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Tres despachos desde Polonia
L

a realidad ignorada. Antes de que Zygmunt Bauman pudiera empezar su ponencia en la Universidad de Wroclaw (22/6/2013) para conmemorar los 150 años de la socialdemocracia alemana –Ferdinand Lassalle, uno sus padres, nació en esta ciudad (antes Breslau)–, en la sala irrumpió un grupo de nacionalistas que con gritos le reclamó su servicio (1945-1953) en una unidad del ejército estalinista que combatía a los partisanos de derecha. Más allá de la historia personal de Bauman (que siempre subrayaba que sólo redactaba panfletos y que luego también se convirtió en un blanco del gobierno comunista y tras una purga antisemita y nacionalista en 1968 fue expulsado del país), el incidente, otro en una serie de ataques a las conferencias de figuras asociadas con izquierda o liberalismo, es un producto de procesos más amplios: 1) el fracaso de la izquierda (el mismo Bauman analizó en Wroclaw sus razones: la claudicación de la socialdemocracia, la guerra cultural ganada por la derecha, el triunfo del imaginaire burgués, el crecimiento del precariado a costa del proletariado organizado), 2) la crisis como fuente de frustración sobre todo entre los jóvenes, 3) el auge del nacionalismo que la acapara, y 4) la derechización de la historia, que primero iguala los dos totalitarismos y luego ve en toda la izquierda un brote de estalinismo. En el mismo tiempo: mientras la centroderecha repite más y más ¡En Polonia no hay fascismo!, más le abre la puerta.

El ejemplo incómodo. Incluso a 70 años del levantamiento en el Gueto de Varsovia (19/4/1943), el heroico gesto de un puñado de combatientes para no morir de rodillas, ni en las cámaras de gas de Treblinka, sino con una pistola en la mano –en palabras de Marek Edelman (1926-2009), uno de sus comandantes y de los pocos sobrevivientes–, resulta incómodo para la mayoría del mundo: 1) en Polonia el recuerdo de que en la capital hubo dos levantamientos cuestiona la visión derechista de la historia donde el posterior alzamiento de Varsovia (1/8/1944) tiene el monopolio para el heroísmo; revive también la historia del antisemitismo polaco, la indiferencia a la tragedia del gueto y la escasa ayuda militar a sus combatientes, 2) en la historiografía occidental dominante que en las últimas décadas vivió un giro conservador, el levantamiento fue oscurecido por las narrativas sobre víctimas donde ya no hay diferencia entre el atacante y el atacado, el ocupante y el ocupado, Leningrado o Dresden; como apunta Enzo Traverso en este giro, mientras se prestaba más atención estéril al exterminio (salvo, por ejemplo, las contribuciones como la de Bauman en Modernidad y Holocausto, 1989) y a los judíos como sus víctimas pasivas, se ignoraba más la historia de la resistencia judía activa, como si el recuerdo de las víctimas no pudiera coexistir con la memoria sobre sus luchas (según Traverso el culto de las víctimas va de la mano también con la rehabilitación del fascismo y el nacionalismo antisemita), 3) finalmente en Israel la memoria del levantamiento desafía su ideología fundacional: gente como Edelman u otros miembros de Bund que no querían migrar y preferían cultivar la cultura judía en Polonia y el yiddish en vez del hebreo (el ex comandante se mudó a Lodz y trabajo como médico) demostró que la alternativa sionista –la víctima en diáspora o el ocupante en Palestina– fue falsa (Przemyslaw Wielgosz, Niewygodne powstanie, en: Le Monde Diplomatique, edición polaca, abril de 2013).

El legado negado. La primera rebelión obrera armada en el imperio ruso parte de la ola revolucionaria de 1905 –el levantamiento de Lodz, un gran centro textil (22/6/1905)– siempre tuvo una suerte trágica: la historiografía comunista la ignoraba por su espontaneidad, el componente bundista y lumpenproletario; la historiografía después de 1989 lo ignoraba por comunista, tratando de enfatizar sus demandas nacionalistas (el polaco en las escuelas), por encima de las laborales y universales (la jornada de ocho horas). Pero ya fue una farsa cuando justamente en junio pasado (13/6/2013) el Parlamento polaco derogó la jornada de ocho horas para mejor combatir la crisis y aprovechar la coyuntura por venir (¡sic!). Ni en Lodz (hoy desindustrializada, sumergida en desempleo), ni en toda Polonia (un país sin izquierda), nadie salió a manifestarse por la eliminación de aquella normativa fundamental (el precariado ni lo notará). Y apenas el siglo pasado Lodz era un punto de referencia para la izquierda: Rosa Luxemburgo (que frente al reformismo de Lassalle representaba la socialdemocracia revolucionaria) estudiando la lucha entre el capital y el trabajo en Lodz y la ola de 1905 escribía sobre su huelga de masas; para Edelman y para miles de socialistas de Bund o Poalej Syjon (una rica tradición política que pereció en las ruinas de guetos y en los campos de exterminio) el levantamiento de Lodz era el más importante suceso en la historia de Europa.

Coda. Los tres casos se juntan en una imagen más grande no sólo de Polonia, sino de la modernidad: el auge de la ultraderecha y de los nacionalismos, el fracaso y la falta de la izquierda, la derechización de la historia, el ataque al mundo del trabajo y sus conquistas.

Aunque el panorama parezca poco alentador, nos llama a aprender de los viejos sucesos y a prestar atención a los nuevos.

Para Lenin la rebelión de Lodz era un gran ejemplo del heroísmo revolucionario y de las formas superiores de lucha ( The struggle of the proletariat and the servility of the bourgeoisie, 1905).

Para Traverso el levantamiento en el Gueto de Varsovia es un símbolo ético y el mejor ejemplo de la dignidad para todas las luchas emancipadoras, un mensaje universal por el humanismo y la esperanza ( Understanding the nazi genocide, marxism after Auschwitz, 1999).

Para nosotros el ataque a Bauman debería ser un aviso de incendio ante el retorno del fascismo.

*Periodista polaco