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Cirios y ataúdes en tierra de manantiales
Corresponsal
Periódico La Jornada
Martes 27 de agosto de 2013, p. 28

Yecuatla, Ver., 26 de agosto

En la explanada de la escuela primaria Venustiano Carranza, en la comunidad Cerro de Oro, los habitantes velan a dos familias que murieron sepultadas por un alud provocado por las lluvias de la tormenta tropical Fernand, que golpeó el Golfo de México desde la noche del domingo hasta las primeras horas de este lunes.

En el centro de una muchedumbre que toma café con pan mientras espera que comiencen los rezos, Felipa Tapia Gómez y su esposo reciben el pésame de los integrantes de la comunidad que, en fila, pasan a dejar palabras de consuelo abrazos.

Felipa Tapia es madre de Mario Hernández Tapia, de 45 años de edad, quien falleció junto con su esposa, Lidia García Trujillo, la madre de ésta, Marina Trujillo Solano, y sus dos hijos, uno de siete años y otro de 10.

Cuenta que su hijo Mario salió de Roca de Oro a los 15 años en busca de trabajo. Primero se fue a México; luego estuvo un tiempo en Estados Unidos y de ahí se fue a Xalapa. Venía a ver a su esposa.

En este accidente perdí a Mario, a Lidia, a la madre de Lidia, a mi nieta Paulina y a mi nieto Mario. Se vino un derrumbe que cayó en la casa y aplastó todo, nada quedó, dijo Felipa Tapia Gómez, de 67 años de edad, a quien sólo le quedaron dos nietos de su hijo Mario: Alexis y Mariel, quienes estaban trabajando en la ciudad de México.

Ellos tenían 20 días aquí. Vinieron porque ya no tenían trabajo allá. Mi hijo consiguió trabajo en Xalapa y venía cada ocho días. Mi nuera estaba acá con los dos hijos que se habían quedado en México. Iban a entrar a la escuela, pero mire: nomás a esto vinieron. Tengo que aceptar, ¿qué otra cosa puedo hacer? Sólo aceptar, dijo mientras volteaba a ver los ataúdes alumbrados por unas veladoras.

A un metro, sentado, cabizbajo, está Francisco Pérez, quien perdió a su esposa, Verónica Pérez Hernández; a la madre de ésta, a una niña de 10 años y a su hijo, de 16.

Francisco se salvó porque estaba internado en un hospital de Xalapa, donde se atendía de una hernia, dice una mujer que lo observa desde lejos.

Mientras encienden los cirios y la comunidad llega con apoyos para los dolientes, un grupo de 19 soldados sigue retirando escombros y se abre paso entre piedras del tamaño de un tinaco para tratar de reabrir el camino.

Cerro de Oro, enclavado en la sierra de Misantla, es un pueblo de 700 habitantes, todos dependientes de la caficultura y de empleos eventuales en ciudades cercanas o en el Distrito Federal.

Francisco Morales Fabián, agente municipal de Cerro de Oro, en medio del luto, habla del orgullo de su pueblo: Aquí es Cerro de Oro y nos queda el nombre. Aquí cada 50 metros hay un manantial, brota el agua de las pierdas.