Ante la duda, la prudencia
oy 9 de septiembre, el Congreso de Estados Unidos discute la posibilidad de autorizar al presidente Obama un ataque a Siria. Debido a la división que produce el tema, se le podría negar la autorización. De ser así, su autoridad se verá menoscabada, pero ello lo salvaría de un erradero como el de su antecesor en Irak. De los males, el menos.
Tal vez quien está disfrutando más este drama es el ex presidente George W. Bush, quien se verá revindicado por la invasión a Irak. El caso no es el mismo, pero tiene alarmantes coincidencias, como la negativa de Naciones Unidas a apoyar el ataque.
Distinguidos por oponerse al uso de armas para resolver conflictos, el presidente Obama y su secretario de Estado, John Kerry, estarán ahora en el mismo tenor que los más conspicuos promotores de las acciones bélicas. Entre ellos, el senador McCain y el líder republicano en la Casa de Representantes, John Bohener, quienes respaldan las intenciones del presidente, en lo que más bien pareciera un beso endiablado
. Incluso un puñado de distinguidos liberales, que en su momento criticaron la intervención en Irak, respaldan la intención de bombardear los reductos militares de Assad.
Hay muchas preguntas que no parecen tener respuesta inmediata. Si los ataques serán aéreos, ¿cuál será su intensidad?, ¿cómo se medirá su efectividad?, ¿cómo se evitarán muertes de civiles?, ¿si miles mueren por armas convencionales es válido el ataque ahora por el uso de armas químicas?, ¿cuál será la respuesta de Irán, Rusia y China, que niegan su apoyo al ataque? Por lo pronto, la mayoría de estadunidenses se opone y considera que ello fortalecería a Assad, en lugar de debilitarlo.
El presidente ha dicho que la credibilidad de EU está en duda, pero como lo escribiera Thomas L. Friedman en el New York Times: En los países árabes, suníes y shiítas han peleado desde hace siglos por cuestiones religiosas
. Como no lo fue en Irak, y antes en otros países de esa región, no pareciera que la intervención armada de una potencia extranjera, por muy poderosa que sea, solucionará esos diferendos. Ante las dudas sobre la efectividad de una intervención armada para derrocar a Assad, pareciera que es necesario regresar a la búsqueda de un consenso en la ONU para encontrar la fórmula menos costosa de lograrlo.