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Francisco en Brasil: la hora de la verdad
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oy, en Río de Janeiro, el papa Francisco inicia un viaje de siete días por su América Latina natal, en lo que constituye su primera gira fuera de Roma desde que fue nombrado pontífice, en marzo pasado, en remplazo de Benedicto XVI, quien abdicó. La circunstancia ha generado grandes expectativas, pues representa la oportunidad perfecta para que Francisco presente de manera integral su perspectiva sobre el futuro de la Iglesia católica. Más concretamente, se espera que el ex arzobispo de Buenos Aires dé a conocer los lineamientos generales de un viraje de obvia necesidad en las actitudes tradicionales del Vaticano ante numerosos temas.

Hasta ahora, el Papa apenas ha esbozado algunos deslindes con respecto a las posturas de Roma ante un mundo profundamente desigual, injusto y corrupto; ante las luchas de emancipación de pueblos, mujeres y minorías, y ante las convicciones de libertad y secularidad de las sociedades contemporáneas. Particularmente claro ha sido el mensaje de Jorge Mario Bergoglio contra la frivolidad y el lujo habituales en las altas esferas del catolicismo y su prédica de austeridad. Asimismo, el actual pontífice ha señalado la improcedencia moral de tolerar la miseria y las inequidades características del modelo neoliberal imperante, hasta el punto de llamar a tales fenómenos las heridas actuales de Jesús.

Una consideración ineludible es que, de seguir por ese rumbo de pensamiento, Francisco terminaría, más temprano que tarde, por confluir con la Teología de la Liberación, ferozmente perseguida por sus dos predecesores inmediatos en el trono de Pedro –Juan Pablo II y Benedicto XVI–, lo que marcaría un viraje histórico en el seno de la Iglesia en materia de pastoral social.

También parece probable que el Papa formule un mensaje realmente eucuménico que permita superar las confrontaciones causadas con otros cultos, cristianos y no cristianos, por Joseph Ratzinger, quien, al igual que su antecesor Karol Wojtyla, tenía un pensamiento integrista y casi medieval, y veía en el catolicismo romano la única vía legítima de salvación.

Mucho menos claras son las posibilidades de que Francisco sea capaz de asumir actitudes modernas ante la causa de las mujeres, para quienes la Iglesia católica representa una doble opresión: para las religiosas, obligadas a permanecer en un segundo plano y vetadas para ejercer los cargos más rasos –empezando por el sacerdocio–, y para las laicas, para quienes la ortodoxia vaticana ha pretendido perpetuar la opresión y la supeditación a los hombres, y para quienes constituye un factor de imposiciones ideológicas, sociales, afectivas y sexuales. En el mismo sentido cabe dudar de que el pontífice argentino logre superar las inveteradas misoginia y homofobia que caracterizan al pensamiento católico.

Es claro, sin embargo, que, ante la persistente pérdida de feligresías, la dirigencia del catolicismo mundial necesita desesperadamente de un rencuentro con América Latina y con los sectores más desprotegidos –principales bastiones geográfico y social de esa religión– y con los desarrollos civilizatorios de la vida contemporánea, como los avances culturales, sociales y legales en materia de género y derechos reproductivos y sexuales. Francisco es, sin duda, el pontífice mejor situado, en muchas décadas, para operar ese rencuentro, pero nada garantiza que lo logre. Ha de considerarse que los sectores más reaccionarios y corruptos del Vaticano y de las jerarquías eclesiáticas ejercen brutales presiones sobre el Papa para impedir que éste logre imprimir a la institución que encabeza una actitud favorable para los deseos y necesidades espirituales de millones de católicos. Por eso, los escenarios de Brasil serán el sitio y la hora de la verdad para el primer pontífice latinoamericano.