del espectáculo de cabaret (vistosas fajillas con monedas y lentejuelas, por ejemplo) y una fuerte influencia de Hollywood, la danza del vientre (o bellydance, por su nombre en inglés) dejó atrás los ritos de las sacerdotisas para convertirse en una danza acogida en centros nocturnos de Estados Unidos y Europa.

Fue en los albores del siglo XXI cuando este tipo de baile se popularizó gracias a la cantante colombiana Shakira, de ascendencia libanesa, quien integró a sus presentaciones movimientos típicos de esta danza, como el shimmy (vibración de caderas o pecho) y las ondulaciones de vientre y cadera.

“Hasta hace unos años la danza árabe era mal vista, porque se asociaba con el table dance y el striptease y se veía a este baile y quienes lo practicaban de manera despectiva. Shakira hizo que a escala mundial se conociera y todas quisieran bailar así”, recuerda María Larralde, bailarina y profesora desde hace 15 años.

En México, una de las pioneras fue Marla de la Vega, quien hace tres décadas ya daba clases de danza del vientre. Luego, sus alumnas se prepararon en este arte y hoy hay incontables bailarinas y escuelas, luego del auge mediático, que incluyó cantantes y telenovelas con elementos del Medio Oriente, como la música y el baile.

Para Shazadi (nombre artístico de Larralde), sicóloga de profesión, el papel de la danza árabe en la aceptación del propio cuerpo, la conexión con la feminidad y la autoestima que de ello se desprende, es innegable.

La gente verdaderamente se transforma. (Las chicas) llegan muy tímidas y luego de un tiempo empiezan a usar ropa más ajustada, prendas más descubiertas y colores brillantes. Hay una aceptación de su figura, sin importar si ésta se adapta al estereotipo de belleza que conocemos, comenta.

Por su parte, Aline del Castillo, comunicóloga y bailarina desde hace más de 20 años, sostiene que la bellydance es orgánica, femenina, con la que nos identificamos; y funciona como herramienta de empoderamiento: empiezas a reconocerte, aceptas cómo estás por dentro y por fuera, así como a conocer las posibilidades de expresión a través del movimiento.

Coincide en ello Elsa Muñiz, antropóloga e investigadora de la unidad Xochimilco de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), quien asegura que estos bailes se han puesto de moda por cuestiones mediáticas, pero también porque el regreso a la feminidad es propio de las sociedades contemporáneas, que buscan rescatar esa parte que se había desdibujado en ciertos sectores sociales, y que se relaciona con una consigna feminista de la reapropiación del cuerpo de las mujeres.

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Hoy existen al menos 70 escuelas de pole dance en el país, refiere Erandi Montes, en la imagenFoto Guillermo Sologuren

¡Tubo, tubo, tubo!

La pole dance nació, como disciplina académica, en Las Vegas, cuando Fawnia Dietrich, joven canadiense que buscaba aprender el baile de los centros nocturnos en Estados Unidos para emplearse como bailarina exótica, no encontró dónde hacerlo. Decidió entonces poner una escuela para ese fin y luego la siguieron muchas otras en ese país y en Europa.

La enseñanza del baile del tubo arribó a México hace una década, cuando Gabriela López abrió una escuela en San Luis Potosí. Al Distrito Federal llegó un par de años después y hoy existen cuando menos 70 escuelas de pole dance en el país, refiere Erandi Montes, directora de la Pole Dance School (PDS).

Explica que existen dos versiones sobre el origen del baile con tubo, hoy tan popular en los centros nocturnos: “Unos dicen que viene del malakam, un arte hindú para hombres, o del mástil chino, disciplina acrobática que todavía se practica; otra versión apunta a cuando las mujeres acudían a entretener a los soldados en la guerra y lo hacían en carpas que eran sostenidas con tubos, y en lugar de ser un estorbo, los convirtieron en una herramienta lúdica para el espectáculo”.

Con el lema “Healthier, sexier, stronger (Más sana, más sexy, más fuerte)”, PDS se ha convertido en escenario de múltiples transformaciones en las vidas de muchas mujeres, asegura su creadora.

La primera clase no se quieren ver en el espejo y no pueden cargar su propio peso en el tubo. Con el tiempo se dan cuenta de que pueden mover un mueble en su casa o cargar solitas las bolsas del supermercado. Comienzan a hacer cosas para las que siempre creyeron que necesitaban a un hombre. Se vuelven más fuertes y luego eso se convierte en decisiones: terminar una relación destructiva de pareja o cambiar de trabajo. Su autoestima sube, se respetan más a sí mismas y exigen ese respeto, asegura Montes.

Al día siguiente de su primera clase de pole dance, Gabriela Díaz, de 42 años, no se podía ni mover. “Fue muy doloroso –recuerda–, no podía ni agarrar el tubo y pensé que iba a pasar mucho tiempo para que pudiera hacer un giro o subirme en él, pero cuando te das cuenta ya lograste hacerlo”.

Su gusto por este baile la ha llevado a comprar su propio tubo y tenerlo en casa para practicar. Asegura que sus hijos adolescentes la retan a hacer cosas nuevas y que su esposo está contento, aunque algunos amigos se sorprendieron al enterarse que tomaba clases.

Al igual que la danza del vientre, la pole dance lidia con el estigma de que su práctica está asociada a la prostitución y, por ello, es importante educar a quienes piensan así para que entiendan que esto es un ejercicio y un arte, aunque ni el Instituto Nacional de Bellas Artes ni la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte nos reconozcan como tal, sostiene Montes.

Alejandra Buggs, directora del Centro de Salud Mental y Género de México, encuentra en este tipo de bailes un efecto claramente terapéutico, en tanto representan una toma de conciencia del propio cuerpo y su fuerza, lo cual repercute en una mayor autoestima, si bien debe cuidarse el riesgo de ceder a los estereotipos de género asociados a estas danzas, donde la mujer las practica para agradar al hombre y no como parte de su propio proceso personal. (Ver video en http://youtu.be/yYvdsqFOCzs)