Opinión
Ver día anteriorSábado 14 de septiembre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Un mundo multipolar
L

a Primera Guerra Mundial fue el resultado del desequilibrio y la confrontación entre varias potencias europeas. De un lado, Inglaterra, Francia y la Rusia zarista; del otro, Alemania y el imperio Austro-Húngaro. En principio, se podría decir que el mundo que precedió a 1914 estaba conformado de una manera multipolar. Fue el fin de la Segunda Guerra Mundial el que definió el paso de esa multipolaridad a un nuevo orden. La derrota de Alemania, la rendición de Japón y el debilitamiento (temporal) de las potencias europeas occidentales produjeron un escenario distinto: el enigmático equilibrio de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética. La geopolítica mundial devino campo de fuerzas dividido en dos frentes, un orden bipolar. Ese equilibrio se prolongó hasta 1989, año de la caída del Muro de Berlín.

Los 20 años que siguieron al fin de la Guerra Fría trajeron consigo una distribución de fuerzas inéditas, cuyo único símil en la historia de occidente se remonta a la antigüedad latina. Al igual que Roma alguna vez, Estados Unidos quedó como potencia única y solitaria en un mundo que nadie había previsto. Esa unipolaridad la empleó para hacer avanzar sus posiciones en una franja de países que hoy se encuentran desgarrados por dictaduras o guerras civiles: Afganistán, Irak, Libia y Egipto. La diferencia con la soledad de Roma es que ésta duró más de cinco siglos, mientras que la de Estados Unidos parece, tan sólo dos décadas después, acercarse a su fin.

La guerra civil de Siria, que ha cobrado más de 50 mil víctimas, ha anunciado ya un reacomodo entre las actuales grandes potencias.

El empleo de explosivos químicos por alguno de los contendientes sirios –el gobierno acusa a la oposición, la oposición acusa al gobierno de Assad– sirvió de pretexto al presidente Obama para acusar al régimen civil de emplear armas inhumanas. Uno no puede evitar preguntarse si las bombas que ha lanzado la fuerza aérea estadunidense sobre Afganistán, Irak y Libia eran más humanas sólo por el hecho de que eran estadunidenses.

A esta acusación siguió una más grave: la posibilidad de emprender bombardeos contra Siria, uno imagina, para regresar a la guerra civil a su estado de humanidad.

Cuando Obama pretende legitimar una intervención militar en nombre de la humanidad, no se trata de una guerra de la humanidad –(evocando el paroxismo que estableció Carl Schmitt al respecto), la humanidad como tal no puede emprender una guerra, es un oxímoron–, sino de una guerra en la que una potencia pretende apropiarse de un concepto, digamos, universal para justificarla. Entendida como término retórico, la humanidad ha sido un axioma ideológico de lo más idóneo para las expansiones militares occidentales. Aquí se podría invocar la sentencia formulada alguna vez por Proudhon: Quien habla de la humanidad está intentando engañar. Invocar el concepto de humanidad para abrir camino a un bombardeo aéreo sólo pone de manifiesto la terrible intención de negar al enemigo la calidad de un ser humano –con su bestialización consecuente.

Pero hasta ahí llegó la amenaza de Estados Unidos. La respuesta de Rusia y China de que se opondrían en la ONU a legitimar el ataque colocó a Obama ante el dilema de tener que demostrar la supremacía estadunidense. Por lo pronto, esa supremacía está ya en serias dudas. ¿Se está diluyendo el orden unipolar que emergió del fin de la Guerra Fría?

Lo esencial es que Rusia y China no buscan en Siria algo distinto a Estados Unidos. Ampliar mercados, definir zonas de influencia, poner una frontera a la expansión de los iguales.