Opinión
Ver día anteriorDomingo 18 de agosto de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
A la mitad del foro

Prometeo y el petróleo

L

a incuria, la corrupción, la infinita soberbia tecnocrática y la ambición sin límites de poder encadenaron a Pemex en la roca de Prometeo. Durante largas décadas, los técnicos petroleros mexicanos guardaron bajo siete llaves los datos sólidos sobre las reservas posibles y probadas: para no alentar los impulsos imperiales y preservar la riqueza nacional para las generaciones futuras, decían. A estas alturas no hay quien pueda condenar o justificar la cautela de hombres como el ingeniero Antonio Dovalí.

Con José López Portillo se abrirían los fundos marítimos de Campeche y Tabasco. Jorge Díaz Serrano desató la fiebre de oro negro. Desde el Olimpo, López Portillo llamaría a los mexicanos a prepararnos para administrar la riqueza. El 3 de junio de 1979 el incendio del Ixtoc provocaría el mayor derrame no intencional de petróleo de la historia, y en mayo de 1981 la obsesión por un crecimiento del PIB de 7 por ciento anual, la vanidad en jaque y la inconcebible convicción de que el precio del crudo seguiría al alza, los llevó a contraer 26 mil millones de dólares en deuda de corto plazo y a las tasas más altas de la historia. Al desastre. A 30 años de crisis recurrentes, que los de la torre de marfil del Banco de México atribuirían a efectos externos, culpas de una globalidad a la que no podíamos ser ajenos.

Pero sí víctimas propiciatorias ante el altar del capitalismo como religión, de las finanzas y el dogma de la austeridad fiscal a costa de los que menos tienen, y como escudo protector del uno por ciento en cuyas manos se concentra la riqueza interna y la de esa globalidad que nos contagiaba los catarritos, según el doctor Carstens. Después de desplomarse la economía, en diciembre de 1994, reinició su volátil alza el precio del crudo. Llegó a subir de 7 dólares a más de cien dólares. Y las aguas someras del Golfo nos permitían que cada barril extraído en México nos costara entre 5 y 7 dólares. Miles de millones pasaron al gasto corriente del gobierno del inconcebible Vicente Fox. Pemex siguió atado a su roca. Ya Adrián Lajous había reducido a nada la exploración. No quedó una sola empresa mexicana en esa tarea. Pero se consolidaron Halliburton y Schlumberger en toda la industria.

Capital privado y contratistas nacionales y extranjeros en obras de servicio, sospechosamente parecidas a los contratos de riesgo, vetados en el tránsito de mandatos de Adolfo el viejo y Adolfo el joven, definitivamente ilegales al llegar Jesús Reyes Heroles a la dirección de Pemex. Designado por Gustavo Díaz Ordaz, para pasmo de los maniqueos. Privatizar Pemex se convirtió en monomanía; fue lema antiestatista y democratizador de la derecha que llegaría al poder por mandato del voto, y en lugar de cumplir con la norma constitucional se dedicó a desmantelar el poder constituido y las instituciones creadas a partir de 1914, cimiento del Estado mexicano moderno bajo la conducción de Obregón y Calles. Restaurado su vigor social por Lázaro Cárdenas.

Llegó la hora de liberar al Prometeo de los veneros del petróleo. Es impostergable la reforma energética. Es imposible que sea resultado de la voluntad unánime del sistema plural de partidos. Pero sería imperdonable no debatir en el Congreso las propuestas diversas, acordar lo esencial y encontrar el modo de conciliar resabios ideológicos que, infortunadamente, obedecen a simulaciones más que a convicciones ideológicas. Sin aceptar el pedestre argumento de la muerte de las ideologías. El largo prólogo condujo a Lázaro Cárdenas, el estadista que al amparo y en defensa de la ley expropió los bienes de las empresas extranjeras y nacionalizó la industria petrolera. Enrique Peña Nieto expresó su voluntad política de reformar sin privatizar Pemex. Ya no digamos el absurdo de vender Pemex. Y en los diálogos del Pacto por México pareció hallar bases firmes para llevarla a cabo sin fracturar a las fuerzas políticas, sin añadir un combate en nombre de la soberanía a la sangrienta batalla contra el caos anarquizante.

Sus colaboradores hicieron la tarea. Luis Videgaray, secretario de Hacienda con experiencia legislativa, se dedicó a hablar bien del camello que querían vender. Ante los convocados a invertir, con seguridad jurídica y extenso campo de acción. En Argentina, en 2012, anticipaba la asociación de Pemex con empresas de capital nacional y extranjero. Ante todo, la reforma hacendaria que liberara de las cadenas a Pemex y le permitiera invertir; destinar sus utilidades a la capacidad de crecer al ritmo del cambio geopolítico y tecnológico que impone la revolución en las telecomunicaciones, en la era del conocimiento. Pero la clave estaba en que las palabras quieran decir lo que ellos digan que quieren decir: un contrato no es una concesión, y uno de utilidades compartidas no es un contrato de riesgo. Humpty Dumpty...

Haber hecho política, abrirse el debate formal, la conciliación de opuestos, particularmente con el PRD, cuestionado desde la izquierda nómada de Morena por haber pactado con el demonio, hizo que en efecto fuera posible una reforma energética concertada, fincada en los límites de las diferencias y la cercanía impuesta por la realidad de la crisis global, el amago de nuevas fuentes de energía, la reducción de la demanda en Estados Unidos. Los primeros brotes de alarma por la venta de Pemex produjeron reacciones cismáticas en la izquierda. Jesús Zambrano se aferró a la negativa de reformas constitucionales. La voz sensata, coherente y firme de Cuauhtémoc Cárdenas dio opción auténtica al acuerdo de la reforma.

Pero los vendedores del camello oyeron las voces de expertos en mercadotecnia, en el diseño de una etiqueta que mezcle la realidad de hace siete décadas con el producto que ofrece.Palabra por palabra, citaron al general Lázaro Cárdenas: en 1940 decretó que la industria requería del concurso y participación de contratistas, empresas y capital privado. Y el hijo del Tata respondió con inusitada dureza: Resulta falaz y ofensiva la utilización que el gobierno está haciendo de la figura de Lázaro Cárdenas para justificar e impulsar ante el pueblo de México su antipatriótica y entreguista propuesta de reforma energética. Dura filípica. Mañana lunes presenta su iniciativa de reforma el PRD; en el Monumento de la Revolución, ante la tumba de Lázaro Cárdenas, su hijo será el único orador.

La suma de los votos del PAN a los del PRI y el Verde daría la mayoría calificada. Pero la reforma energética resultaría engendro, involuntaria fusión de una iniciativa pragmática, modernizadora, con la del PAN que reclama el retorno al siglo XIX. Después de este lunes, Andrés Manuel López Obrador tendría que bajar del púlpito y sumarse a lo propuesto. Y si Enrique Peña Nieto reafirma la voluntad de hacer política, es factible sumar a los suyos los votos de la izquierda: La propuesta de reforma del 27 podría resultar irrelevante si no estuviera acompañada de la propuesta para reformar el artículo 28 de la Constitución. De aprobarse este artículo 28, el Estado perdería la exclusividad en el manejo de las áreas estratégicas de la industria petrolera..., dice Cuauhtémoc Cárdenas.

¡Estatismo!, gritan las clases altas. Sin el Estado, decía Hobbes, el hombre volvería a la bestialidad y la barbarie. Y ya arde el llano. Acordar una reforma energética viable sería un paso firme en favor del crecimiento económico, creación de empleos, una política social de Estado, liberadora de la marginación y de la economía informal.