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Siria: victoria política y militar del antimperialismo
S

ugerencia única: que el bienpensante humanismo occidental revise de una buena vez sus prolijas teorías acerca del imperialismo, y por qué las recias prácticas antimperialistas de pueblos y gobiernos las estrellan, invariablemente, contra la realidad.

El 3 de septiembre último bien podría pasar a la historia como la silente fecha que puso punto final a la llamada cuarta guerra mundial (o guerra global contra el terrorismo), que el 11 de septiembre de 2001 Estados Unidos le impuso al mundo en los cuatro puntos del orbe.

¿Qué ocurrió aquel día en que los humanistas continuaban degarrándose las vestiduras a raíz del supuesto ataque del 21 de agosto con armas químicas a un millar de personas (en su mayoría niños), cuyos cadáveres fueron presentados por los disidentes en la localidad siria de Ghuta?

Ocurrió que un par de misteriosos misiles cayeron en el Mediterráneo. Se dijo entonces que uno fue desviado y el otro explotó en el aire. Y, de acuerdo con el giro orwelliano que los medios occidentales adoptaron desde la caída de las Torres Gemelas, ambos lanzamientos fueron tratados como meras maniobras y, faltaba más, sin relación con la guerra de Siria.

Bien… maniobras. Pero al día siguiente, Vladimir Putin ofreció una larga entrevista al periodista de la televisión rusa Pervy Kanal y la agencia estadunidense Associated Press. Para los buenos lectores y sabios horticultores de las primaveras árabes, Putin dijo:

Tenemos un contrato para la entrega de los (misiles) S-300. Hemos suspendido su entrega de momento, pero si vemos que se toman medidas relacionadas con las violaciones al derecho internacional, vamos a pensar en cómo actuar en el futuro, incluyendo el suministro de ese armamento, a ciertas regiones del mundo.

Veinticuatro horas después, en su ciudad natal de San Petersburgo (antes Petrogrado, luego Leningrado), Putin recibió al poderoso G-20 (Grupo de los 20, 19 países, más la Unión Europea). Y con serenos aires de gran vencedor, el discreto zar de todas las Rusias resultó un excelente anfitrión: paseó a sus huéspedes por su casa de usted, el hermoso Palacio de Constantino levantado por Pedro el Grande en 1720, y todas esas cosas.

En cambio, Barack Obama llegó a San Petersburgo más canoso de lo que lucía hasta el 3 de septiembre. Y fue el único de los gobernantes en subestimar que en aquella heroica ciudad, en la que Napoleón y Hitler sufrieron derrotas militares que cambiaron la historia occidental, la política mundial pegaría, sin Washington de tutor, un giro de 180 grados.

La diplomacia tiene sus reglas y obliga a la cortesía y el comedimiento. Pero estoy seguro de que entre los dilectos representantes del G-20, más de uno se aguantó para evitar tomar de las solapas a Obama, espetándole: ven acá... ¿fuiste tú el cabrón que autorizó el disparo de los misiles contra Damasco?

Con excepción de los periodistas especializados en copiar los boletines oficiales de la comunidad internacional, casi todos los dirigentes de la cumbre sabían ya que los misiles habían sido lanzados desde la base yanqui de Rota, ubicada en la bahía de Cádiz. Y que lejos de haber sido desviados o explotado en el aire, fueron interceptados y derribados por el escudo antimisiles de Moscú en Siria.

Cereza sobre el pastel: se dice que si los misiles hubieran dado en el blanco, el Estado de Israel asumía la responsabilidad política. Pues como todo mundo sabe, Washington defiende el derecho del enclave sionista a la legítima defensa contra sus enemigos. Con excepción de los buenos amigos de la península arábiga, que se la pasan chupeteando burbujeantes narguiles mientras sueltan la chequera para financiar a los rebeldes de Siria.

Luego del frustrado ataque de Washington a Damasco, el general ruso Oleg Ostapenko, viceministro de Defensa, declaró a un sitio web libanés que el lanzamiento de los misiles israelíes “… permitió a Rusia mostrar su capacidad en materia de detección de radar, lo cual ha llevado a sus enemigos potenciales a extraer conclusiones” (Al Manar, 12/9/13).

Por su lado, el ex ministro de Asuntos Militares de Israel, Ehud Barak, en entrevista concedida el 24 de septiembre a la cadena televisiva Bloomberg y reproducida en HispanTV, observó: Los acontecimientos de las recientes semanas en Siria han debilitado a Estados Unidos en todo el mundo.

En suma. Ganador en la guerra contra el terrorismo: Irán. Perdedor: las fijaciones bíblicas del Gran Israel. Demudado, el premier Benjamin Netanyahu se entrevistó en días pasados con Obama. Y tras advertirle que los iraníes son tramposos y peligrosos, pidió un café. Inmutable, Obama respondió: “ni pa’un café, broder. Tus amigos del Congreso acaban de bloquearme el presupuesto”.

A todo esto, el Pentágono y Hollywood estrenaban La caída de la Casa Blanca, película en la que, you know, un policía solito enfrenta el ataque de un grupo paramilitar fuertemente armado, a la residencia poniendo a salvo al presidente en medio de un gobierno nacional en caos. Dicen que está buenísima, y que sólo es la primera parte.