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Hannah Arendt
E

l honor perdido de Hannah Arendt. Resulta difícil imaginar qué otro realizador, fuera de la alemana Margarethe von Trotta (Las dos hermanas, 1975; Rosa Luxemburgo, 1981), habría perseverado en plasmar en la pantalla algo en apariencia tan árido y complejo como la discusión filosófica y moral en torno al concepto de la banalidad del mal acuñado por Hannah Arendt, autora alemana de Los orígenes del totalitarismo (1951) y de La condición humana (1958).

Luego del juicio en abril de 1961, en Jerusalén, a Adolf Eichmann, uno de los responsables de la deportación de miles de judíos a campos de concentración en la Polonia ocupada por los nazis, la prestigiosa revista The New Yorker pide a la profesora de política social, filósofa judía exiliada en Estados Unidos, escribir, a manera de reportaje, una serie de artículos sobre el proceso del teniente coronel de las SS. Arendt se traslada a Israel, donde había sido conducido el criminal de guerra capturado en Argentina, estudia detenidamente el interrogatorio con base en una documentación voluminosa, y en 1963 publica en una serie de cinco largos artículos, reunidos luego en un libro (Eichmann en Jerusalén, un informe sobre la banalidad del mal), el reportaje que daría origen a una de las más grandes controversias del siglo pasado.

Margarethe von Trotta aborda con habilidad el tema delicado. No pretende esbozar el retrato de la pensadora judía en el exilio, y apenas aborda los elementos biográficos anteriores a su llegada a Estados Unidos. La presenta como una profesora influyente en los círculos académicos, dueña de puntos de vista a menudo políticamente incorrectos, y se atiene a sólo cuatro años de su vida (1961-64) para pasar de inmediato a la cuestión que más le interesa. ¿Cómo un reportaje periodístico pudo suscitar en su momento un escándalo mayúsculo en la comunidad judía, al punto de someter a su autora al linchamiento moral, al escarnio generalizado y a un ostracismo intelectual?

Después de observar a Adolf Eichmann durante su juicio en Jerusalén –episodio televisado que Von Trotta recupera por imágenes de archivo– Hannah Arendt avanza la teoría de que los crímenes de ese oficial nazi no fueron tanto la consecuencia de una mente diabólica y enferma, pintoresca encarnación del mal sobre la tierra, sino de algo más rutinario y banal: la mediocridad absoluta de un burócrata incapaz de desobedecer las órdenes de sus superiores. Esta opinión incómoda, proferida por una intelectual judía, fue para muchos un acto de traición a la comunidad víctima del Holocausto, y también una mezquindad moral agravada por la aseveración que hacía la autora de que un buen número de los líderes de la comunidad judía habrían colaborado con los verdugos nazis, por cálculo o por miedo, por impotencia o por inacción, incrementando así el número de los sacrificados.

La realizadora alemana concentra su atención en la dinámica de linchamiento que acompaña a la publicación del escrito polémico. Y lo hace con una estrategia narrativa similar a la utilizada en una de sus primeras cintas, El honor perdido de una mujer (1978), retrato de una mujer víctima del escarnio periodístico en una Alemania doblemente asolada por el terrorismo político y la respuesta autoritaria del Estado.

En Hannah Arendt hay inocultables debilidades en el relato y tienen que ver con los trazos esquemáticos de la biografía sentimental de la escritora, su matrimonio con el escritor Heinrich Bluchner (Axel Milberg), su vieja pasión intelectual y amorosa con el filósofo Martín Heidegger (Klaus Pohl), abierto simpatizante nazi desde 1933, y su amistad con la novelista cómplice Mary Mc Carthy (Janet Mc Teer). Una rápida y artificiosa recreación de la bohemia intelectual del West Riverside neoyorquino de los años 70 y algunas anécdotas sobre la vida íntima de la protagonista adquieren tintes engorrosos de serie televisiva, pero el recurso es sin duda conveniente para conferir algo de agilidad a la discusión intelectual que es el meollo de la película.

La cinta, que podría ser pesadamente filosófica, se aligera también con su vertiente genérica de acción en los tribunales. Barbara Sukowa encarna con brío singular a la pensadora judío-alemana, de fría rigidez intelectual según sus colegas académicos, intolerante y renegada moral en opinión de sus detractores judíos, con gran calidez humana y fuerte compromiso político para sus amigos y alumnos. Esta complejidad del personaje es uno de los mayores atractivos de la cinta; otro más, es dar a conocer a un público más amplio una polémica que no ha perdido un ápice de su interés original. Aunque la realizadora intenta una objetividad total en el relato, es claro que Hannah Arendt se integra con naturalidad a la galería de mujeres rebeldes y vigorosas, en el estilo de Katharina Blum o Rosa Luxemburgo, que han estimulado siempre su interés y su entusiasmo.

La cinta es parte de la retrospectiva dedicada a la actriz Barbara Sukowa en el contexto de la 12 semana de Cine Alemán (15 de agosto-1º de septiembre). Cineteca Nacional y Cinépolis.

Twitter: @CarlosBonfil1