s archiconocida y repetida con frecuencia la afirmación de don Jesús Reyes Heroles según la cual en política la forma es fondo. No comparto esa especie de apotegma, aceptado sin mucha reflexión, pero cuando en tercer año de derecho la dejaba caer con sabiduría en medio de su brillante cátedra de teoría del Estado, los futuros abogados escuchábamos atentos y nos parecía una sólida cita. Estaban de moda el formalismo y el positivismo jurídico y creíamos, con muchos de nuestros maestros de la Facultad de Derecho, que bastaba que una norma fuera sancionada por el Estado, para que se incorporara al sistema jurídico vigente sin discusión y sin que su contenido tuviera importancia; eso era la forma es fondo
.
Nos faltaba reflexionar más y toparnos, un par de años después, con la cátedra de Mario de la Cueva de derecho constitucional y escuchar y leer las lecciones de filosofía del derecho de Rafael Preciado Hernández, para entender que en materia jurídica, siendo importante la forma, no suple al fondo ni lo justifica si se trata de un precepto arbitrario o injusto; la forma no convierte la noche en día o lo blanco en negro. Socialmente, lo importante de una regla jurídica radica en el contenido de la misma, no en la formalidad con que fue aprobada. Me refiero a las llamadas reformas estructurales en las que el Congreso ha desempeñado un triste papel.
En efecto, la mayoría de los diputados y senadores han aceptado el dudoso papel de cumplidores de formas, votan y aplauden, aplauden y votan lo que otros les envían, sin mayor análisis, sin reflexión sobre el contenido, sin una verdadera discusión y con la determinación del sentido de su voto y el motivo de su aplauso, tomada antes de llegar al pleno o las comisiones, antes de oír argumentos en pro o en contra; han aceptado el triste papel de maquiladores de la ley.
Las resoluciones que se votan en las cámaras han sido decididas en otro lado y por otros; los legisladores, salvo la digna minoría que se opone, sólo se ocupan de formalizar, de llenar requisitos, de asentir en forma acrítica lo que se les envía para su aprobación. Muchos, estoy seguro, no leen lo que votan.
Así aprobaron las leyes educativas represoras de profesores y privatizadoras del sistema educativo; así, Dios no lo permita
, como se decía antes, aprobarán las reformas en materia de petróleo y electricidad, áreas estratégicas de la economía que son ahora, todavía, herramientas para defender a México en el mundo globalizado e inhumano del libre mercado y la libre competencia y que, de ser aprobadas, nuestros recursos serán arrojados a ese mar proceloso de la globalización en donde el pez grande se come al chico.
La dignidad de los legisladores radica en votar según su convicción, sin aceptar consignas de sus coordinadores
, teniendo en mente que representan a la nación, como lo dispone el artículo 51 de la Constitución, que no son representantes de sus partidos ni deben obediencia a sus jefes (que debieran ser sus iguales), que integran un poder cuya misión constitucional radica en equilibrar y poner límites al Ejecutivo, y no ser con él sumisos y obsecuentes; en eso consiste la división de poderes.
Dialogar no está mal ni en política ni en general en las relaciones humanas, al contrario, es una práctica constructiva, pero en una democracia el diálogo exige oír con apertura a la contraparte y darle la razón sí la tiene, no descalificar de entrada sus puntos de vista; pero en la práctica, el diálogo no puede sustituir al debate público con razones ni las consignas estar por encima de las convicciones.
No se puede legislar a partir de una publicidad aplastante y si hubo diálogo, pero no consenso, la doctrina parlamentaria indica qué hacer después de discutir, se toma la resolución, se elige entre el pro o el contra, con votos libres y conscientes, es esa la naturaleza de los congresos.
Da pena nuestro Poder Legislativo, repito, con excepciones; sus resoluciones se toman apresuradamente, a medianoche, en horas en las que el cansancio agobia a los que aún siguen atentos y se vota sin oír a los pocos diputados y senadores que tienen compromiso con la nación y no con el sistema y, lo peor de todo, sin oír a la gente que tiene que recurrir a los extremos de manifestarse en las calles y reunirse en grandes multitudes para que al menos se sepa que existen y que quieren ser escuchados; tampoco los legisladores oyen a los expertos y conocedores de los temas que tienen a su responsabilidad.
Lamentablemente sólo atienden las consignas partidistas y votan como se les indica; su obligación real es maquilar
, formalizar, votar sin discutir y aplaudir. Cumplen con darle forma a una voluntad ajena, lo mismo en asuntos de trámite que en graves asuntos nacionales, como los de la educación y los energéticos.
La pregunta es: si así se está legislando, si así funcionan las instituciones
, ¿qué sigue? ¿Qué camino dejan a la gente?