Opinión
Ver día anteriorSábado 13 de julio de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Lo que se hereda no se hurta
A

hora que, por los avances de la medicina, los seres humanos llegan cada vez más a una edad avanzada, el cine reciente casi siempre ha enfocado a la tercera edad como un drama (el caso de Amour, de Michael Haneke, a la cabeza). En su opera prima No quiero dormir sola, la cineasta Natalia Beristain aborda el tema desde una perspectiva personal: Amanda (Mariana Gajá) es una malhumorada joven que, a falta de pareja, se hace de insatisfactorios amantes casuales. Cuando su padre actor se ausenta por una filmación, ella se ve obligada a hacerse cargo de su octogenaria abuela Lola (una admirable Andrea Roel), quien también vive sola y sufre de insomnio, sólo que con acusados síntomas de demencia senil.

Muy reacia a salirse de lo que todavía le es familiar, Lola es internada contra su voluntad en un asilo para actores. Allí Amanda comienza a acercarse a su abuela y de algún modo ve en ella su posible futuro. ¿Pero qué se puede hacer?... Hay que vivir, sentencia la anciana cuando al final trata de citar parlamentos de El tío Vania. Para la joven, asumir su herencia, con todo lo que implica, toma la forma de probarse un traje de baño que le pertenecía a Lola.

Según puede verse, No quiero dormir sola es una película muy sencilla –que no simple–, cuyos elementos autobiográficos han sido determinantes para la veracidad del relato. Como su protagonista, Beristain fue nieta de una actriz, Dolores Beristain, ya fallecida. Para mayor familiaridad, el hijo de la Lola ficticia es interpretado por Arturo Beristain, padre en la vida real de la cineasta.

Esa cercanía al relato no ha derivado en un círculo cerrado de narcisismo autocontemplativo, sino al contrario: le ha servido a la directora para un proceso de reconocimiento en sus personajes, seres humanos contradictorios con su dosis normal de cualidades y defectos. La caracterización de Lola es especialmente creíble pues se ha observado con acierto esa forma de vida en el ocaso, cuando la memoria de lo inmediato se ha perdido y el recuerdo es un aferramiento a lo que fue y ya no es (el espejo de la anciana está cubierto con fotos de ella como actriz joven y guapa, como si quisiera reconocerse más en esas imágenes que en su propio reflejo). La acumulación de objetos, posibles fetiches, es otro síntoma bien recreado por la dirección de arte: Lola vive entre las ruinas de lo que fue su cotidianidad.

Dentro de esos ambientes estériles, el agua es vista por Beristain como un elemento literalmente vital. Como si fueran peces, abuela y nieta se reanimarán al compartir tiempo dentro de una alberca. En la ingravidez del agua, Lola incluso recupera la gracilidad que ya no tiene en tierra firme. Luego, en las regaderas, ambas comprobarán ante un espejo los efectos del tiempo sobre sus cuerpos. El contraste, bajo chorros de agua, entre las respectivas pieles nos confirma lo despiadado de esos efectos.

Por lo pronto, No quiero dormir sola anuncia la presencia de una directora sensible y, por suerte, ajena a la moda del minimalismo y su sistemática desdramatización. (Curiosamente, la fotografía de la película se debe a Dariela Ludlow, también egresada del Centro de Capacitación Cinematográfica, quien en su elocuente documental Un año menos, exploró igualmente el crepúsculo de la tercera edad a través de sus propios abuelos.)

No quiero dormir sola

D: Natalia Beristain/ G: Gabriela Vidal y Natalia Beristain y / F.en C: Dariela Ludlow/ M: Pedro de Tavira Egurrola/ Ed: Miguel Schverdfinger/ Con: Mariana Gajá, Adriana Roel, Leonardo Ortizgris, Arturo Beristain/ P: Chamaca Films, Woo Films, Imcine, Foprocine. México, 2012.

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