Política
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Nosotros ya no somos los mismos

La oportunidad de desfacer entuertos en el INM

La visita de tropas rebeldes

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Nos hemos dedicado a constituir un perfil del nuevo agente del INM, dice en una misiva el comisionado del instituto, Ardelio Vargas Fosado, en imagen de archivoFoto Luis Humberto González
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ara podernos dedicar a la nostalgia, a la añoranza y aun a la saudade, terminemos la debida referencia a la comunicación del Comisionado del Instituto Nacional de Migración (INM), don Ardelio Vargas Fosado. De su comunicación entresaco renglones, pero no cambio ni palabras ni sentido. Dice: [...] “en el Instituto Nacional de Migración, nos enfrentamos a diario ante diversas situaciones, en las que se decide el futuro de muchos seres humanos, que ven en la migración la solución de sus problemas, [...] Por ello nos hemos dedicado a constituir un perfil del nuevo Agente Federal de Migración, preocupándonos por su instrucción académica, la consolidación de valores y su compromiso de servicio. [...] El reclutamiento es complejo ya que solo el 10% de los aspirantes captados, son los que logran la certificación, a través de nuestro Centro de Evaluación y Control de Confianza, [...] no omito manifestarle que dichos exámenes, son un instrumento veraz en la evaluación de los servidores públicos, […] ya que su finalidad, estriba en que los nuevos agentes constituyan una pieza clave para combatir la corrupción y la ineficiencia ante el terrible cáncer de la impunidad, que lamentablemente observamos en algunas áreas de la administración pública federal”.

Después de la carta hubo una llamada telefónica en la que acordamos reunirnos para que me platicara los puntos esenciales de su plan de trabajo al frente del INM. Yo ofrecí contribuir a la divulgación de todo cuanto acarreara el mínimo beneficio a la comunidad migrante pero, también, me reservé el derecho de insistir sobre su decisión de mantener o derogar el cuestionario absurdo, irracional, vejatorio que le heredó su casi antecesora. Pienso que se le presenta en bandeja de plata (expresión retórica que no debe ser aprovechada ahora que nadie sabe si hay o no Secretaría de Estado que cuide, de los funcionarios, la plata) la oportunidad de, sin demérito alguno, y sí con posibilidades de ovación, mostrarse como un funcionario que escucha y atiende razones. Desfacer entuertos sin costo alguno es una ganga política nada despreciable.

Recuerdo (afirmación que ni yo me creo) que alguna vez dije que tenía un nicho duro de lectores: mis compañeritos del kínder Amado Nervo, los de la escuela de monjitas Antonio Plancarte, los del colegio de los hermanos lasallistas, Ignacio Zaragoza y algunos más, que he sumado (y restado) en varios sexenios. Reconocí que su calidad de lectores no era producto de su libre albedrío, sino consecuencia de diversas circunstancias que me permitían inducir a la lectura de la columneta: intimidación, chantaje (emocional o de cualquier tipo), amenaza, coacción y, por supuesto, intereses y conveniencias de todo tipo. A estos lectores cautivos les remito antes del mediodía de cada lunes la columneta. Ellos tienen 24 horas para expresar sus críticas, si éstas son negativas. En caso contrario no hay límite, faltaba más: la libertad de expresión es sagrada. Uno de esos amigos, innegablemente audaz, me comentó: “Ortiz: deja de escribir pensando siempre en los residentes de La casa del actor, del asilo Mundet o de otros ancianatos. El universo poblacional que tiene idea de lo que hablas se extingue, de manera acelerada, cada semana. Más allá de tu críptica escritura, para entender tus referencias es imprescindible una beca permanente en la hemeroteca. Ya iba a contestar el agravio cuando recibo un nebuloso y gélido correo (¡claro, como que venía de Londres!), que airadamente me exige aclarar: ¿Quién demonios eran los visitantes vestidos de soldados y con botas incómodas? Me tienes intrigado. Lo firma un doctor en inmunología por el Imperial College London, actual Investigador posdoctoral en el Kennedy Institute of Rheumathology. Aquí sí, me doy. Tengo que, frente a las evidencias, reconsiderar mi forma de cronicar (palabra que no existe, pero que se me antoja inaugurar. Después de todo el latín se la apropió del griego: crónica viene de kronika y en los tiempos primeros se usaban tanto la voz crónica como cronicón. Conclusión: me empeñaré en cronicar menos subjetivamente. No quiero, sin embargo, dejar de anotar que me resulta incomprensible que este joven investigador (que entre más posdoctorados consigue en el extranjero, menos oportunidades tiene de regresar a trabajar en su país), siendo un experto en la comunicación entre las células del sistema inmune y las células de estructura en órganos como el timo y el pulmón, no recuerde que su padre, colaborador de La Jornada, hasta su fallecimiento, (nada más faltaba que aun después) y este cronista estuvieron juntos en el acto de referencia y que él muchas veces nos oyó platicar al respecto, después de que yo le explicara algunos temas como, el papel de determinados factores en el desarrollo embrionario y la función del epitelio del timo, y otros más, sobre los que ahora profundiza en la pérfida Albión. En fin, intentaré aclarar la anterior columneta que yo consideraba un relato en el blue-ray más avanzado.

El primero de enero de 1959 las tropas rebeldes del segundo frente del Escambray, mandadas por el comandante Gutiérrez Menoyo, hicieron su entrada a La Habana. (Fidel, ese día, hacía lo mismo en Santiago de Cuba). Según García Azcoytia, uno de mis lectores cautivos, la mejor versión de este acontecimiento se la debemos a Francis Ford Coppola, quien en la segunda parte de El Padrino describe el momento en que, a la mitad del gran sarao de fin de año, el dictador Fulgencio Batista rodeado de la canalla autóctona y yanqui es informado de la llegada de los rebeldes a las puertas de la ciudad. Enloquecido y aterrorizado sale huyendo rumbo a República Dominicana. Medio millar de políticos, militares y empresarios abandonan, como pueden, el país que horas antes era su coto, su lupanar. Ese primero de enero de 1959 nació Cuba, primer Territorio Libre de América.

Pues unos dos o tres meses después llegaron esos extraños aliens que describí la semana pasada. Venían a expresar su reconocimiento al pueblo de México por su fraterna solidaridad. Sin su ayuda, no se cansaban de repetir, el Granma que transportó la fértil semilla libertaria jamás habría surcado. La delegación no incluía grandes jerarcas, pero sí auténticos guerrilleros. Ya dije que era probable que alguno no supiera siquiera el alfabeto (y eso que el de los cubanos debe tener menos letras, por todas las que se comen) y, seguramente, varios de ellos jamás habían estado en La Habana, ni menos se habían subido a un avión. Memorias prestadas me dicen que el jefe de la delegación era Jorge Enrique Mendoza y lo acompañaban Ricardo Valladares, Francisco Lago (las memorias femeninas dicen que uno era el capellán del Ejército Guajiro, otro un guapísimo actor de cine, a la mejor el mismo) y, por supuesto, Violeta Casals, la voz emblemática del Movimiento 26 de Julio. Bastaba con que entre orador y orador tomara el micrófono Violeta Teresa Casals y pronunciara la consigna que durante años mantuvo fiel, solidario y enardecido al pueblo cubano, para que el teatro estallara en gritos, aplausos, vivas, porras: Aquí radio Rebelde. Trasmitiendo desde sierra Maestra: territorio libre de Cuba. La más intensa emoción nos rebasaba y nos hermanaba a todos. No era para menos: la izquierda no veía una desde hacía mucho tiempo. Para ser precisos, creo que desde aquel 25 de octubre de 1917, cuando en Petrogrado los bolcheviques tomaron el Palacio de Invierno. Aunque para no ser demasiado estricto puedo mencionar también el año 73 aC, cuando un mítico esclavo originario de Tracia y ex militante de las fuerzas auxiliares de Roma deserta y encabeza la rebelión de cerca de 100 mil esclavos. Pese al poderío romano, estos rebeldes le infligen una colosal derrota. Esta victoria del pobrerío y la jodencia, conocida como Batalla del Vesubio, no se la escatimemos a la Izquierda internacional. (No, Jaime García, ese esclavo no era Kirk Douglas, nacido en Amsterdam, Nueva York en 1916. Stanley Kubrick le prestó momentáneamente el nombre para que encarnara a Espartaco en la película de 1960, ganadora de cuatro premios Óscar).

Si calculo el número de lectores de la columneta, tomando en cuenta la cantidad de personas que me llamaron o escribieron, para reclamar que al apellido del querido Fito le hubiera quitado una letra y cambiado otra, confieso que la soberbia casi iguala mi hipocondría. Pido sentidas disculpas, pero confieso: la multitudinaria protesta hace que mi Martini me sepa mejor.

PD. No quiero dejar de expresar mi muy personal opinión sobre otros dos triunfos de la izquierda en este pedacito del planeta: 6 de julio de 1988 y 2 de julio de 2006.

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twitter: @ortiztejeda