Opinión
Ver día anteriorJueves 27 de junio de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El final
S

amuel Beckett es el mayor exponente de la idea de la incomunicación entre los seres humanos (hecho que no le excluía de amar a los seres simples y las cosas del campo), aunque su azarosa vida que incluyó participar en la resistencia francesa contra el nazismo no lo atestigüe, pero es esa una contradicción menor del premio Nobel más conocido por su obra teatral que por su poca narrativa y de cualquier manera su nombre siempre se asocia a la soledad, la descomposición del sistema que él compara con un organismo a punto de sucumbir. Su obra se basa en el poder de la palabra más que en la acción y no evade la escatología, que vendría a ser una manifestación de ese organismo social en descomposición. De la trilogía La decrepitud –que ampara junto a la novela corta objeto de esta nota otras dos, El expulsado y El calmante– se puede apreciar como un monólogo, y de hecho lo es, El final, que Por Piedad Teatro Producciones lleva a escena.

La empresa, creada en 1999 por Ana Graham ha presentado obras mexicanas importantes, algunas extranjeras de difícil acceso como es la trilogía de Sarah Kane, y sido vehículo para que se conozcan en Nueva York algunas obras nacionales, al constituirse, junto al actor Antonio Vega, Por Piedad Teatro Foundation. Con todos estos antecedentes, resulta fácil imaginar que la actriz y productora se haya sentido tentada por la dirección escénica, misma que emprende con este texto de Beckett, escrito como novela corta y escenificado como monólogo gracias a la presencia de un actor como Arturo Ríos, uno de los mejores con que cuenta nuestra escena. Se dice que actor y directora se pusieron de acuerdo en este trabajo durante un montaje en que ambos participaron dentro del elenco. El original en inglés fue traducido por Antonio Vega.

El protagonista del unipersonal ha sido echado a la calle, tras permanecer en una institución benéfica, con un poco de dinero –si necesita más ya se las arreglará para conseguirlo– y ropa que le regalan, ésta diseñada por la misma directora, de la que sobresale un sombrero que cubre una cabeza a cuyo estado siempre se hace referencia como algo desagradable. Por fortuna, no se intenta ningún artificio con la espléndida cabellera de Arturo Ríos, que luce tal cual, con lo que se crea una necesaria dualidad actor que narra y personaje de lo narrado, importante para corroborar que se trata de una noveletta y aunque el actor trabaja su texto de manera vivencial, que parece ser la apuesta de este montaje. El protagonista narra su largo camino, solitario casi siempre, aunque tenga algún contacto humano con algún conocido de otro tiempo que le brinda su cabaña junto a la playa, en la que llegará al fin. Se recostará en el estiércol, apestará y le darán con la puerta en las narices cuando busque alojamiento y así llega al sótano en donde lo visita una linda niña pelirroja que revolotea por todo el recinto y llega un policía que lo vigila porque es un ser equívoco. La dueña del sótano huye con el dinero del narrador y éste prosigue un camino en el que, quizás, sus mejores momentos se den en el campo junto a una vaca.

Todo es narrado de manera imprecisa: En el fondo, creo, no he estado en ninguna parte. Ciudades y paisajes han cambiado, o él piensa que han cambiado. Su inestabilidad interior se refleja en la escenificación. El escenógrafo Víctor Zapatero diseñó una pequeña plataforma cuadrada dispuesta sobre rodillos, lo que hace que se ladee a cada movimiento del actor que permanece todo el tiempo de pie sobre ella en un equilibrio que habla de su buen estado físico. El desempeño de Arturo Ríos es por ello doblemente impresionante, ya que actúa en esa difícil posición un texto narrativo de difícil memorización y lo hace sin mayores movimientos, excepto quizás el momento en que se vuelve y la iluminación de Zapatero ofrece la sombra del predicador que en ese momento lo muestra como la más repugnante escoria humana.

Ana Graham logra disociar con esta metáfora escénica al narrador de lo narrado, y demuestra que es una buena directora en este debut suyo. Ojalá siga corriendo riesgos con buen éxito como lo ha hecho como actriz y productora. Es un muy buen comienzo.