Opinión
Ver día anteriorSábado 21 de septiembre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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México-EU: cambios e inercias
A

l quedar colocada en un plano secundario a consecuencia de la tragedia que se desarrolla por el paso de los huracanes Ingrid y Manuel, la visita a México del vicepresidente de Estados Unidos, Joseph Biden, se desarrolló ayer con un claro viraje, cuando menos discursivo, en la agenda temática bilateral y con un marcado acento en asuntos como la cooperación económica, el intercambio comercial y las reformas estructurales en nuestro país.

El cambio, sin embargo, no se va a traducir, hasta donde puede calcularse, en un nuevo tipo de relación binacional basada en el entendimiento, la cooperación efectiva, la responsabilidad y el beneficio mutuo. Por lo contrario, la insistencia de Biden en profundizar un modelo de intercambio comercial bilateral –cuya punta de lanza es el TLCAN– obliga a recordar que ese patrón ha resultado sumamente desventajoso para el país y que no ha contribuido al desarrollo general de la población. Por lo demás, tampoco parece haberse superado el trasfondo general de subordinación del gobierno mexicano ante al estadunidense que imperó durante la pasada administración federal: muestra de ello es la omisión de las autoridades nacionales a tratar siquiera el tema del espionaje realizado por la NSA a Peña Nieto, lo que contrasta claramente con la respuesta que ha tenido el gobierno brasileño, cuya titular, Dilma Rousseff, canceló la visita de Estado que planeaba realizar a Washington en protesta por dichas prácticas.

Con tales precedentes, el respaldo expresado por el representante de la Casa Blanca al conjunto de reformas estructurales presentadas por la administración federal en el contexto del Pacto por México cobra la forma de un ejercicio de presión y de injerencia indebida del gobierno del país vecino en procesos soberanos del nuestro y en decisiones que ni siquiera corresponden al Ejecutivo federal, en asuntos que se debaten y han generado inconformidad y descontento en amplios sectores de la población. En forma análoga, el espaldarazo dado por Biden al referido pacto tripartidista es un contrasentido en un momento en que la institucionalidad del país en su conjunto acusa una crisis de representatividad y en el que ese acuerdo cupular es objeto de duras críticas.

Por lo demás, durante la reunión de ayer fueron omitidos temas de la agenda bilateral cuyo abordaje parecería de obvia necesidad en el contexto presente, como el migratorio –el cual sólo mereció una mención del vicepresidente de Estados Unidos– y el de la seguridad, que fue central en la agenda de la pasada administración mexicana para ser prácticamente abandonado en el actual ciclo de gobierno, a pesar de que se mantienen intactas las constantes de violencia en el territorio nacional y de que las autoridades del vecino país no han abandonado su doble moral característica en torno al fenómeno del narcotráfico.

En suma, más que el anunciado relanzamiento de la relación bilateral como consecuencia del inicio de la administración de Peña Nieto y del segundo mandato de Barack Obama, lo que parece haberse concretado es un simple cambio de foco en la misma, una recuperación de las inquietudes –nunca abandonadas por Washington– de hacer avanzar la agenda neoliberal en nuestro país y una continuidad en las actitudes incongruentes y contraproducentes de la superpotencia en temas como la seguridad y la migración.